Diario de París (extracto)

ALBA SABINA PÉREZ -.

(04/11/2012)

París es una ciudad de la que no hablo nunca. Es la ciudad prohibida, llena de desencuentros y de citas que no llegaron. “Te veo en el bateau mouche el sábado a las tres”, me dijo el chico de Lille, pero resulta que enfermó su abuela y no pudo venir. Años después, fui con el argelino a ver un museo de ciencias naturales y reímos a carcajadas porque los nombres en latín de las plantas no nos decían nada, en fin, que estábamos enamorados. Recorrimos juntos las callejuelas del cartier 92 y comimos una fondue de carne en un restaurante de moda, fuimos al casino y jugamos una partida de póquer en la ciudad de las luces. Lejos de allí, años después, murió su padre, pero él y yo ya no estábamos juntos, y el chico de Lille que me había pedido matrimonio en un parque lleno de cisnes tenía una hija con otra: jamás vino a París porque su abuela enfermó. En París me enamoré tantas veces que una vez descubrí una moneda debajo de un colchón en una habitación destartalada de Villejuif y fue el mayor tesoro de mi vida y otra vez escuché un concierto de rap y ninguna música podía ser más hermosa que aquellos dedos rasgando un vinilo. Pasé por el Sena hace un año y sentí la brevedad del tiempo pasado. “Te veo en el bateau mouche el sábado a las tres”, me dijo el chico de los cisnes y los grandes ojos verdes, mi primer amor, y acabé sola allí, con un souvenir: una bola de nieve con la Torre Eiffel dentro y una amiga secándome las lágrimas. Lo esperé, con guantes y gorro, en pleno invierno, y supe por primera vez lo que era que te dejasen plantada. París, la ciudad prohibida, la ciudad de la que no hablo nunca porque tengo demasiado que contar de ella, porque cada vez que la nombro aparecen miles de calles, puentes, trenes, metros y casas donde no sucedieron todas las cosas que hoy hubiesen sido mi vida.

Pintura: Diego Mille

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