Metallica (alcanza) para todos…

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.

Una puesta en escena apelando al espíritu de la banda. Votaciones por Internet para elegir las canciones del concierto de esa noche de marzo en el estadio Monumental de Pedrero. Al gusto de una fanaticada que hoy en día se hace difícil definir con claridad (blackened is the end / winter it will send…) Yo mismo me encuentro dentro de ellos y no veo uniformidad alguna con mis pares. Niños y papás compartiendo como si estuviesen en Fantasilandia o Kidzania. Chascones barbados de voz eructuosa, nerviosos a más no poder ante lo que se viene. Muchachas de crespos al viento, maquillaje tipo Morticia Adams, poleras estampadas y jeans a punto de reventar en sus nalgas, pidiéndonos fuego cuando pasamos a su lado. El look levemente metalero de mi chica, sugerido por mí pero inmortalizado por el arte de nuestra hija, les llama a ellas la atención. Se le quedan mirando fijo, tal como si la degustaran mentalmente, sin dejar de mascan su chicle. ¿Tendré que hacerme valer a puñetazos para defender lo mío? A simple vista, tengo todas las de perder con ellas, por lo que salimos de ahí raudos hacia nuestras ubicaciones… (Musha rain dum – a - doodum – a – da / Whack for my daddy – o...) Más abajo adultos mayores que buscan con dificultad sus asientos en ese anochecer floridano y no sé por qué pienso de nuevo en el periodista Julito Martínez, quien diría de la ocasión algo así como “la Cordillera de los Andes luce con Metallica más siniestra que nunca”. Completos, italianos, sándwiches de carne mechada y hasta cerveza sin alcohol van y vienen, poniendo en aviso que la consigna Alcoholica ya es historia. Ahora son los tiempos de "St. Anger", sin solos de guitarra, pero con pelo recordado y buena percha… aunque nada impedirá recordar el rock machacante, desastrado, de guillotinas, martillos, calaveras y agitación de cabezas. “Esta es una música pa’ hombres –me dijo Julián, instruyéndome en las bondades del thrash metal, allá por 1988, en el puerto de Valparaíso-. A lo más copete. Las drogas como la marihuana son de hippies maricones. Hay que tener buen estado físico pa`soportar el dolor de cuello”.

Pantallas gigantes con los rostros labrados de James Hertfield (voz y guitarra rítmica), Lars Ulrich (batería), Kirk Hammett (guitarra solista) y Robert Trujillo (bajo y vaya tarea), corroboran la oferta del espectáculo. Aún es tiempo de escoger los temas a ser rasgados con cuerdas eléctricas, tamborileo incesante y gruñido cavernario. Sin embargo, los celulares no responden ni responderán por más esfuerzo que hagan las articulaciones de los dedos de los asistentes. Antes de perder la señal, leí en la pantalla del teléfono una crítica “especializada” donde consideraba que Ulrich no está en las mejores condiciones y, dentro de unos minutos, no lo notaré. Es como pedirle a Rocky Balboa que diga algo malo de Apolo Creed antes de la pelea del siglo.

¿Dónde quedó el clásico notario público de los programas de televisión, algo mayor, calvo y delgado, de terno y corbata, parado en el escenario junto a una modelo, para asegurar la correcta realización de la convocatoria? No vaya a ser víctima de una agresión troglodítica de parte de tanto (ex) chascón (ya no tan) mal vestido. La misma agresión que sufrió el bajista Jason Newsted desde el momento que cubriera la vacante de Cliff Burton, en 1986. La tragedia se remonta a una gira de Metallica por Suecia, cuando los muchachos se jugaron al azar las ubicaciones en el autobús que los transportaría por bosques escandinavos. Durante el trayecto, la máquina resbaló en el hielo, giró como trompo, dio una serie de vueltas en el aire, hasta caer la carrocería encima de Burton, liquidándolo al instante (hay versiones que señalan que sobrevivió al accidente, pero no al derrumbe de esa mole sobre su cuerpo). La banda y su equipo quedaron abandonados en plena carretera, a varios grados bajo cero. La única distracción fue ver a James Hertfield, enajenado por los litros de vodka digeridos al seco, en calzoncillos y calcetines, intentando golpear al conductor del autobús al culparlo de lo sucedido con su amigo bajista.

El duelo de los sobrevivientes lo cargó consigo Newsted. Recién reclutado para hacerse cargo de las cuatro cuerdas, debió cancelar cuentas ajenas por consumo de bebidas alcohólicas, recibir golpizas maleteras (y metaleras), bautizos permanentes, botellas derramadas sobre su cilindrada chasca, bromas pesadas sobre el escenario y capas de guitarra eléctrica cubriendo su correcto trabajo, pero demasiado piola comparado al de Cliff: "usa púas y no tiene técnica de dedos", comentaban entre ellos y a su espalda (So I dub the unforgiven...). Un caso emblemático, creemos, de bulling en la historia del rock, imposible de soslayar, más aún al reconocer el talento del afectado. Hay quienes están en el momento incorrecto en el lugar indicado. Jason fue uno de ellos. No había mala intención, se defienden los acusados. De hecho, Hertfield se sintió herido en el alma cuando Newsted decidió abandonar la banda para sobarse las heridas con tranquilidad y tocar lo que quisiera y cómo quisiera. A fin de cuentas, tras quince años de carrete metalero, el primero consideraba al segundo como un hermano del alma, siendo Hertfield ese hijo mayor abusivo que no duda en bajar los pantalones del hermano menor en plena calle y delante de las vecinas agraciadas del barrio, mientras grita “hazte hombre, mariconazo, ajajajajaja…”.

La opción de interpelar a sus seguidores es una manera de decir nosotros somos ustedes y ustedes son nosotros: la gran familia Metallica junta y revuelta, numerosa, excéntrica, variopinta, amachotada, ronca, existencialista. Algo del espíritu punk, si somos justos, de “Garagedays re – revisited”, vilipendiado por algunos por ser inspirador hasta de coreografías bailables, disco breve, el de las caras deformes, precio fijo y de la transición duelo - creatividad. También una forma de evocar al thrash químicamente puro de los primeros discos en “Kill em' all”, “Ride the lightning” y “Master of puppets”, aunque hayan sacerdotes de ferretería que vieron pequeñas traiciones en una que otra melodía, sin imaginar lo que se venía a contar de mediados de los noventa.

Tal era la cercanía que se buscaba alcanzar entre la familia Metallica que, finalizados los primeros conciertos, la banda dejaba entrar al camerino a los fans y éstos, de puro agradecidos por haber recibido tanto metal del bueno, ofrecían el cariño de sus pololas al cuarteto (tal como Anthony Quinn lo hiciera en el papel de esquimal en la película “El país de las sombras largas” con un misionero. Claro que éste, al negarse a recibir ese cariño, terminó con su cabeza reventada en las paredes de hielo del iglú en manos del esquimal. Aunque no vamos a llegar tan lejos, oír una canción de Metallica puede producir un efecto semejante). “Nosotros les decíamos no, no, muchachos, cómo se les ocurre, muchas gracias, son ustedes muy amables”, asegura Lars Ulrich haber contestado al ofrecimiento de chicas para su uso, goce y disposición (saludos, señorita Parra, ve que siempre estoy repasando). Nosotros, desde acá, a todo pulmón, como si fuera el estribillo de unos de sus temas, replicamos:“Sóplame este ojo, rucio motherfucker”.

Para el olvido los roces con algunos fans un tanto hostigosos, porfiados, insistentes y que concluyeron en empujones, palabrotas y uno que otro camote cruzando el aire marino de Punta del Este. “Con el copete me transformo”, parecer ser la excusa del ahora oxigenado James Hertfield, con el pelo recortado y adherido al cráneo con gel, más una barba de chivo y su preocupación por el colegio de sus hijos. Algo parecido para cada uno de estos metaleros en la cincuentena. Si no es el yoga y el hippismo tardío de Hammet, será el tenis y las colecciones de arte de Ulrich. A Trujillo sólo le deseamos empaparse siempre de la filosofía Metallica -una mezcla de Nietzsche, Aristóteles, Marx y Kierkegaard, pero arriba de un ring, despedazándose a nombre de la libertad, la verdad, la moral, la justicia, el existencialismo, la metafísica, las relaciones de poder, la condición de seres humanos y que ha llamado la atención de más de un académico- para poder cargar sobre sus hombros el cadáver del integrante más avezado, inspirado e intelectual de la banda, Cliff Burton, y de un héroe de guerra como Jason Newsted.

Se nota que el tema de la relación con la fanaticada le preocupa a la banda y la contraparte lo agradece con más devoción. Pero no cualquier devoción, sino de la ruda, que se traducen en la clásica agitación de cabeza y en danzas circulares sobre la cancha del Monumental. Esa una devoción de compadrotes, de palmoteos y golpes en el brazo a modo de saludo, tal como cuando la cerveza se sube a la cabeza. ¿Somos o no somos amigos, chuchetumadre?

Pasadito las 9 de la noche, previa introducción de los acordes de “The Ecstasy of Gold” de Ennio Morricone, las primeras notas de Battery se hacen sentir (Cannot kill the family / Battery is found in me /Battery Battery...) y de ahí nadie los para hasta cerca de la medianoche, con el bis colectivo de “Seek and destroy” (Running, /on our way hiding / You will pay dying, / one thousand death...). A estos tipos parece que las cicatrices les hacen mejorar: intoxicaciones, diferencias, acusaciones dentro y fuera del grupo, pololas y esposas que se van, otras que vienen, acomodos, muertes, evoluciones, pirateo, el odioso ex integrante David Mustaine acusándolos eternamente de plagio (el mismo Presidente Obama tuvo que salir a defender el legado de Metallica y poner al colorín en su lugar), derechos de autor resguardados, orquestas sinfónicas reinventándolos, peleas con sellos discográficos, una industria que se los come, no tanto como el paso del tiempo, porque ese sí que puede hacer estragos, sobre todo en las cabelleras. Pese a todo, ahí tenemos de nuevo, bajo los cielos de Santiago de Chile y sobre el estadio Monumental de Pedrero, por enésima vez, vivita y coleando, algo limada y lijada de asperezas, dele que suene, a la banda ¿thrash?, ¿speed?, ¿power?, ¿glam? (por ningún motivo), ¿satánica?, ¿hard rock?, ¿progresiva?, ¿sinfónica?, ¿folk? ¿heavy metal?... mejor dejémoslo en Metallica y nos entenderemos.

Nobleza obliga, Cliff: Bass solo, take one.




Con afecto, dedicado a los metaleros de caset Sony y Maxell sin cromo, Julián Zamora Leiva, Marcelo Romero Rodríguez y Jaime Muñoz Solís. A la generosidad de este último le debo haber degustado los primeros discos de esta fuckers banda de dinosaurios. Una puta larga vida a todos ellos.

Publicar un comentario

1 Comentarios

  1. Enorme y delirante recuento de una pasión musical.
    Muy bueno, estimado amigo.

    ResponderEliminar