Modesto Saralegui, el rechazante de elogios de la calle Esquiú

EDUARDO MOLARO -.

/ Del Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús

La vanidad suele ser un talero que golpea en las ancas de todos los artistas que insisten en galopar sobre las praderas de sus creaciones. Y los artistas de Lanús no se salían de ese molde. A excepción del escultor Modesto Saralegui.

Este artista era uno de los mejores del país, aunque el país entero se empecinara en ignorar este dato. Sin embargo, en cada exposición, sus obras eran elogiadas tanto por los entendidos como por los que no lo eran.

Pero Saralegui no creía en los elogios. Él buscaba la excelencia y su espíritu crítico le gritaba desde adentro que ni él ni sus obras merecían halagos ni reconocimientos.

Lejos de amar a sus "criaturas", Modesto las odiaba tanto que terminaba vendiéndolas a precio vil al sólo efecto de no verlas nunca más.

Algún ayudante llegó a contar que Modesto Saralegui, luego de haber culminado una magnífica escultura, martillo en mano gruñó un amenazante "Esto es una mierda!" y destrozó su obra en quince minutos.

Pero más allá de esto, la gente sólo veía belleza en los trabajos de Saralegui.

Incluso los Muchachos de La Barra Poética de la calle Ituzaingo era grandes admiradores de la Obra de Modesto Saralegui, sin embargo tenían la delicadeza de no hacérselo saber nunca. Ellos concurrían a cada exposición con la romántica voluntad de disfrutar de aquel arte, la metafísica misión de levantarse a alguna mina y la divertida idea de estar cerca de Don Modesto para escuchar sus respuestas ante cada elogio.

El poeta Edmundo Morales, que literariamente hablando ya no le hacía asco a nada, terminó armando una especie de catálogo con las respuestas de Saralegui a sus admiradores.

Entre esos trazos gruesos, recordamos la vez que una señora se acercó al escultor y le dijo:

- Pero qué maravilla, maestro! Esto es lo más hermoso que vi en mi vida!
- Se ve que usted sale muy poco, señora! – respondió Saralegui.

En otra oportunidad en la que Don Modesto había esculpido a una mujer sin rostro amamantando a un bebé, otra dama se acercó al artista y elogió su trabajo con rebuscadas interpretaciones:

- Muy pocos artistas logran representar la Universalidad, Saralegui! Usted, al esculpir una mujer sin rostro, las esculpió a todas. Toda mujer es una madre sin importar los rasgos de cada una. Lo felicito. Todo un símbolo!
- Lo qué? – respondió incrédulo Saralegui.
- Pero, vamos! Su genio lo llevó a no esculpir un rostro definido. Con esa genialidad, logró que todas nosotras seamos esa mujer.
- Nada que ver, señora. Los rostros son la última cosa que dibujo en mis esculturas. Y como ésta en particular me tenía podrido, la dejé así de puro perezoso nomás.
- Ay! No se haga el humilde! Vamos! Dígame, entonces ¿ qué representa para usted?
- Mire…si me paga los 150 Australes que dice la etiqueta, esto representa un asadito el Domingo con mollejitas y vino tinto.

Pero más allá de estas inofensivas anécdotas, lo que muy pocos pueden olvidar fue aquella vez en que Don Modesto fue tan elogiado por un crítico que lo terminó cagando a trompadas en plena exposición.

Algunos veían con desagrado el carácter de Saralegui. Pero no debemos olvidar que en estos tiempos las buenas gentes prefieren a los mediocres simpáticos que a los genios hoscos; a los imbéciles que se creen geniales antes que a los verdaderos genios que dudan de haber alcanzado aún la excelencia.

Una tarde de Abril, sin embargo, el prodigio se hizo presente. Don Modesto culminó una escultura y luego, acuclillado ante ella, lloró de emoción.

Aquella noche se acostó con la melancólica felicidad de haber logrado su Obra Perfecta.

Pero al otro día ya no despertó.

Los adoradores de historias románticas soñaban que Saralegui había esculpido la imagen de su madre y que la emoción ante el hecho lo llevó a la tumba. Los metafísicos de dos con cincuenta aseguraban que el escultor ya había cumplido su propósito ante el Universo y que por ello –una vez cumplimentado dicho trámite - le había llegado la hora de pasar a otro plano.

Los muchachos de La Barra Poética nada dijeron.

Sólo lo lloraron en silencio.

Imagen: Lino Enea Spilimbergo

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1 Comentarios

  1. Un gran artista don Modesto, y que no sepa que lo dije, quizás que respuesta me daría.
    Amigo Eduardo,muy emotivo su relato.
    Saludos

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