Obsesión intelectual

GONZALO LEÓN -.

Plan de operaciones es el último libro de Beatriz Sarlo, publicado por Ediciones Universidad Diego Portales (UDP) y, al igual que otros títulos de este sello, el montaje corre por cuenta de Leila Guerriero. En Fuga de materiales, de Martín Kohan, empezaba con un texto breve que podía dar pistas del espíritu del libro; en una entrevista a este mismo suplemento, Kohan señaló que todo el mérito de aquella recopilación era de Guerriero; ahora la fórmula vuelve a repetirse. Pero lo que en Kohan funciona, acá no. Advertir esto es útil, sobre todo cuando no está en cuestión la calidad intelectual de Beatriz Sarlo, sino la estructura del texto que se presenta. Otra advertencia es que esta breve recopilación reúne textos publicados en su mayoría en los tres últimos años, aunque también hay uno que data hace treinta años y otro inédito.

El epígrafe del título detalla el objeto de esta selección, Borges, Benjamin, Barthes y Sontag, pero lo cierto es que el orden en el interior es Barthes, Benjamin, Borges y Sontag, que tiene que ver con un orden alfabético que fue roto en la tapa y que ojalá hubiera sido roto en el corpus. En todo caso estas observaciones pueden relativizarse e incluso obviarse y centrarse en que la gran virtud de Plan de operaciones es mostrar a una intelectual con todas sus obsesiones: el vanguardismo y la versatilidad intelectual en Barthes, la periferia de Walter Benjamin en la Escuela de Fráncfort, la centralidad de Borges en la literatura argentina, el no someterse “a la deriva posmoderna” en Sontag. Pero también puede apreciarse una escritura, que va cambiando de árida a llana, de seria a tierna.

En este punto vale la pena preguntarse si se puede ser una intelectual conocida por el público o con una dimensión pública, como Sarlo. La respuesta la da ella misma cuando escribe sobre la muerte de Susan Sontag: “Las intervenciones políticas de Sontag se sostuvieron en el prestigio adquirido como crítica de la cultura contemporánea”. En la época en que está fechada este texto, 2005, Sarlo no era la feroz columnista política que había, precisamente, trasladado el prestigio adquirido como crítica cultural, y es difícil saber si hace ocho años imaginaba en lo que se convertiría, con un ringtone de por medio fruto de su intervención en el programa 678 (“conmigo no, Barone”).

Nueva York abre y cierra el libro, lo que deja un extraño sabor. ¿Es tan importante Nueva York para un intelectual? Al principio Nueva York aparece cuando se refiere al libro S/Z, de Roland Barthes. Aquí, como ella misma señala, el intelectual se pregunta “qué es interpretar un texto y nos dice: no es, como se cree, darle un sentido, sino descubrir de cuántos sentidos diferentes está hecho”. En relación a la S y a la Z, la segunda es “una S que pierde sus contornos y adquiere la definición de los ángulos en 45 grados”, pero también como “recorrido inverso y doble”, “leer dos veces”, y por eso que en el texto de Barthes publica dos veces un relato (Sarrasine) de Balzac. Nueva York es producto de dos términos que contienen dos palabras con dos Z: “Pizza y jazz designan un espacio urbano y una cultura”. La crónica inédita que cierra Plan de operaciones es mucho más personal y tiene que ver con el momento en que ve a Sontag en un cine de Nueva York: “Dudaba si me animaría a detener a Sontag a la salida. Por suerte, no lo hice”.

La parte dedicada a Benjamin es similar a la de Barthes, en el sentido de que se dedica a dialogar con el objeto de estudio y a sacar conclusiones. Pero cuando Beatriz Sarlo plantea este diálogo como un murmullo es cuando más parece dominar todo; el murmullo con el otro puede ser el diálogo con uno mismo, y esto ocurre cuando se refiere a Borges y a Sontag. En “Borges después de Borges” empieza con que “Borges no ocupó ese lugar inevitable y central en la literatura argentina que hoy parece haber sido suyo desde siempre”. Sarlo explica la consolidación que se produjo en torno a la figura de Borges, las resistencias de figuras como Sebrelli o Viñas, y su desplazamiento hacia un lugar central en la literatura argentina, después de que obtuviera junto a Samuel Beckett el Premio Formentor en 1961. Pero diez años después aún era cuestionado: “La centralidad, extraña para alguien que fue siempre un marginal, es consecuencia de que Borges resistió las tendencias dominantes de varias décadas, como si estuviera a un costado del mundo”. En otro texto analiza qué hubiera pasado si Borges no hubiera existido y sus descubrimientos son muy lúcidos: Oliverio Girondo y Juan L. Ortiz “probablemente serían las dos grandes líneas poéticas del siglo XX”; Martínez Estrada sería “el gran ensayista del siglo”; “Bioy no habría sido quien fue realmente”, y lo más importante: “La teoría literaria no habría encontrado una obra que le permitiera alcanzar una autoconciencia argentina: pensar problemas teóricos con textos escritos acá”.

En el prólogo de Ficciones argentinas (Mardulce, 2012), el libro que reunió 33 de sus ensayos críticos sobre libros publicados recientemente, Sarlo reconoce que en el corpus tal vez Barthes está citado varias veces (“no conté cuántas”) y como regla general señala: “Es sabido que la crítica literaria le importa a muy pocos. La prosa académica le ha hecho perder vibración”. Los textos sobre Benjamin y Barthes pierden vibración en relación a los sobre Borges y Sontag, de hecho en el de Sontag hay incluso emoción, cosa ¿rara? en un intelectual, y eso le restituye finalmente vibración a su prosa, y hace que el libro, pese a las observaciones, entregue una perspectiva general de una intelectual como Beatriz Sarlo.

Publicado en suplemento Cultura de Diario Perfil y en el blog del autor (02/11/2013)

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