A la rica marihuana

GONZALO LEÓN -.

Hace veinte años leí A la rica marihuana y otros sabores, de Terry Southern. Era una edición de Anagrama que presentaba al autor como uno de los maestros del Nuevo Periodismo. Por esos días yo fumaba marihuana y de vez en cuando la mezclaba con pasta base. En esos años 90 aún estudiaba en la universidad y mi intención era hacer Nuevo Periodismo y fumar marihuana; idealmente fumar marihuana mientras hacía periodismo o viceversa. Pero el tiempo pasa rápidamente y de pronto, una década más tarde, me encontré haciendo crónicas en un suplemento dominical sin fumar nada. Abandoné la marihuana y todas las drogas, a excepción del alcohol. Pero algunos no me creían, decían: Escribes las crónicas fumado, reconócelo. Al principio lo discutía, pero como estuve escribiendo crónicas, entendidas como Nuevo Periodismo, por casi siete años, me cansé y dejé que pensaran lo que quisieran.

En todo caso, este abandono fue progresivo pero muy vertiginoso. Primero, en 2003, lo recuerdo como si fuera hoy, un día desperté a las cinco de la tarde con una resaca. Había estado de cumpleaños la noche anterior y había bebido ron, ron, ron. Era invierno y todo me daba vueltas, así es que decidí tomar una ducha; pero corrí la cortina de la tina con tanta torpeza que me caí hacia adentro, golpeando mis costillas contra el borde de la tina. Me reincorporé con susto: había escuchado relatos de caídas en la ducha, pero nunca de afuera hacia adentro, siempre estas historias eran al revés. Entonces, me dije, no tengo resaca, sigo borracho. Me duché con cuidado y al salir me prometí que abandonaría los destilados: el ron, el pisco, el vodka, el ron. Desde ese día he cumplido con esa promesa. Después de dejar los destilados, un buen día dejé la marihuana y enseguida la cocaína. La pasta base la había dejado en 1993. De consumidor de droga pasé a abstenerme. A veces recaía, pero desde el 2007 nunca más probé nada, básicamente porque me emparejé con una novia que había tenido un problema serio de adicción y no quería dejarla caer en la tentación.

Por esos años 2000 mi mejor amigo fumaba marihuana y yo de pronto lo empecé a mirar con otros ojos. Pese a que él insistía en que la marihuana le hacía bien, que le hacía mirar las cosas desde otra perspectiva, yo le decía que sólo lo volvía distraído. No sé si fue por mi insistencia, pero un día redujo la dosis de marihuana y la reemplazó por cocaína. Otro día me preguntó: Y ahora sigo distraído. Esa vez no le dije nada, sólo sonreí, pero debo confesar que la cocaína lo había puesto más atento y también más paranoico, pero no le iba a decir paranoico. Los problemas se solucionan uno a uno, o al menos eso me había enseñado mi vieja.

Mi relación con la marihuana sufrió drásticos cambios: de consumirla a abstenerme y luego a detestar las iniciativas por legalizarla. Pensaba que para consumir marihuana no era necesario que el Estado lo avalara. Yo lo había hecho, es más con una ex novia habíamos abortado, y que yo sepa, alegaba en situaciones sociales, el aborto tampoco era legal. Creía en un espacio de libertad personal: si por hacer las cosas en las que creía me iba a la cárcel o me pasaban alguna multa, estaba dispuesto a pagar el precio. Curiosamente en esta época comencé a desilusionarme del género de la crónica. Tal como pasó con la marihuana, escribir crónicas ya no me satisfacía. Hablo de hace casi cinco años. Es decir el chico que quería mezclar Nuevo Periodismo con marihuana había desaparecido, o estaba por desaparecer.

Si hubiera leído la reflexión de César Aira sobre la crónica lo más seguro es que la hubiera dejado antes. Dice Aira que el auge de la crónica como género literario coincide con la figura del Entrometido: “El que va a meterse donde no lo llaman, sólo porque no tiene nada que hacer en su territorio propio, y porque nunca le faltan buenas excusas para entrometerse. Es un avatar de la descolonización, tan destructivo como el colonizador clásico. El mismo vampirismo. La misma ignorancia, aunque presuma profesionalmente de lo contrario”. No recuerdo a cuántos lugares me fui a meter. Una vez, creo que fue a fines del 2009, en una marcha de algo en la Alameda un chico en bicicleta se me acercó y, bloqueando mi paso, me dijo: Con tus crónicas estás destruyendo el movimiento social. En ese momento me reí: pensé que si lo que escribía tenía ese poder, el movimiento social era muy débil.

Hoy ya no escribo crónicas ni fumo marihuana, pero me tocó ir a Montevideo a un foro internacional que organizó a mediados de abril la Junta Nacional de Drogas (JND), a propósito de la presentación del reglamento general de la ley de la marihuana. Fui como corresponsal de una revista, y conversé con especialistas: el director del departamento de Cannabis del Ministerio de Salud de Israel, el secretario de la JND y con el prosecretario de la Presidencia de Uruguay. La autoridad israelí dijo que en su país el uso medicinal estaba aprobado, pero el recreativo no, y que creía que el modelo uruguayo, esto es la reglamentación para ambos usos, era importante por motivos de salud, ya que quienes la usan recreativamente estarían fumando de la mala. Y cambié de opinión: ahora pienso que la intervención del Estado en el consumo de la marihuana no sólo es buena, sino necesaria. Así podrá saber uno qué se está metiendo cuando se fuma un porro. En cuanto a la crónica, no he cambiado de opinión, aunque, después de tres años y medio, escribiré una. Así son las vueltas de la vida, de la crónica y de la rica marihuana.

Publicado en Revista Punto Final y en el blog del autor (30/05/2014)

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3 Comentarios

  1. Cambios de opinión constantes, replanteos frecuentes, tomar nuevos rumbos en la vida... todo vale y si a alguien le molesta que se haga cargo de su incomodidad. Yo nunca he consumido sustancias ilegales, lo peor que hice en todos últimos días fue excederme en el consumo de pisco. Que cada uno haga lo que quiera con su cuerpo y que el estado y los que tienen autoridad intervengan sólo en circunstancias que amerite, para que no nos jodan otros y para que no jodamos a otro gravemente.
    Buen escrito, siempre es bueno leerte.

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  2. Honestidad literaria, claridad narrativa, la voz de un potente escritor.

    Saludos cordiales

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  3. Valioso escrito, comparto su posición.

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