Mercadillo del sexo

ENCARNA MORÍN -.

Era sábado por la mañana, pasada con creces la hora del mediodía. Salía del super tirando de mi carrito y me los tropecé de bruces. Fui testigo involuntario de aquella escena puesto que sucedía durante el tiempo en que yo esperaba un taxi.

Estaban en una furgoneta gris tipo todoterreno, muy cómoda, impecable y nueva aunque soy incapaz de precisar marca o modelo. Normalmente no reparo en estos detalles.

Él tendría algo más de setenta años, muy corpulento, con unos kilos de sobrepeso, estaba sentado en la parte trasera del automóvil cuya puerta permanecía entreabierta. Ella acababa de salir del supermercado con una pequeña bolsa en la mano y mantenía una improvisada conversación a voces con él.

-¡Qué te bajes de ahí te digo! Que tengo prisa ¿Es que no lo entiendes? Ahora no, que está mi hijo esperando por las chuletas. Dentro de una hora si quieres me llamas.- Su voz era resquebrajada y cascada y, además, vociferaba a pleno pulmón.

Deduzco que la intención de él era que pasara a la parte trasera de su coche, bien protegida por cristales opacos. Debía ser una emergencia puesto que estaba mal aparcado y justo en la parada del bus. Con voz queda insistía, sin lograr convencerla, en que subiera con él.

-¡Que ahora no, ya te lo dije! ¡Bájate ya de ahí y sube delante! Tú me das cinco euros y vienes más tarde. ¿Qué no puedes en una hora dices? Pues me llamas cuando te venga bien.

Supongo que él le debió pedir un poco de mesura, porque ella exclamó:

-A la mujer no le importa nada. Señora, mire para otro lado - la señora era yo-.

Soltó su coleta dejando escapar una buena mata de pelo, mitad teñido y mitad cano. Le pasó el cabello por la cara al tiempo que le instaba a olerlo.

-¿Qué no te huele bien mi pelo? ¿Cómo qué no? si me he puesto una mascarilla especial. Dame cinco euros que me voy.

Logró que él bajara del auto y saliera a la calle. Se trasladaron al otro lado del coche, fuera de mi vista y no pude de ninguna manera saber de qué hablaron, aunque se seguían escuchando las voces de la buena mujer de forma intermitente.

Unos escasos minutos más tarde él ocupó su asiento de conductor y ella le despedía, ahora un poco más amablemente.

-Bueno, pues si quieres me llamas más tarde. Me voy a hacer la comida. Le das saludos a “aquella”. ¡Adios rey! No te enfades, si sabes bien que ninguna te trata como yo. Bueno… me voy que tengo prisa. -Por primera vez esbozó algo parecido a una sonrisa-.

Antes de despedirse definitivamente puso dos dedos en sus labios y los trasladó a los de él. Avanzó con cautela para cruzar la calle y ahí fue evidente su acentuada cojera. Vestía toda ella de negro y marrón, pese a ser pleno verano y con treinta grados.

En el momento de cruzar la calle, un coche paró suavemente para dejarle paso. Y de forma instintiva hizo el mismo gesto de los dedos hacia sus labios, arrojándole un beso al joven conductor. En una mano llevaba su bolsa y en la otra, bien apuñados, sus cinco euros tan reclamados.

Cualquier ojo crítico podría pensar que tenía voz de fumadora, una dentadura incompleta, que su pelo parecía reseco y que necesitaba tinte hacía varios meses, iba desaliñada y era hasta muy áspera en el trato. Pero se sentía una diosa, importándole muy poco lo que pensaran de ella. Imponía sus condiciones y además hacía lo que quería. Podía decirle que no a esta hora al impetuoso e improvisado cliente, que además parecía ser un asiduo. A todos les decía lo que quisieran escuchar. 

Él cogió rumbo en su lujoso coche. Se fue por donde mismo vino. Quizá consiguió al otro lado del auto, lejos de mi curiosa mirada, que ella le dejara magrear alguna parte de su cuerpo, o bien que le diera un beso casi furtivo y apresurado. Algo, lo que fuera, con el fin de no irse de vacío. Además pagó por el servicio. Ahora ya estaba todo en su sitio: misión cumplida. Una de sus múltiples canas quedó en el aire. Las otras las guardaba para próximos escarceos. Pese a sus muchos años seguía sintiéndose vivo. Y esta loquita, por algún motivo, tenía algo que le atraía como un imán y le hacía sentir el rey por el módico precio de cinco euros.

Fotografía: Kristhóval Tacoronte

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4 Comentarios

  1. A la señora no le importa que te haga rey por cinco minutos o euros.

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  2. La negociación rindió su fruto. Lo importante es alimentar las razones que nos hacen sentir vivos. Buena mirada narrativa al paso de los acontecimientos. Un abrazo fuerte, querida Encarna.

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  3. El acontecer cotidiano es una gran pantalla. No hay que inventar casi nada, solo observar el mundo de con afecto. A nuestro alrededor pululan miles de historias de vida que tienen su propio interés. Abrazos querido Jorge.

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  4. Anónimo14/7/14

    formidable

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