Nicola Desiderio, el boxeador pacifista de la calle Bernal

EDUARDO MOLARO -.

/ Del Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús

Removiendo las cenizas de aquellas hojas del Atlas, que apenas resultan legibles por el pirómano paso de aquellos funcionarios del Universo que no quisieron dejar ni una huella de la verdadera historia de Lanús, nos hemos encontrado con ciertos testimonios sobre un deportista muy singular: Nicola Desiderio, el boxeador de la calle Bernal.

Muchos se preguntaban cómo pudo este púgil llegar a estar noveno en el Ranking argentino sin haber pegado casi ningún golpe.

Según las crónicas, Desiderio cultivaba en su vida personal determinadas creencias, exhibía determinadas devociones de índole espiritual, atesoraba una combativa adhesión a distintos movimientos pacifistas y era portador de una profusa adoración por los buenos culos femeninos.

Y su carrera pugilística parecía ir de la mano de este inventario personal. Nicola no sólo era un verdadero caballero deportivo, sino que además sus escasos golpes eran al sólo efecto de puntuar. Jamás en su vida noqueó a nadie (A excepción de sí mismo, aquella vez en que abusó de la caña Legui) y era un verdadero artista a la hora de esquivar los golpes del adversario.

En este rubro, muchos encontraron un parentesco con el afamado Nicolino Locche, a quien – según algunas crónicas no oficiales – enfrentó alguna vez en una pelea amateur totalmente olvidable, mitad porque casi nadie la vio y mitad porque dos pugilistas que no se pegan suelen producir casi el mismo aburrimiento que el de bailar con nuestra propia hermana.

Pero su pelea más gloriosa fue ante Sofanor ¨el rompehuesos¨ Magaldi, en la Federación de Box. Dicen que en esa velada Nicola enfureció tanto a su rival evitando cualquier contacto, que el desesperado grandulón Magaldi terminó noqueando al árbitro de la contienda con un uppercut tal vez involuntario, pero extremadamente eficaz, en la mejilla del sorprendido referí, que cayó redondamente desmayado.

También se dice que en ese instante de confusión, cual esgrimista que besa a su rival con un florete inofensivo de punta esférica, nuestro Nicola Desiderio aprovechó para dar su único y suave golpe en el mentón del gigantesco Sofanor Magaldi. Golpe ( o estocada ) que, es necesario decirlo, le permitió ganar la pelea por puntos en fallo inevitablemente unánime. 

Pero Sofanor no se quedó tranquilo y se armó un apoteótico revuelo. Desde un rincón voló un banquillo, Sofanor comenzó a golpear todo lo que se moviera sobre el ring, mientras Heráclito D´Exceso y el Tano Brazzuto ( concurrentes allí en carácter de amigos de Nicola ) se llevaban al pacifista Desiderio hacia territorios menos peligrosos, para luego volver ellos - ¡ fieles a sus tradiciones! – a trenzarse en divertida y multitudinaria batalla sobre el escenario boxístico.

En la Platea, el poeta Edmundo Morales - también amigo de Nicola Desiderio y hombre más afecto a otros deportes menos violentos, pero acaso más peligrosos – le recitaba versos lujuriosos al oído de la esposa del enorme Magaldi, una morocha llamada Matilde o acaso Susana, de pocas luces y mucho escote.

Pero el grandote tenía otros problemas mucho más importantes que el de preocuparse por la putés de su esposa. Arrodillado sobre el ring, vencido en todos los aspectos, y con el Tano Brazzutto que ya le había apoyado el revólver calibre 38 en la sien izquierda, apenas pudo ser indignamente salvado por la intervención de su madre, que subió al ring y le imploró al viejo sabio de la calle Piedras que le perdonara la vida a su hijo.

Derrotado por puntos, cagado a palos por peleadores amateurs, humillado ante la gente, poétca y literalmente cornudo, y salvado por su madre, el mitológico gigante hubiese preferido que Brazzutto jalara el gatillo.

Nunca más boxeó. Acaso fue visto alguna vez vendiendo golosinas en un colectivo o tal vez en el tren. Dicen que la morocha de pocas luces y mucho escote lo dejó por un Contador Público.

Pero el destino también pasó por ventanilla en cuanto a la suerte de Nicola Desiderio.

Apenas un año después de aquella histórica pelea, nuestro héroe – aquél que evitaba todos los golpes, aquel que desairaba y ridiculizaba al pegador más preciso - no pudo esquivar la piña de la muerte, que esta vez vino vestida con las ropas del Tren ¨El marplatense ¨ que Nicola no vio al cruzar la barrera de Castro Barros.

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