Patria: este patíbulo

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Nada mejor para el alma divertir, en tiempos de oprobio y desatada iracundia donde la repetidera sin fundamento grita mentiras desvergonzadas y empobrece la ilusión de la vida, que volver a la compañía sin condiciones de la poesía. En su revulsivo remanso se esconden remolinos y destellos que anuncian sentidos nuevos a la existencia, que hacen el dolor intocable y la alegría insobornable.

Como la poesía pasa de contrabando llega sin licencias ni anuncios, igual que los sueños que se saben esperados siempre. Arrojan el clamor de músicas que necesitamos, aunque no se sepa de la necesidad.

De esas visitas bienvenidas, hay algunas que traen restos de viajes anteriores y le ofrecen al lector (¿se lee la poesía?) una totalidad rica en desintegraciones y significados.

Y llegó La Mala Parca, el libro de poemas reciente de Santiago Mutis Durán. Noble y bella edición hecha por la Casa nacional de las letras, Andrés Bello, de Venezuela. Maravilloso milagro que encuentra el papel para la buena noticia de la poesía y le escasea para el inventario de hechos tristes en que a veces se convierte la prensa.

Camino con la poesía de Mutis Durán, desperdigada como ventisca de invierno, en poemas; en cajas de madera y vidrio donde encerró funámbulas que se columpian para alcanzar una estrella, ballenas sin manada, muros con ventanas por las cuales uno se asoma al recogimiento del llanto; en ensayos que son un manifiesto de reclamo al descuido de la vida y los seres; en revistas recomenzadas cada vez; desde hace los años del tiempo de la poesía que se mide sin calendario.

Conservo los acercamientos al surrealismo con sus sonámbulos conductores de tranvía, sus astros de insomnio, sus ahondamientos en lo monstruoso de la realidad no vista, que le ofrecían Bosch, Ernst, Varo, Magritte, Tanguy, Carrington, Chagal. Aún era temprano para saber que en la autonomía desprendida de esas creaciones, Santiago había entrevisto lo sagrado, no señal de cielo, si poder de la tierra, de lo humano solitario.

Fueron inevitables los poemas de hombres abandonados a los cuales un camión de mudanza les desalojó el corazón y aprendían a conversar con los luceros. Los pechos escurridizos entre los naranjales. Las rosas rojas en el bidet con grietas.

De esa atarraya que tiró al mar infinito surgieron los animales del mar tibio, es decir los que fueron atrapados no por estar extraviados en las corrientes. Con delicadeza extrajo a Ramírez Villamizar y Rojas Herazo; a Wideman y Volkening; el ruido de carambolas de Saturnino y el paisaje de sufrimiento de Obregón.

Hasta esta poesía honda y reveladora, de desnudo enfrentamiento con la vida. Poesía de ceniza de ángeles, que cierra con la consigna tremenda que adoptamos: Sé más/ de lo que la vida/ te quita.

Ves los secretos de la vaina¿?

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