Delito por besar

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

En la locura – está palabra hace tiempo es insuficiente para designar lo que sigue – de aniquilamientos del ser humano; en la ausencia de compasión; en el deambular vacío entre ruinas; pequeños incidentes que crecerán en su capacidad de odios, de abolición de las alegrías de la libertad, pasan desapercibidos.

En el mayo de primavera y revoluciones, una actriz iraní, Leila Hatami, fue jurado del Festival de cine de Cannes. Personaje de la espléndida cinta, Una separación, compartió con la directora, muy admirada, Jane Campion.

En los protocolos de inauguraciones y alfombras, Hatami fue saludada de beso por el presidente del Festival, Gilles Jacob, de 83 años.


La fotografía que registra el saludo muestra a un Jacob de noble calva, cercada por una cinta de cabellos blancos bien cortados, como los de san Antonio ( el santo al cual recurren las señoras cuando extravían el moño), de espalda, poniendo su mejilla derecha en la mejilla izquierda de la actriz iraní. Sin abrazo.

El gesto, cercano a las ternuras de abuelo no tiene sombra de libidinoso. Los abuelos sin mayores perversiones que una repentina picardía, inane, por lo regular han expulsado de su memoria cualquier deseo que les cause sufrimiento. Se protegen y llenan su vida de otros goces sin ansiedad.

Un saludo así fue interpretado por las universitarias iraníes como un beso que merece para Leila, una flagelación pública. Hay que advertir que las convicciones ajenas deben respetarse. La verdad es que cuesta no tratar estos debates con un poco de humor. Se hace el esfuerzo de comprenderlos, de no imponer ni siquiera la libertad.

Lo grave consiste en que la petición de castigo no es letra de cartel. Las estudiantes musulmanas han demandado, ante la fiscalía, un proceso contra la actriz por besar a un hombre en público. La justicia penal islámica estipula cárcel para este beso.

No creo que las mejores costumbres sociales, dignas de imitación, sean todas las de la civilización occidental y cristiana. Pero si espero que en los desarrollos internos de cada sociedad se pueda distinguir entre la regla religiosa, aunque sea la fe del Estado, de la regla jurídica que en definitiva protegería a la sociedad. Por estos días del mundo, desde acá, uno se pregunta: ¿Qué protege esa sociedad que prohibe y condena un beso en público? ¿No cuentan, acaso, la intención y las circunstancias?

Para occidente, el beso envuelve una cantidad de significaciones. No siempre es manifestación del deseo o erotismo. El beso de Judas, de hombre a hombre, fue una traición vil. El de la serpiente a Cleopatra ¿?

Las imposiciones del velo, el chador, que oculta a las mujeres de la cabeza a los pies, considera que el pecado entra por los ojos y que su tentación es solo la mujer. En esta época donde tenemos enamorados de las cabras, o las burras de Gómez Jattín.

El beso: artilugio que conmueve.

Imágenes: 1. Leila Hatami
                2. Leila Hatami y Gilles Jacob

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