Dubois, letra que con sangre entra

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.

Si alguien lo dijo antes y en buena forma, ¿para qué desgastarse? Nos colgaremos del escritor Ernesto Sábato a través del narrador de su novela “El túnel” y diremos que la motivación de esta crónica es Emilio Dubois, el francés que asesinó a cuatro inmigrantes europeos en tierras chilenas a inicios del siglo XX. Suponemos que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitarán mayores explicaciones sobre su persona. Aun así, nosotros daremos algunas, aun a riesgo de volvernos porteñamente monotemáticos.  

Creemos –siguiendo esta intervención forzosa a la sintaxis de Sábato- que ni siquiera el diablo sabe lo que ha de recordar la gente ni por qué, asumiendo que no hay memoria colectiva, sino más bien una forma de defensa de la especie humana. Aún más, descartamos –a partir de la frase “todo tiempo pasado fue mejor”- que antes sucedieran menos cosas malas, sino que la gente las echa en el olvido. O las transforma, decimos ahora nosotros, las adecua a sus propias necesidades, carencias y anhelos.

Como aquel muchacho que coincidió con nosotros frente a la tumba de Dubois, ubicada en lo más alto del Cementerio Número 3 de Playa Ancha y con vista panorámica al camino La Pólvora, instruyendo a un amigo sobre las acciones del personaje cuyos restos descansan -se supone- bajo un mausoleo de construcción irregular, lleno de placas de agradecimiento, adornos, flores nuevas y marchitas, peticiones y recuerdos coloridos, desde hace más de un siglo:

-Dubois se piteaba a los especuladores, a los ladrones de cuello y corbata que le robaban a la gente pobre -comentó en voz alta, con la evidente intención de que nosotros también le oyésemos y así no nos arrastrara el persistente murmullo del Pacífico, dominando el acantilado extendido a nuestra derecha. Dentro de las potenciales víctimas del francés, si su fantasma aún merodeara por las esquinas del plan de Valparaíso, el joven mencionó a un ex Presidente de la República, a los dueños de las Isapres (empresas dedicadas en nuestro país a la atención comercial de la salud), de las administradoras de fondos de pensiones y de los retails-. La especulación, uno de los peores actos que puede cometer una persona, ni antes ni ahora ha sido castigada por la justicia chilena. Por eso estamos como estamos y tienen que aparecer personajes como el Dubois (sic) para poner las cosas en su sitio.

Entre tanta mitología, especulaciones (mentales no financieras, aclaramos, para no ser merecedores del pulgar abajo del muchacho) y elucubraciones varias, exprimamos los hechos en toda su crudeza: durante 1905 y 1906 se produjeron en Chile los homicidios de Ernesto Lafontaine (francés, comerciante y primer alcalde de Providencia), Gustavo Titius (empresario alemán, cuyo cadáver fue encontrado con sus manos cercenadas), Isidoro Challe (comerciante francés) y Reinaldo Tillmanns (comerciante inglés, conocido antes del crimen por la sanción que recibiera del promotor fiscal por exhibir en la vitrina de su tienda una reproducción de mármol de la obra escultórica Las Tres Gracias, cuyas figuras estaban desnudas, algo considerado contrario a las "buenas costumbres"), con una policía desorientada y una opinión pública exigiéndoles resultados. El primer asesinato ocurrió en Santiago y los tres restantes en Valparaíso, aunque finalmente el puerto acabó por absorber como escenario la totalidad de la historia, como lo demuestran las visitas guiadas de carácter patrimonial, artístico, turístico y detectivesco, a módicos precios y para toda la familia, en pleno siglo XXI.

Cacería

Pese a su avanzada edad, el excelente estado físico del dentista Charles Davies evitó que su nombre se agregara al obituario creciente y forzoso de Valparaíso. El incidente ocurrió después de la cena, cuando el anciano escuchó sonidos al otro lado de la puerta de entrada a su consulta y residencia, ubicada en el segundo piso del Hotel Dimier (el primer piso lo ocupaba una tienda con artículos de regalo, donde luego funcionaría el tradicional Café Riquet y hoy convertido en una sucursal de una cadena de farmacias). Con la idea de sorprender al invasor, Davies abrió la puerta de improviso y recibió de respuesta un golpe en la cabeza que lo aturdió por unos segundos. Gracias a sus gritos de auxilio, este incidente contribuyó a la solución del puzle policial hasta entonces abierto, mediante la persecución por los alrededores de la Plaza Aníbal Pinto, encabezada por un agente de policía y la colaboración de un par de transeúntes, de un individuo de mediana estatura, sumamente grueso y fornido, impecablemente vestido con sombrero y chaqué, pelo rizado y frondoso y -he aquí su marca registrada-: mostacho y barba puntiagudos.

Una vez puesto a disposición del juez del crimen, Santiago Santa Cruz, el detenido se identificó como “francés, soltero, treinta y ocho años, mendigo”. Al momento en que la policía allanó su domicilio, fueron encontrados un laque (arma consistente en una bola de acero unida a un mango de goma), un manojo de llaves, candados, limas triangulares, una lija, un esmeril, sierras de joyero, pilas para linternas, un juego de cerrajería, además de una libreta con los nombres, direcciones y horarios habituales de personajes connotados de Valparaíso, donde estaban incluidas las víctimas. El detenido argumentó que se trataba de herramientas propias de un "injeniero en minas", actividad que, según él, había desarrollado en otras latitudes, antes de arribar al país, claro que sin haber puesto un pie en un aula universitaria, sino sólo a través de la práctica. La existencia de la libreta, agregó, se debía a sus "relaciones comerciales" con los nombres consignados. 

Tras una investigación de siete meses, con toda la atención periodística y social puesta sobre la acción de la justicia, más un feroz terremoto a modo de interludio, Emilio Dubois Morales –también conocido como Émile Dubois Murraley y Luis Amadeo Brihier Lacroix- fue condenado a muerte por los delitos de robo, intento de robo, injurias graves y homicidio. La sentencia se cumplió ante el pelotón de fusileros la mañana del 27 de marzo de 1907.

Hasta aquí la historia y se abren paso los escritores.

(Continuará)



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