El cónsul honorario

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Octubre, por motivos endebles del calendario, es un pretexto para recordarlo.

Fue comunista, católico, y andariego impenitente. Aceptó la existencia de Dios como medio para acercarse a la verdad. Alguna de sus misiones tuvieron las ambigüedades del espionaje. La búsqueda de un elemento para una novela lo condujo a un leprocomio del Congo. Nada extraño para alguien que consideró la escritura como una forma de acción. Después de la última guerra europea, una sala de cine al borde de la Ringstrasse, en Viena, pasa cada día una película basada en su novela El tercer hombre.

Uno de nuestros escritores, al referirse al que recordamos, dijo que le debía el conocimiento del trópico. Un elogio al venir de alguien de quien Ernesto Volkening, en uno de sus clarividentes ensayos, afirmó que había desembrujado el trópico.

Lo anterior podría verse en dos novelas: El poder y la gloria, y Los comediantes. Una ocurre en México y la otra en Haití. Y sin duda su retrato del general Torrijos y de las últimas, ambientada en Panamá, El capitán y su enemigo.


Contaba las palabras al terminar su jornada diaria que concluía después del mediodía. Hacía un largo desayuno, mientras tecleaba, de café cerrero y ginebra. Fue fiel a la Gordon hasta el día en que lo invitaron a Centro América a colaborar en la solución de un secuestro. El avión en que viajó tenía una ginebra holandesa, Böll, envasada en frascos de cerámica. Lo sedujo para siempre. Algún secreto debía guardar esa bebida, de la cual aseguran que sostiene el ánimo optimista en las mujeres y los varones deben aprender a medirla para no deprimirse. Que lo digan los poetas.

La verdad es que cuando conoció a Fidel Castro, la primera pregunta del viejo comandante al escritor avanzado en años de edad, fue si comía abundantes verduras, hacía dieta de carnes rojas, y cuántas pedaleadas de bicicleta al día. Como ambos tenían una estatura a buena distancia del suelo, pudieron mirarse directo a los ojos. Los del escritor entre pícaros y melancólicos, de cierta transparencia, que mantuvo abiertos al sol del Caribe que ponía rosada la piel blanca, mientras respondía: ningún ejercicio y ginebra en la mañana.

Para muchos lectores, la novela preferida es El factor humano. Me gusta, una afirmación del poder, adverso o sublime, de una condición desatada de toda tiranía externa, por más esfuerzos que hagan los sistemas y los imperios para doblegar y sujetar. Pero me llama Brighton, parque de atracciones. Uno de esos finales memorables, que estremecen la sensibilidad, o la fundan.

Ahora que recorro, pregunto: ¿ Cuándo las escuelas reflexionarán sobre “ el periodista aficionado está más cerca del escritor que el periodista profesional, pues tiene entera libertad en sus movimientos y en sus opiniones”.

Imagen: Graham Greene

Su sombra, en el muelle de Antibes, defiende a las mujeres de las mafias del juego.

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