Tabaco y ron

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.

Jaime Luis, luego de contarme de Cristos nuevos, preste y misachico, el Gran Poder, la cárcel de Palmasola, pavimentar la cancha de juegos del penal del Abra, solidaridad con los privados de libertad y más, enciende cohetes metálicos, acomoda las mechas como para dinamitar el universo, y revienta la noche para despertar a los achachilas del frío que nieva en el Tunari. Luz que sube vertical hacia el silencio, explosión y de nuevo el silencio; parece, si los hay, que los espíritus de la montaña, del aire o de la lluvia no dejaron de soñar. Al ruido le sucede sólo humo. Me gusta, dice el cine de Coppola, el olor de pólvora en la mañana.

Jaime Luis persiste en su imaginación del sonido. Narra de un pronto septiembre, donde nacerá su Cristo, y los bronces de las bandas, cuatro bronces ya, en estruendo de carnaval, anunciarán el nuevo mesías que trashuma las calles libre de clavos y madero, flotando en una cruz irreal, surreal, que igual a Magritte tiene connotaciones de ventana, por donde -quizá- escapa la muerte. Sutil alegoría para una campaña que busca dignidad para los presos.

Continúa con Tiraque, el impiadoso estruendo de la fiesta que rememoro en "El señor don Rómulo". Quiero, asegura, el día por venir, un festín igual al de tu libro, el ambiente plagado de ritmo, sudor, polvo, primaria afición de vida. Otro cohete en la noche. Luz vertical. Luz estrellar (estelar).

Cochabamba siempre la misma y cada vez diferente. Adentro, casa de Magda, la cueca se materializa en acordeón y piano. Jorge Zabala, espejohumo, lustra en mitad del baile sus zapatos para respetar el son. Alguien, que cumple cuarenta, rememora a Dostoievski, la inmoralidad de vivir cuatro décadas seguidas; vivirlas, una de vez en cuando, no sería malo, y hasta se podría hacerlo eternamente, pero juntas, con el dolor de mujer, de tantas únicas, y el doler en general, no sirve. Sino que lo diga Huáscar cuyo rostro se amiga con la lágrima cuando lo tenaz de la nostalgia le atraviesa las pupilas. Chino Néstor Murillo y Franz, su hermano, se han convertido en guerrilleros del recuerdo, tu silla contra mi silla y la voz de las memorias que flagela pero enternece.

Noche de sábado de Cochabamba de despedida de te extraño y te escribo de te leo y no me lees, de Proust, Evo Morales, socialismo y caderas que echan el humo de los cigarros de un lado a otro mientras tres botellas de ron se evaporan en los cuerpos.


10/08/03
Publicado en Opinión (Cochabamba), agosto, 2003

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4 Comentarios

  1. Anónimo30/10/14

    Me gusta mucho la forma en la que narra, es algo trite pero al mismo tiempo lleno de imagenes con colores, olores y sabores. Es un placer leerlo :)

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