Bitácora de un Lunes trasnochado que se niega a terminar (continúa...)

GABRIEL PRACH -.

Estuve buscando el tiempo, pero es tan contradictorio. La suma y resta de mis tiempos siempre da cero. Es la manera infame que tiene la vida de ahuyentar las ilusiones que aún me quedaban contigo. Confieso una apatía miserable a estas alturas, como que el espíritu inquieto y mordaz está vencido. Y la culpa como siempre es del otro, pero mía también, muy mía, muy de acá adentro. Que en estas cosas las palabras sobreviven a duras penas, se pierden enmarañadas entre odios y olvidos, ensañándose de paso con los restos que quedan inertes en el camino. Son como buitres, los otros buitres que acechan a la memoria tuya y mía. Comprendo al fin que la palabra nuestra no cabe aquí pronunciarla.

Y si me voy al sur por ponerte un ejemplo, si me voy a la chucha para ser más exactos, tú sabes de qué hablo. No es un compromiso la verdad, tómalo como una estrategia de sobrevivencia. Ya sé lo que dirías, pero la verdad ya no importa. Es que tengo que irme al sur, al norte o a la conchetumadre si es preciso que ya no puedo estar aquí. Como broma es mala lo sé, pero hace mucho no estamos para risas. Tengo que irme. Es un respiro necesario, una paz urgente. Gracioso esto que la paz sea urgente, cuando lo urgente era la guerra tuya y mía, esa que teníamos sobre las sábanas sudorosos y bestiales. 

Es la manera del olvido que late en la marcha imparable del bus en la carretera. La manera cruel de la indiferencia bombardeada por nubes grises de agua. Reviso entonces para atrás y sufro un poco, sólo un poco. No me quedan ganas ahora.

Me voy, si, ya me voy. Pero hay una cosa que no se me olvida, es tu llanto al llegar sentada sobre mi y tu abrazo y tu paz al dormirte.


Imagen: Emil Ludwig Kirchner

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