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ROBERTO BURGOS CANTOR -.


El domingo pasado, Rodrigo Uprimny ha escrito sobre la dignidad ética de Alejo Durán. El episodio al cual se refirió fue contado, años antes, por Ernesto McCauland.

Las anteriores dos líneas me obligan a preguntarme: ¿En quién me centro, Alejo, Rodrigo, Ernesto, el episodio?

La atractiva encrucijada me replica con el guiño de la realidad de espejos múltiples del Caribe, sus expresiones que apuntan, quizás, a lo infinito. Islas que se repiten, como escribió Benítez Rojo; islas encalladas como investiga Alberto Abello. Es decir, la aspiración a la totalidad es una búsqueda compleja.

Que Uprimny no escatimara nada a la ejemplar conducta de Alejo es apenas parte de su limpia lucha por la justicia y el recto entendimiento del Derecho que él adelanta con lúcidos raciocinios.

Que McCauland rescatara el episodio, ocurrido en una provincia lejana dentro de un concurso de acordeoneros, muestra su ojo de escritor que escoge de la tumultuosa realidad, el detalle significativo.

El hecho, memorable, ocurrió en la tarima de los concursantes, en la plaza con árboles de mango de Valledupar. Alejo interpretaba uno de sus cantos inolvidables, Este pedazo de acordeón, cuando se le escapó una nota falsa. Sin aspavientos soltó el acordeón y por el mismo micrófono que su voz y tonos inconfundibles cantaba, donde tengo el alma mía, levantó las manos con las palmas hacia el público, como disculpándose, y orgulloso anunció que él mismo se acababa de descalificar.

Esa circunstancia, de las entrañas de lo popular, de unos seres, una naturaleza, formas de vida, que la soberbia de una ilustración mediocre llama elementales, sirvió al profesor Rodrigo para mostrar como pasamos de la nobleza a la canalla. A un intento de sociedad balbuceante, o gaga, que perdió las distinciones básicas del bien y del mal y sacrifica el honor al desvergonzado ejercicio del impudor y la estupidez.

Encontrar el ejemplo de lo ético en el contexto relatado tal vez tenga más poder de ejemplo y sirva para despertar la conciencia colectiva, si algo queda, y la vergüenza y el arrepentimiento por los transgresores de hoy.

Hay que recordar que en Colombia, un Magistrado fue destituido por permitir en un caso de fuerza mayor que una secretaria estuviera dos días más de licencia. Y un Contralor de la nación por asunto parecido.

Los músicos de la raza de Alejo tenían un vínculo amoroso con el paisaje. Hoy lo llaman territorio. Componían y cultivaban. Existía un ideal de vida. Así Pacho Rada, Luis Enrique Martínez, Andrés Landero, Juancho Polo Valencia, Emiliano, Leandro. Como el amor era la ambición, les importaba menos la economía. Por esto lo de hoy no es vallenato. El mundo que le dio forma desapareció en los horrores del crimen. Es infructuoso renovar vínculos del amor, la amistad, el verano, la primavera, como química de comidas que llaman fusión. Apa.

Imagen: Alejo Durán

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