Escribir cuentos

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.

Un autor cochabambino me envía un texto de Roberto Bolaño sobre el arte de escribir cuentos. Hasta hoy no leí al escritor chileno. Una conversación epistolar, quizá imaginaria, con Roberto Piglia viene a ser toda mi aproximación. En ella Piglia se extiende erudito acerca de Borges, la política, la historia, el gauchaje y el tango, en medio de cinematografía y otros detalles.

Bolaño sugiere leer a Horacio Quiroga. Recuerdo que hablando del mismo tema, Quiroga no aconsejaba nombres sino una férrea disciplina creativa. No daba espacio para lo que interesadamente se denomina inspiración, hecho que lo acerca a opiniones de Oscar Wilde, a su vez notable cuentista.

La lista de Bolaño es irrefutable: no se puede negar a Chejov, al mismo Quiroga, a Borges o Alfonso Reyes. Apruebo su especial selección de Marcel Schwob, pilar de mi experiencia literaria, y al Licántropo, Pétrus Borel, poeta y cuentista extraordinario cuya estrafalaria presencia Bolaño indica seguir, así como su arte. Acusa a quienes se precian de haberlo leído sin conocerlo, a él o a su reducido círculo de creadores, le Petit Cénacle, donde elucubraban sueños turbios e imperios deshechos Nerval, Borel y Gautier. Puedo decir, en descargo mío, que fui fervoroso lector del hombre-lobo, hombre perro que murió de hambre en las arenas del norte africano, apenas recordado por su amigo Téophile Gautier. Lo leí en la ajetreada Buenos Aires de veinte años atrás, cuando buscábamos un bote, un barco ebrio que nos arrastrara por el mundo de la aventura y del amor, lejos de casa. Champavert-Cuentos inmorales, de Pétrus Borel, que hizo pasaje en mi mochila y sacón, terminó en manos de otro poeta extranjero, Juan Araos, en noche de charla donde se hablaba de Kafka y Max Brod, en peculiar y andina villa apodada Cochabamba, o tierra de lodo negro donde se hunden los edificios altos... casi una metáfora.

Acepto su desdén por Cela y tal vez hasta por Umbral, pero no su falta de no mencionar a Babel. Cierto que no se puede incluir al universo y que sólo se dan pautas a seguir, pero considero al judío odesita imprescindible, e imprescindible a Schulz, a Katherine Mansfield, Arlt y a Pilniak. Varios cuentos de García Márquez son olvidables, como recordables algunos de Pierre Mac Orlan. Vaivenes del más difícil gremio, el de escritor.

Cómo escribir un cuento es casi enseñar a vivir. Sin embargo no saber escribir cuentos no implica desconocer la vida. Siempre queda el irrenunciable derecho a escribir mal, ya sea con el doble sentido con que lo decía Isaak Babel o en el simple y llano significado literal. Hay gustos diversos y Cortázar puede caer bien a unos, pesado a otros. Si ante mí tuviese hoy, diciembre, crepuscular crepúsculo, dos libros y uno a elegir, preferiría a Dylan Thomas que a Bolaño. ¿Mañana? Mañana es Navidad...


23/12/03
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), diciembre, 2003
Imagen: Portada de Champavert, contes immoraux de Pétrus Borel, ilustrados por Jean Marembert (Ed. Montbrun, 1947)

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2 Comentarios

  1. Sugiero leer al gran cuentista de la porteña Buenos Aires, Bernardo Kordon; injustamente relegado al olvido.-

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  2. Recuerdo breves cuentos de Thomas Bernhard que impactaron mi preadolescencia. Llegué a él por accidente, sin influencia ni cultura literaria respetable. Luego me sedujo el argentino Anderson Imbert. Algún buen editor incluía sus relatos en la desaparecida revista Apsi, esa que tanto combatió a la dictadura. Muchos años después me encanté con el peruano Julio Ramón Rybeiro. Entremedio, cientos de autores que desearía mencionar, y por supuesto, demasiada agua bajo el puente.

    Muy bueno, querido Claudio.

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