Querido monstruo...

ENCARNA MORÍN -.


Querido monstruo: hace frío aquí abajo, en el fondo del pozo.  Venía caminado por la vereda cuando de pronto he tropezado con una rama inoportuna. Ahí me he caído con todo el peso de mi cuerpo ya cansado por el peso de los años, y salí rodando  por la ladera. Justo cuando creía que llegaba mi final pude incorporarme lentamente. Una sombra a mi espalda me devolvió la esperanza. Alcancé a girarme para percibir tu cara, aunque realmente lo que me llegó de inmediato fue tu empujón. No pude decirte ni hola. Caí en el pozo y aún es el momento en que no sé  si es día o noche.

He perdido la noción del tiempo que llevo aquí abajo. No hace frío ni calor. Tampoco hay espacio para moverse. No tengo hambre ni sed. He desgarrado mi garganta gritando y ya no me queda voz. Ni lágrimas. Todas ellas se fueron mejilla abajo y mi lagrimal se secó como este pozo. Lo mismo que mi dolor infinito, que tampoco ahora duele. Es un dolor seco y cortante. Una daga que se ha clavado en mi corazón. Mi cuerpo dolorido ya no siente ni padece fuera de esa herida sangrante.

En este preciso momento, mi deseo inmediato es  cruzar al otro lado de la línea para no sentir nada más. Pero parece que de esta agonía nadie va a liberarme.

Te mantuviste un rato asomado ahí arriba, impasible, frío y distante. Escuchando mis gritos de la forma más insensible del mundo. Luego desapareciste. Hubo un momento en el que pensé que habías ido a buscar tierra para echarla al pozo. Pero no… simplemente te fuiste y punto.

Llevo horas haciendo un recorrido por mi vida. No quiero dejar que mis cenizas vuelen a merced del viento. Mi deseo es volver a formar parte de la tierra de la que provengo. Descomponiendo las moléculas de mi cuerpo apaleado, la química tendrá explicación lógica, por fin.

“Aquí yace una mujer que ha pagado un alto precio por elegir vivir su vida”. Me gustaría que mi epitafio pusiera eso. No sé si mi póliza de decesos alcanza para tanto. Una forma elegante de llamar al seguro para enterrarse. Tantos años pagando a la maldita funeraria, para terminar ahora en el fondo de este pozo, donde ni siquiera voy a tener necesidad de hacer uso de ella.

El día en el que saliste del fondo de mi armario escupiendo una bilis verde y pestilente, todo dejó de tener sentido para mí y la incomprensión se apoderó de mi conciencia, de mi alegría, de todo mi ser.  De pronto ya no me interesaba nada más allá de  tu monstruosidad.

No sé por qué me ha venido a la cabeza aquella conversación que un  novio despechado dejó por error en mi contestador. Una voz cascada por el peso de los años y la rabia que rumiaba le dejaba un mensaje a una tal Lola

“-Mira Lola, soy Pepe. Dices que no quieres saber nada de mí, que no quieres nada conmigo. Pues te llamo para decirte que no me importa nada, que lo mismo que te cogí te suelto…”  - y  muy enfadado colgó el teléfono a Lola, que jamás se dio por aludida puesto que no pudo escuchar aquel breve monólogo. Pero el orgullo de Pepe estaba a salvo. No era ella que le dejaba, era él que la soltaba.

Tuve entonces la tentación de avisar a Pepe, que tenía voz de septuagenario, de que estaba equivocado, pero finalmente decidí no hacer malabarismos con el destino.

Y eso es lo que yo voy a hacer contigo, querido monstruo: te voy a soltar en mitad del prado de mis sentimientos y emociones, para que  te  pierdas. Solo quiero asegurarme de que te irás de una vez. No intentes volver camuflado, ni te acerques a mí haciendo merodeos de niño abandonado. No me digas nada más, ni me mires. Prefiero pensar que para ti estoy muerta y no es solo una frase hecha. Déjame disfrutar de este mínimo espacio en medio de la nada en el que me voy a dar de bruces con mi yo infinito.



Fotografía: Kristhóval Tacoronte.

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3 Comentarios

  1. Un alto precio por vivir. Perturbador relato, querida Encarna. Un abrazo fuerte.

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  2. El otro yo que todos llevamos dentro. muy bueno

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