¿Bailamos sobre la tumba de mi madre?



ROBERTO BURGOS CANTOR -.

La historia asigna relaciones y usos a las cosas y a los seres. Propone a los vivos una forma de estar frente a lo que fue, o quedó. Deja huellas o misterios para comprender, o para rectificar, o descubrir.

Aprendemos la admiración, el odio, la gratitud, la curiosidad, con determinados personas, por ellas mismas y sus actos.

Quienes tuvimos el azar de enfrentar a diario el infinito del mar y la cerrazón de la fortaleza vivimos con desparpajo la paradoja, la variedad del mundo, su contradicción.

Parecemos estar cada vez entregados al ejercicio de interpretar, buscar significados. Así llenamos de sentido una vida que limitada, fatalmente, por la muerte, puede conducir al aburrimiento de las rutinas, a la quietud de la impotencia.

Para Cartagena de Indias, la herencia arquitectónica con la que se encontraron sus habitantes y gobernantes, en los albores (retórica inmarcesible) de la independencia, en medio de una pobreza de acabamiento debió de ser un problema o un cultivo de indiferencia. Esta debió ser propiciada por la consideración de que castillos, templos y fortificaciones, eran símbolos, antigualla, del régimen colonial. Ahora, sin los recursos de la Corona, eran insostenibles y los abrazaba la ruina. O quizá, como ocurre con las revoluciones, apenas si se atiende a principios, sentimientos: libertad, dignidad, autonomía, igualdad. ¿Y la comida?

No han transcurrido muchos años desde cuando veíamos automóviles encima de las murallas. Desordenados jardines de maleza. Lagartijas, iguanas de mar, entre las grietas de la piedra. Talleres de cerrajeros. Talladores de lápidas. Deseos urgidos de enamorados. Letrinas abiertas. Fumadores de hierba. Pensadores. Suicidas.

Fue un trabajo, una severa aplicación fiscal, la restauración de tal legado. Ya le habían echado maza, dinamita y catapila a un tramo de la fortificación.

Más empeño costó propiciar un cambio cultural, que no acaba, sobre la concepción de aquello que con desprecio indeterminado se llamaba lo viejo. Surgió entonces la dura tiranía y la nobleza y sacrificio de aborígenes extintos y afros que en medio de la inhumanidad levantaron una presencia. Surgió el estilo de la arquitectura militar. El uso de la piedra y la argamasa. Surgió la importancia de lo municipal.

Acostumbrados a que monumentos eran los caballos de los héroes y sus charreteras, las estatuas de los santos, comenzó el amor por esto que también éramos, una historia a la cual pertenecemos y que hacía de nuestra ciudad algo único, no un simple vividero. Hoy el sentimiento es orgullo amoroso. Legitimidad de vida. Un sitio.

Hay que agradecer a la artista Rubi Rumié y al profesor Ignacio Vélez Pareja, por divulgar su indignación y sufrimiento cada vez que la imbecilidad atenta contra lo que nos pertenece. Que la tropa limpie las murallas si la autoridad civil no actúa.

Publicar un comentario

0 Comentarios