Vamos llegando

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Todo hace indicar que Colombia requería un propósito de la ambición, dimensiones, y probables consecuencias, del que avanza hacia el encuentro de la reconciliación y la paz como clima de la sociedad y fundamento de una vida posible.

Una mirada hacia atrás, el ruidoso pasado, muestra el fracaso de propuestas nacionales. De haberse logrado habrían cambiado el perfil del país y ennoblecido las aspiraciones colectivas. La reforma agraria. La educación laica. El estatuto territorial. La reforma a la justicia y al Congreso. Un régimen tributario con mayor equidad y menos privilegios y evasores. Un ciudadano empoderado.

Esa polvorienta historia, signada por engaños y muertes, deja los ripios de una idea integradora, enterrada sin compasión a pesar de su sólida necesidad: el bien común, o el interés colectivo o público.

El lastre de los esfuerzos perdidos, llevó al escritor, descreído de emociones fáciles, Alberto LLeras, al repudio de los reformadores en su discurso de Barichara.

La sociedad nunca terminada se fragmentó en representaciones individuales o de sectas, dispuestas a desaparecer a su contrario. Y siempre tocadas por una avaricia contante y sonante. Esa disposición al lucro, ha logrado corromper los ideales que hacen del ser humano una esperanza, un merecedor de la naturaleza y el universo.

Encontrar representaciones altruistas implica ampliar los sistemas de la triste aritmética electoral. Hubo un intento, en la constituyente de 1991. Se trató de establecer un pacto, justificado si se observa el escrutinio de la séptima papeleta. Lo tuvieron los españoles cuando en la Constitución que abandonó las sombras del franquismo, el Rey se reservó unas designaciones directas para esa Constitución. Científicos, maestros, artistas.

En la nuestra, el inmarcesible Consejo de Estado lo declaró nulo y abrió las compuertas a la incontenible algarabía. Guachimanes del rebuznos lo llama Unamuno.

La sensatez del gobierno y la formación de jóvenes abogados, algo lograron. Sin embargo el paso de la contención precisa de la carta del 86, los estudios de don Rafa y el Espíritu Santo de Miguel Antonio; al desbordamiento verboso de la del 91 y su fe en la magia de la palabra, es una muestra de los cambios y las aspiraciones del país.

Hoy, la paz muestra como ese propósito, a pesar de su evidente virtud, exige el arduo trabajo de desmontar los acomodos que hacen de la guerra, la desigualdad, la injusticia, los privilegios, la trampa una manera desfachatada de estar. Esa conformidad donde la guerra sirve de pretexto para justificar las incompetencias, los mediocres logros, los negocios pecaminosos, hay que removerla.

La paz, más que el primer proyecto político de este siglo, más que acuerdos económicos, es la oportunidad que tenemos los colombianos de limpiar nuestro atolondrado espíritu. Amén.

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1 Comentarios

  1. No resolver nada es un statu quo en sí mismo. Así parece funcionar mejor la desfachatez y la sinvergüenzura de los más avispados. Su argumento legitimador es que todos los intentos por bien organizar políticamente al hombre se han corrompido a poco andar.

    Excelente artículo. Saludos cordiales

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