Primera Luz

PABLO CINGOLANI -.
A Gabriel Restrepo

Desde las más hondas profundidades del océano, oigo la voz de la divinidad anunciando el primer sol del universo, el primer sol de la noche de los tiempos, el primer sol del parto de la luz, de todas las luces, el primer sol del desierto y el destino, el primer sol del apocalipsis y el destierro, el primer sol del todo y de la nada, el primer sol del hogar y el sol final del desamparo, el primer sol del invierno y el sol aún más frío, el primer sol vagabundo, el sol de las sirenas, el sol de los colosos, el sol de los héroes, un sol decidido: el sol que no puede escaparse del sol porque a sí mismo se está alumbrando

Desde esas lejanas aguas del oeste, desde las más lejanas de las aguas primordiales, las aguas que veneran al agua, las aguas que develan al agua, a todas las aguas, las aguas del bautizo y la redención, las aguas de la tormenta y el refugio que se anhela, las aguas del sendero y el extravío, las aguas de la mortaja, las aguas de la gloria, las aguas de la eternidad y este momento que escribo, veo la piel de la divinidad reflejando el primer sol apasionado, el primer sol que apasiona con su brillo tierno, con su mano generosa, con su rostro inmaculado de padecer ofensas, con su rostro bondadoso que lo ilumina todo, lo celebra todo, lo celebra todo porque lo comparte así

Desde esos abismos de sal vibrante y líquenes ciegos, desde esas soledades tumultuosas de las honduras más desgarrantes, más amputantes, más lacerantes de todas,[1] desde ese mar que inunda el deseo y lo congela en el eterno asombrarse del estar, estar vagando, vagando padecer, padecer y crear, crear y respirar, respirar y alguna vez dejar de respirar, desde esa llanura imposible, ese istmo que se angosta cada vez más y la montaña que cede, va cediendo, desde ahí, desde acá, desde acá que escribo, desde acá que te escribo, me parto en dos, en tres, en mil, sólo por abrazar esa luz venerable del primer sol del mundo, de todos los mundos posibles, de todos los mundos soñados, o la verdad más pura o nada o ninguno y cierro los ojos y ya

Desde ese cerrar los ojos, igual: veo, siento, oigo, toco, invoco, padezco, resisto, gesto, canto, regreso siempre a esa luz, a la luz primera, a la primera luz donde todas las palabras ya han sido dichas pero basta pronunciar una más, una sola palabra más, para que todo vuelva a comenzar, para que todo vuelva a sanar, para que todo vuelva a celebrarse, para que todo se redima y nos redima, y como siempre: la sangre que se vuelve alma, se vuelve fuelle, se vuelve río y el río que se vuelve mística y se eleva sin parar y sin dudar hasta las estrellas.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 17 de abril de 2015

[1] Mi humilde homenaje a Isidoro Ducasse, el montevideano

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