La sonrisa y el bocón

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Las antiguas leyendas logran transmitirse en el laberinto de los siglos, tal vez por su misterio, su posibilidad de sorpresa, y una brevedad de moraleja que permite a millones de personas repetirlas sin indagar su sentido.

La del rey Midas ha quedado reducida a un hombre poderoso cuya obsesión por la riqueza lo llevó a convertir en oro cuánto miraba o tocaba. Ese deseo ardiente es la ambición.

A pesar de las escandalosas o absurdas cifras, depende de quien las mire, que se convinieron como pago inicial a dos boxeadores enfrentados en un combate por faja mundial, hice un acto de recuperación de la fe en el boxeo y reservé mi butaca. Vería al filipino Manny Pacquiao contra el estadounidense Floyd Mayweather Jr.

La fe fue necesaria porque durante varios años el boxeo parecía un asunto del pasado. Quedaban los consuelos de la memoria, como se sabe caprichosa, imprevista, desobediente. El dinero y su vulgar tiranía acabó con el extraño espectáculo de hombres que luchaban a puños y lograban mostrar gestos de elegancia, virtud, inteligencia, voluntad, valor, y los mejores: de poesía. Algunos murieron de una paliza sin control. Otros continuaban fuera de las cuerdas, el combate de la vida, las tragedias de la fama, en rounds largos y trágicos.

Es posible que en lo imperceptible de cualquier fe estuviera la atracción por los conflictos entre la virtud y la maldad, Goliath y David, el fanfarrón y el discreto. Pero no siempre la fe vence las evidencias de lo razonable.

Para quienes admiramos formas de boxear donde los contendores se citaban en el centro de la lona y se fajaban; o eran llevados a un lugar de las cuerdas o a una esquina para que alguien mostrara habilidades, consumiera los golpes y las energías del otro; lo del sábado 2 de mayo en las Vegas con su vitrina de la silletería y su vitrina del encordado, fue aburrido, sin una migaja de algo que causara admiración.

Por supuesto, cuando algo así ocurre, los puntos que definen la victoria hay que buscarlos fuera del ring. O a lo mejor en lo que el ring se convirtió.

El Midas de hoy, con efectos perniciosos en la música, los deportes, la justicia, las leyes, la vida toda, tiene sus héroes. Prefiere a quien establece relaciones de desprecio con el dinero, grita y derrocha, se envanece y exhibe; que a quien hace obras sociales, se interesa en la política, y recuerda ese íntimo, viejo acto: rezar.

Como se trata de insultar a Midas, vale tender una sospecha. En la atmósfera social del ahora, con la irascible intolerancia racial exacerbada, y en Estados Unidos con conflictos por parte de la autoridad policial, resultaba de cierta corrección farisea, darle la faja al afro y no al oriental.

El melodrama del dinero nos depara otro capítulo. Pacquiao subió al cuadrilátero con el hombro lesionado. El cangrejo saltarían y el alacrán de nuevo a perseguirse.

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