La argentinidad al palo (y al pedo)

EDUARDO MOLARO -.

Sin afanes demasiados sociológicos ni antropológicos, he sido siempre un personaje con la virtud (acaso la única) de saber escuchar e incluso leer con atención lo que otros me cuentan o comparten. Siendo un hombre de puntuales asados y cafés, gustoso de largas charlas de variado tenor, he podido debatir con amigos sólidos y amigos eventuales, pero no sin antes escuchar sus argumentos (en el caso optimista de que los tuvieran).

Todo ese inventario, sumado a las lecturas que uno ha frecuentado, me permite decir, desde mi subjetividad más abyecta, que los argentinos somos unos pelotudos. Apasionados, si; muchas veces solidarios, también; pero siempre en estado de beligerancia.

Pero no con la creencia de que el disenso enriquece o nos hará mejores, sino con la premisa de tratar de imponer nuestro concepto, de defenderlo no por convicción sino por terquedad. Lo sostenemos al sólo efecto de amenizar la velada con un perpetuo estado de discusión.
Y así somos tanto en la política como en las cosas más triviales.

Hemos nacido como patria en divergencia: Morenistas o saavedristas; Unitarios y federales, Conservadores y radicales; luego peronistas y radicales; azules y colorados, Boca o River; Gardel o Julio Sosa; Piazzolla o Troilo; Borges o Roberto Arlt o Sábato; Charly o Spinetta; Cerati o El Indio Solari y hasta el ¨Menotti o Bilardo¨. Ni mencionemos las divisiones pseudo-políticas que hoy existen y que algunos iluminados mercaderes mediáticos bautizaron como "La grieta" (sin aclarar que a ellos les encanta y les rinde profundizarla cada día).

Ahora, por arte de magia de algún pelotudo mayor, se les ocurre (y más pelotudos siguen tras la estela de ese mar proceloso) que la dicotomía nacional debe poner en un ring a Maradona y a Messi.
¡Siempre necesitamos que haya enemigos entre nosotros! (aunque tal enemistad no exista).

Diego Maradona ha sido material de estudio y muestra gratis de nuestra dualidad. Lo hemos convertido de héroe a villano miles de veces. Incluso antes de su consagración en el ´86, la prensa lo criticaba duramente. Diego ha sido un personaje amado y odiado en partes iguales y lo sigue siendo.

No sólo pretendíamos que fuera el excelente futbolista que siempre será, sino que pretendíamos también que fuera un personaje políticamente correcto, un embajador deportivo y un ejemplo para toda la juventud.

Está claro que no podemos obviar el hecho de que Diego se buscó siempre enemigos poderosos, lo cual – en esta medianía de lame-ortos en que vivimos (Teléfono, Pelé!) - es casi una virtud.

Desde hace años, es decir, no sólo con talento sino con vigencia y continuidad, Messi ostenta (no por carácter vanidoso, claro está, sino por resultados y desempeños reales) el cetro de Mejor Jugador del mundo.

No lo refriega, no discute con nadie, no mediatiza su existencia para ser calificado como el mejor de la actualidad. Simplemente juega mejor que todos.

Pero no está en nuestra argentinidad el sabernos afortunados y disfrutar el hecho de que los dos mejores futbolistas de los últimos cuarenta años sean argentinos. Nuestro tango necesita tragedias e inquinas. Incluso tengo la sospecha de que deseamos que las cosas salgan decididamente mal.

No podemos gozar de nuestra suerte. Nos olvidamos de que el fútbol es un juego ¡El más importante y pasional¡ Pero un juego al fin.

Y vuelve el tango donde extrañamos a la mina que se fue y le damos ¨la biaba¨ a la que está a nuestro lado. Incluso convocamos a que todos los piolas del barrio la fajen sin piedad alguna.

De hecho, (pensemos juntos) no disfrutamos tanto de Diego en su momento como gozamos tanto hoy con el recuerdo que nos generan sus heroicas patriadas futboleras. Y más allá de su magia y su picardía ante los ingleses (que nosotros mezclamos con Malvinas, porque así somos), aún perdura en nuestras almas el grito sagrado del 10 puteando a los tanos porque nos silbaban el himno en Italia ´90.
Y ahí le caemos a Messi: Con un "Que no canta el himno!" o el descabellado "¡Que juegue para España!" (Los españoles estarían felices, lógicamente. No son argentinos!) y semejantes imbecilidades que no le endilgamos a otros jugadores que tampoco cantan el himno, por ejemplo, o que han renunciado a jugar en la Selección. De todos modos me pregunto cuál himno es el que no canta Messi, porque – sabido es – hace más de una década que en los partidos FIFA sólo emiten la introducción (obviamente instrumental) de nuestra canción patria.

Soy bien argentino, pero debo confesar que –salvo en lo político e histórico–  casi no podría incluirme en la lista de dicotomistas.

Amo a Gardel y disfruto a Julio Sosa; Envidio y admiro la genialidad de Borges, pero también encuentro placer en las lecturas de Don Roberto Arlt o Don Ernesto Sábato. Gozo de manera casi orgásmica la música de Charly García y de la genialidad "mahátmica" del flaco Spinetta; me maravillo con la rica y compleja cosmogonía artística de Piazzolla y también con el poético y rústico roncar del fuelle del gordo Troilo.

Deploro a los ingleses por su arrogante piratería y por no devolvernos lo que nos corresponde, pero no abandono por ello mi adoración por Shakespeare y Los Beatles.

Amo y siempre amaré a Diego Maradona. Admiro su "Arte" extraterrestre, respeto sus errores terrenales y valoro muchas de las batallas que supo librar en soledad.

Pero agradezco a los dioses de la pelota, a aquellos funcionarios de vaya a saber qué Olimpo caprichoso, el hecho fundamental de que Lionel Messi exista, que sea genial y que haya nacido en nuestra tierra.

Y por poco que parezca, también agradezco ser argentino.
Aunque no sepamos gozar. Aunque seamos tan pelotudos.

Junio de 2015


Publicado originalmente en el blog Sugiero Leer
http://sugieroleer.blogspot.com/2015/06/la-argentinidad-al-palo-y-al-pedo.html

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4 Comentarios

  1. Mis respetos ante esta acertada y muy personal disección de la argentinidad. Dar en el clavo es un asunto de grandes narradores.

    Un abrazo fuerte, mi querido amigo.

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  2. Muy generoso, amigp Jorge.

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  3. Américo V: Presa21/6/15

    Suscribo absolutamente. Palabra por palabra.-

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