Un bodegón para el Tuerto


Roberto Burgos Cantor

Cuando Leonel Giraldo me habló de su iniciativa, necesaria y justa, sobrepuse a la vergüenza de adolescente que se roba las limosnas, la solidaridad por un motivo cuyo vacío clamaba al cielo y a la tierra.

Calentaba Leonel la idea de recuperar la casa del Kavafis cartagenero, Luis Carlos López, el poeta.

Giraldo es un escritor que nos debe el esperado libro de esos personajes del Quindío que no alcanzaron a asomarse a las novelas del andariego, Iván Cocherin.

Su propuesta de recuperación del poeta, celebrado por Unamuno, y por la mirada de incrédula ironía de él mismo, me hizo pensar en las ideologías de juventud.

Leonel fue entrañable de Guillermo Alberto Arévalo. Guillermo con su ambiciosa compilación de la poesía del Tuerto, su rigor crítico, nos devolvió a los cartageneros la dolida conformidad ante la pérdida de los originales del ensayo sobre López de don Tito de Zubiría. La publicó el Banco de la República.

De Zubiría publicó, en la editorial Gredos un ensayo memorable sobre Machado. Guillermo Alberto y Leonel compartieron la fe en una cultura nacional que era parte de sus ideologías políticas. Por suerte.

Algo hay de los designios de la poesía en el desvelo de Giraldo. A lo mejor, Cartagena de Indias, con las excepciones sabidas, que le gustan los frijoles en la playa, los mecánicos italianos, los arroceros siriolibaneses, los vendedores de telas y ojales turcos, los zapateros yugoeslavos, los contadores de Jamaica, y que no hemos sido capaces de hacer un licor que compita con los rones de las islas, a lo mejor, las campanas de Leonel nos lleven a la misa.

La justicia indica que hace años, nuestro poeta y periodista, Gustavo Tatis Guerra, el hijo de Honorio, recomendó crear en la casa del Cabrero, la de Sola y Rafa; la del Tuerto. Linda paradoja para Rafael Núñez y Antonia la pelada.

El proyecto tiene padrinos, nuestra librera y nuestro periodista, querido por Jorge García Usta y por muchos.

Para no recalentar el coco de los gobernantes hay dos modelos que prueban su eficiencia. La casa de poesía Silva en la Capital, y La Cueva, en las barrancas de San Nicolás. Espacios que muestran la permanencia de la poesía y su vocación de futuro.

Las ciudades de Colombia requieren prepararse para los días que vendrán una vez se firme el final del conflicto. Vendrá lo de verdad. Un país acostumbrado a las proclamas y a las leyes de papel sellado, enfrentará la realidad humana. Ya no será el imperio de los intereses personales sino esa nueva forma de pueblo que es la comunidad, sin partidos políticos, sin servidumbres, enfrentada a definir su destino. ¿Y qué hago ahora compadre?

Modificar la incredulidad que condujo a la corrupción es una tarea. Allí los poderes de la poesía, las intuiciones sin código del arte, serán aliadas. El mundo está vacío de discursos y el Sumo Papa mira al de Asís. Nosotros al Tuerto visionario.

Imagen: Luis Carlos López

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