El monstruo de la Revolución

GONZALO LEÓN -.

Que el género de la biografía nació y se desarrolló entre los siglos XVIII y XIX no es ninguna novedad, pero quizá lo que es novedad es que escritores como Walter Scott, famoso por sus novelas históricas, y Mary Shelley escribieron biografías en los tiempos en que las enciclopedias versaban de distintos temas, que incluían varios tomos de biografías. Según el prólogo de Socorro Giménez, la traductora argentina de esta biografía de Rousseau, “este clima de fascinación por la mentalidad y sensibilidad de las figuras notables, junto al crecimiento de una población lectora, impulsó las escrituras biográficas concebidas como una rama de la historia”.

Shelley fue uno de los escritores que se fascinó con este género, escribiendo buena parte de los cinco tomos de la Cabinet Cyclopedia dedicados a personajes literarios y científicos europeos. En los dos tomos de franceses, escribió las biografías de Rousseau y de Voltaire. El interés por Rousseau se explica porque él fue “el gran educador de la generación de los padres de Mary en el ambiente radical inglés” y porque “varios estudiosos de la obra de Shelley han señalado vínculos entre Frankestein y Rousseau”, siendo para algunos el monstruo repudiado y errante de la novela de Shelley.

Los elementos empleados para Vida de Rousseau van desde los textos del propio autor, como las autobiográficas Confesiones, hasta semblanzas aparecidas en cartas o diarios. La mirada no es obsecuente, al contrario Shelley censura, critica, pondera las acciones de Rousseau contrastándolo con sus obras, logrando así un retrato que para cualquiera que no lo haya leído provoca un acercamiento a su obra. Y es que la vida de Rousseau es atractiva porque es la vida de un paria, de un perseguido, de un paranoico que moldeó a la sociedad francesa sin ningún cálculo ni prudencia. En ninguno de sus aspectos su vida es un ejemplo: recién a los 23 años, con la lectura de Voltaire, adquiere, en palabras de Mary Shelley, “algo del tono de la literatura de la época”; antes de eso se había entregado a la vagancia por toda Europa sin propósito definido.

Cerca de los 30 llega a París y consigue un empleo de secretario del embajador en Venecia. Ahí pese a su dificultad para entablar relaciones íntimas, conoce a un español ilustrado, con quien acuerda “vivir bajo el mismo techo y se hicieron amigos íntimos”; pero el español regresa a su patria y Rousseau conoce entonces a Thérese le Vasseur, una muchacha pobre, “ignorante cuyo corazón carecía de toda cualidad que compensara su estupidez”. Con ella tiene cinco hijos, que él mismo va a dejar, apenas nacidos, al hospital de huérfanos. Sus relaciones personales no serán nunca su fuerte.

Rousseau empieza a ser Rousseau a los 37 años, cuando lee de camino a la reclusión de su amigo Diderot un aviso en el Mercure de France, en el que se anunciaba un concurso con el tema “El progreso de las artes y las ciencias, ¿ha tendido a corromper o a depurar las costumbres de los hombres?”. Esta pregunta dio pie a su primer tratado de Rousseau. Según Shelley, “la vehemencia con la que Rousseau presentaba los males de la civilización y las bondades del estado de la naturaleza, como él lo llama, fascinaron a todos los lectores”, para ello describía a este hombre natural como “alguien que satisface caprichosamente sus deseos y de inmediato abandona a la mujer”. El tratado fue exitoso, lo que no quiere decir que Rousseau obtuviera dinero por ello, aunque sí el ofrecimiento de un empleo como cajero, empleo que le duró bien poco porque optó por ganarse el dinero copiando música. El mismo Rousseau escribió en una carta que “era necesario que me considerasen un gran autor para poder volverme impunemente un mal copista de música”. La vinculación con la música no fue sólo un medio de subsistencia, también compuso una ópera que fue un éxito.

Pese a ya tener un nombre, su carácter paranoico lo hizo ver intrigas donde no las había, y como consecuencia de ello se distanció de Diderot y del filósofo David Hume, quien lo había rescatado de la persecución que sufrió por la publicación de Émile, su tercera obra, en donde rechazaba el pecado original y defendía una “religión natural, sencilla, universal”. Rousseau tuvo una relación conflictiva con la religión y con el poder: de formación protestante, a los 21 años abjuró de ella y se hizo católico, y a los 42 volvió a hacerse protestante, para finalmente plantear una religión natural.

Sus últimos días los terminó aislado, ya sea en una isla ubicada en el medio de un lago en Suiza o en una especie de locura que provocó ese aislamiento. En la carta de despedida de Inglaterra acusó de traición a quienes lo habían protegido y denunció “una conspiración universal contra su reputación y sus escritos”, ganándose el odio de los ingleses. En 1770, con 58 años, regresó a París y su llegada causó sensación, era difícil que saliera a un evento público sin que la gente no lo tratara de seguir; pese a ello seguía trabajando de copista de música, claro que esta vez cobrando tarifas más elevadas. Se retiró al campo y a los meses murió producto de una apoplejía. A poco de su muerte su viuda se casó con un criado. Diez años más tarde se iniciaba la Revolución Francesa.


Publicado originalmente en Suplemento Cultura de Perfil y en el blog del autor (21/9/2015)

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