Catálogo de criaturas mitológicas lanusenses / del Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús II

EDUARDO MOLARO -.

Entre las páginas del Atlas Desmemoriado que han sobrevivido a la hoguera, nos topamos con algunos retazos chamuscados que han concitado nuestra atención. 

Allí, el antropólogo paraguayo Jacques Membuí, había clasificado más de cien especies mitológicas dentro del Partido de Lanús.

Sin embargo, muy pocas llegan a leerse con claridad. Tal vez por eso este catálogo resulte incompleto, pero no exento de algún módico interés.

EL HOMBRIZÓN: En los arrabales más oscuros de Villa Ofelia existía un Lobo que, cada viernes de luna llena, se convertía en un bestial ser humano que salía de juerga, iba a misa, pagaba sus impuestos y seducía a las señoras casadas. 
Al otro día, afortunadamente, la criatura recuperaba su natural forma lobuna y sus decentes actividades de asustar a las personas, devorarse a alguna mascota o impedir que los vecinos conciliaran el sueño a causa de sus desgarradores aullidos de medianoche.

LA QUITAPENAS: Allá por la vieja Parada Fernández del Ferrocarril de trocha angosta, existía una efigie a la que los padecientes iban a rendirle tributo, hacerle solicitudes o simplemente agradecerle los deseos concedidos.
Las personas demasiados racionalistas descreían de los atributos de esta estatua, alegando la supersticiosa idea de que la escultura era la imagen de Merceditas, la hija del General San Martín. 
Sin embargo los devotos conocían a aquella imagen con el nombre de ¨Quitapenas¨, en virtud de los prodigios que repartía entre sus creyentes. 
Pero una noche de cada siete, La Quitapenas cobraba vida y se convertía en una de las tantas hadas de la calle centenario, cofradía que bien podría definirse como La Hetairas de Monte Chingolo. Es decir que La Quitapenas no solo cobraba vida, sino que también cobraba algún dinero en cada trato carnal. 

EL VIEJO DE LA BOLSA: A diferencia del clásico personaje mediante el cual extorsionaban nuestra negación a tomar la sopa, este Viejo de la bolsa era, efectivamente, un agente del mercado bursátil. Cientos de pequeños ahorristas cayeron en sus garras y fueron descuartizados por el nefasto personaje.
Afortunadamente, y según la crónica obtenida, en Lanús las cuentas no se ajustan con bonos negociables sino de contado. Tal vez por ello este viejo de la bolsa fue encontrado en un zanjón cercano al Barrio Los Ceibos, con su cuerpo ensangrentado y con treinta y siete balazos en él. Y además estaba muerto, claro está. 

LAS SIRENAS DE ¨LA CARBONILLA¨
Allá por los fondos de la cancha de Lanús, pegada a las vías del ferrocarril en la zona de Remedios de Escalada, se hallaba una laguna de petróleo a la que todos conocían como La Carbonilla. 
No se trataba, como algunos imaginarán, de una formación natural producto de la fosilización, sino de una cava extensa donde los trabajadores de los talleres ferroviarios expiaban el combustible diésel que ya no era útil para las locomotoras. 
Al extraño lugar solían concurrir niños traviesos para jugar en viejos vagones del ferrocarril o para cumplir con la poco ecológica tarea de cazar pajaritos con su gomera.
Sin embargo, cuenta el mito que de la pútrida laguna emergían cada tanto unos seres extraños, ennegrecidos por el líquido espeso y con una extraordinaria belleza femenina. 
Su objetivo era el de seducir a los hombres que pasaran por allí con su negra belleza y su dulce canto de la marcha peronista, yacer con ellos a la orilla de la oscura laguna y luego llevarlos prisioneros hacia el insondable lecho lacustre. 
Ninguno de los seducidos regresó jamás, cosa que refuerza el mito.
El poeta Edmundo Morales, conocido menos por su poesía que por su lujuria en Estado de Asamblea, una vez se aventuró a pasearse por la orilla de la negra laguna. Dicen que regresó espantado y que no pronunció palabra durante una semana. 
Sin embargo, dejó unas líneas en su viejo cuaderno Rivadavia:

¨Yo no le temo al amor / del modo en que se presente/ pero esa ninfa emergente / me infundió mucho temor.
El ébano de su cuerpo / me invitaba a los placeres, / y yo en esos menesteres / soy un hombre bien dispuesto.
Sin embargo hui de allí / y de ese engendro mutante. / De su pubis intrigante… / ¡ Salía una chota así! ¨

Pero más allá de las escasamente confiables palabras de Morales, muy pocos hombres se atrevían a pasar por las cercanías de tan extraño lugar.

Jacques Membuí glosó una larga lista de nombres entre los que llegamos a distinguir al ¨Zodapesaurio¨, ¨La Bigotuda¨, ¨El tragachele¨ y el perturbador nombre de ¨La capadora¨. 
Sin embargo los textos chamuscados no nos permiten vislumbrar características demasiado claras de cada personaje.
Pero por las dudas, no olviden santiguarse si van a cruzar la Avenida Centenario Uruguayo, o tocarse la zona genital izquierda si mencionan al ¨Mufa rengo¨ o cubrirse las asentaderas si pasan cerca de la tribu de "Los Bufarrones¨. 
Su vida (o su castidad ) dependerá de estos talismánicos gestos.
Quedan ustedes debidamente avisados.

Eduardo Molaro - Octubre de 2015

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