Ese disco rayado

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Hace semanas un ministro japonés pidió a universidades de su país que cierren las facultades de Ciencias Sociales y Humanidades. Nada extraño: los ministros allá y acá tienen ideas, serán ideas¿?, curiosas. Es fácil levantar las estadísticas y se comprobará como ese estado mental de delirio siempre ocurre cuando son ministros. Les cambia la manera de caminar y las aspiraciones normales. Pierden el pudor y no distinguen entre el ridículo y la idiotez. Eran seres ordinarios, cultivaban el jardín, se reían con sus hijos viendo las películas de Miyazaki, aprendían del humor y de las fantasías, se quejaban de los precios en la tienda. Pero hasta que a los funcionarios no se les pague lo mismo y se les obligue a hacer lo que la ley les encomienda, la creencia del poder los hechiza y los enferma de un delirio sin remedio.

Por estos días, quién sabe si con inocencia, Umberto Eco recordó a otro ministro. Dijo: “no puedes vivir de cultura”. En efecto, de cultura se vive. Esa fruición del gusto que aumenta frente al plato de pollo si recordamos varios como la abuela usaba los cominos, ponía el leve achiote, escondía un diente de ajo, dejaba una cáscara de limón y nos convencimos que así era mejor que comerlo vivo, con plumas y a mordisco limpio con cacareos de agonía. O preferir un filete de venado con ciruelas pasas, mostaza con miel y adornado con arándanos a un pedazo crudo de la nalga del vecino.

Lo anterior ocurre envuelto en una capa de presunta seriedad. Parecida a la de los locos a quienes apenas se les descubre su anomalía cuando han matado al vecindario o se lanzan de la azotea agitando los brazos. La palabra sola excusa. Nos acostumbramos a los irresponsables titiriteros, olvidadizos del susurro, del sigilo de la oración.

El disfraz de lo serio asume una ambiciosa representación. Hablan en nombre de toda la sociedad. Más o menos el argumento¿? consiste en pedir que se estudie lo que resuelva las necesidades de la sociedad.

Y justo, es esa la cuestión. ¿Por qué las ciencias sociales y las humanidades no satisfacen la idea escondida de necesidad que esgrimen los señores ministros?

Allí la pregunta: ¿Cuáles son esas necesidades de la sociedad?

Un antiguo discurso sostenido en los ideales de la democracia hace sonar la cantaleta: la comida, el trabajo, la educación, la justicia, la vivienda, la tolerancia, por repetir algunas. Según esto habría que aumentar a los agricultores e ingenieros de alimentos; a las fábricas que enganchen gente; a los maestros sin pasión; a los abogados (¡Dios no seas tan malo!).

Pero que tal un poco de compasión, caridad, respeto, solidaridad. ¿Cuánto ahorraríamos?

Las humanidades: agregar a la experiencia de la vida personal los modos de las vidas ajenas enriquecidas por lo que se relató para ser leído.

Quien leyó a Neruda: Nos dio el amor la única importancia, se acercó al amor. Y no matará.

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1 Comentarios

  1. Del dicho al hecho hay demasiado trecho. Falta más acción y elegir mejor las palabras.

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