Alrededor de Madagascar

PABLO CINGOLANI -.

Siempre te lo dije: el mundo es nuestro. Mientras los yanquis se obsesionan con irse a otros planetas (¡les pagaría el pasaje a todos!), y las multitudes –tal como profetizó Roberto Arlt- se obstinan en urbanizarse y drogarse con la televisión o con el pomo que tengan a mano, para nosotros los parias, el mundo se ha vuelto más ancho y más ajeno, y por ello, más nuestro.

Me sucedió tal cual. Estaba viendo por la ventana desplegarse el-celaje-más-lindo-de-todos, el celaje de los Andes, cuando –a modo de contrapunto- abrí el e mail y, desde el futuro, me llegó este mensaje:

Asunto: Hola che, desde Madagascar!!! jajaja!!!

sábado, 8 de octubre de 2011, 00:20
De: "Ignacio Pedriel"
Para: "Pablo Cingolani"

¡Hola, Pablo!
Perdoná mi intempestiva reaparición en tu vida –ya han pasado dos años de esos frenéticos días en tu casa de Río Abajo y nuestro inolvidable viaje y nunca más di señales de vida- pero sucede que ayer casi me comen unos tiburones y no sabía con quien compartir tamaña noticia, y entonces me dije: ¡Pablo! ¿Dónde estará este loco? Yo ando terminando de dar la vuelta a Madagascar en kayak y ayer, boludo, por un descuido, casi me yantan unos escualos. Zafé ahí. Ahora estoy en una aldea re loca, llena de negros sacados. A ver si entramos en contacto. ¿Cómo estás, che? ¿Y la Carolina? ¿Y la perra demente? ¿Y el gatito? Espero un mensaje tuyo. Un abrazo con olor a océano Índico,
Nacho

Ignacio Pedriel, desde el futuro, siete u ocho horas en el futuro, de acuerdo al huso horario de la isla de marras. Lo primero que me vino a la cabeza fue un dejavú: el viaje por Asia de hace algunos años atrás de otro amigo, Pablo Ibáñez, y esos correos electrónicos que llegaban desde el futuro y desde Samakarda, Katmandú o Pekín. Era, en verdad, un epistolario estrafalario. Ahora, aparece el Nacho desde… ¡tan lejos!, diría el René. Un día, Ignacio me había enviado otro correo, esta vez desde Buenos Aires, Argentina, donde ambos habíamos nacido. Decía que estaba viajando a Bolivia para conocerme y para que vayamos a buscar juntos a las mujeres-peces que moran en los lagos altoandinos, y de las cuales escribí en alguno de mis artículos y que Ignacio había leído. Vino, trajo su ya mítico kayak, se alojó en esta casa en la montaña de los celajes y desde donde escribo estas palabras, y también desde aquí, fuimos a intentar seducir a las sirenas a uno de los lagos más altos del planeta, el Cololo, en la subida a la apacheta del cerro Katantika, próximo a la comunidad de Antaquilla, camino a Pelechuco, en la remota y antigua Apolobamba de mis sueños con los ojos abiertos.

La expedición tras las sirenas nunca la conté antes porque fue un tour de forcé tan exquisitamente delirante que supuse que nadie la creería. En su momento, le propuse a Pere Comas que vaya con su cámara y nos acompañe pero me dijo que no volvería más por esas cordilleras del demonio –donde fuimos a fajarnos dos veces consecutivas el 2004- y ¡menos conmigo! Le mandé un correo a Gastón Ugalde para convocarlo, pero el artista estaba en Shangai o en alguna de las bienales a las que siempre lo invitan. Ni modo, la cosa fue que nos lanzamos con el Nacho y tampoco ahora voy a contar nada de lo que pasó, no es el lugar, tampoco la circunstancia.

Cuando volvimos de las alturas, Ignacio y yo nos emborrachamos como watusis (son los cosacos de África), y antes de partir, el prometió volver para empecinarnos tras las ruinas de una fortaleza incaica, perdida en la selva, de la cual conocía los rastros. Recuerdo bien esos días, principios del 2009, porque después nos volvimos a juntar con Ricardo Solís y empecé a coordinar la campaña “Amazonía sin Petróleo”.

Ignacio no sólo nunca más volvió sino que tampoco mandó ninguna señal de humo virtual, hasta que apareció en mi bandeja el correo que acabo de copiarles. Entusiasmado por esta súbita resucitada del Nacho, me apuré a responderle y envié hasta Madagascar y hacia el futuro estas palabras:

De: Pablo Cingolani 
Para: Ignacio Pedriel 
Enviado: viernes, 7 de octubre de 2011 17:39

Asunto: Re: hola, che, desde Madagascar!!! jajaja!!!

¡¡¡Nacho!!!
¿Qué hacés, pelotudo? ¿Dónde te perdiste? ¿Así que estás en Madagascar? ¿Así que ayer casi fuiste el almuerzo de un tiburón, y por eso te acordaste de mí? Aquí el gatito hace dos años que me sigue preguntando: ¿dónde se fue el Nacho? Y yo le miento, y le digo que fuiste a comprar puchos y que ya vas a volver… jajaja!!! Che, que bueno que hayas reaparecido, así estés en el culo del África. Che, viejo, contame qué onda. ¿Cuánto hace que estás dándole al kayak? ¿Es el mismo kayak que usaste en el Lago Cololo, esa vez que fuimos a buscar a las sirenas? Y la aldea, ¿cómo se llama? ¿Te tratan bien los nativos? ¿Y las nativas? Bueno, hermano, aquí estamos. Espero que estés bien, y que no precises de nada, menos que te vaya a buscar a Madagascar!!!jajaja!!! No, me voy el miércoles a Buenos Aires, a trabajar en la edición de un video sobre los chimanes, un pueblo indígena de la Amazonía boliviana. Me apuro a enviarte la respuesta a ver si te agarro… che, ¿hay internet en la aldea? Bueno, como sea, aquí estamos, otro abrazo pero desde las montañas y la w´aka!
Pablo 

Ignacio Pedriel: cuando nos conocimos, tenía 33 años y ya era un perfecto dandy de los caminos, un vagabundo de luxe, inteligente y habilísimo con las manos (tallaba a cuchillo la madera que fuere). Era un tipo culto que juraba que nunca había pisado universidad, y casi nada de escuela. Su padre había sido un guerrillero del Errepé que había muerto combatiendo en Tucumán. Su madre, con él bebé de meses, se había exiliado primero en México, y cuando se cansó de la contaminación y la paranoia del DF, anduvo unos meses atendiendo una posada por la Cuernavaca de Malcolm Lowry y allí conoció al segundo padre de Nacho, un negro garífuna de Belice llamado Tom. Tom le enseñó a Ignacio a amar dos cosas: el mar y el blues. Tom se las traía: ¿se acuerdan la escena de Cobra Verde, la película de Herzog, cuando Kinsky y sus secuaces huyen en un bote de la fortaleza de piedra? Bueno, el negro que va remando es él, está a la derecha del plano. Ignacio me juraba que guardaba una añeja foto con Kerouac que había aparecido por la entonces Honduras británica tras la llamada marihuana de la costa y que el escritor le había enviado desde California. Tom hacía muchas cosas pero destaco una: tocaba percusión como sólo saben tocarla los de su cuna, y una noche de juerga infernal en Nueva Orleans, estuvo zapando hasta el amanecer con Miles Davis. Tom le enseñó a navegar a Nacho y le contó la historia de las sirenas de Punta Gorda.

Un día, Ignacio se cansó del paraíso y se fue a Buenos Aires, donde su abuela Mercedes, la madre de Nora, su madre, que vivía en Flores. La vieja, en los 60-70, había sido militante del Peronismo de Base y –le decía a Nacho- que nunca entendió como su hija, la China para los íntimos, se había enamorado de un combatiente del ERP.

—Por eso, vos sos un bicho raro—le decía Mecha, mientras tomaban grapa y comían grisines en la casa de la vieja de la calle Bacacay. ¡Nachito: es que sos un experimento bio-ideológico!, le lanzaba entre carcajadas.

—Y para colmo, si faltaba volarte alguna parte del cerebro, para eso estaba Tom, ese negro reventado que tiene miedo de venir a la Argentina porque dice que se va a morir de frío… ¡Qué negro boludo! ¿Qué se cree que vivimos en la Antártida?—Ignacio, cuando me contaba esta parte de su historia, se tiraba al piso por la risa porque así hacia la vieja, insistía. Mecha sigue viviendo en Flores, está escribiendo una ya mítica versión novelada de su militancia en el PB y su amistad con “Cacho” El Kadri, con el que se conocían desde chicos, del barrio.

Nacho, por suerte y siempre desde el futuro, me contestó al toque.

Re: hola, che, desde Madagascar!!! jajaja!!!

sábado, 8 de octubre de 2011, 00:55
De: "Ignacio Pedriel" 
Para: "Pablo Cingolani" 

Pablo!!!!!
Qué bueno que te encontré en este cyberputomundo!!! Jajaja!!!
Che, viejo, todo bien, tengo un Black Berry con Iridium, así que te puedo estar escribiendo desde cualquier sitio, desde debajo del agua también, porque es sumergible!!! Jajaja!!!
Che, chabón, mañana te cuento todo. Acá es la 1 de la mañana y los negros me van a llevar a un baobab sagrado que crece en una colina cercana a la aldea, hay luna en cuarto creciente y eso da fuerza y van a hacer una ceremonia de bendiciones para mi travesía. Son unos copados estos negros, hay uno que se llama Pierre no se qué que es poeta y del carajo, ya te cuento todo. Me alegra el alma tenerte de vuelta cerca de mí. Un abrazo y aguantame!
Nacho

Ignacio es un políglota. Por el creole de Tom, aprendió el inglés y el francés. Los años rioplatenses, con la Mecha, le habían dado un lenguaje: el nuestro. De aquí se llevó unas cuantas palabras (“chaki”, resaca; “chujchu”, el octavo dan de las resacas, “yucazo”, borrachera fuerte) y la convicción de los que saben: que la cerveza Huari es inigualable porque está hecha con agua de vertiente. Le respondí:

De: Pablo Cingolani
Para: Ignacio Pedriel
viernes, 7 de octubre de 2011 18:01

Texto del mensaje 

Vale, che... andá con los negros al baobab... ¿el Principito tenía uno en un asteroide?
Algo así, ¿no? Un abrazo, P. 

Y apagué la computadora. Corrí abajo para contarle a la Carolina que Ignacio me había escrito.

—¿Ignacio? ¿El que vomitó el romero?—Una de las noches que anduvo por aquí hizo un enchastre con la planta.

—¿Y dónde está el forro ese, desaparecido?—Carolina es la argentinidad al palo, sobre todo cuando abre la boca.

—Madagascar—dije bajito.

—¿En Madagascar? ¿La isla de África?

—Si, ayer casi se lo come un tiburón…

—Mira, Pablo, si acá casi (acentuó el casi) se lo lleva una sirena, en Madagascar le puede pasar cualquier cosa o a lo mejor se enamora de una negra y se deja de joder el tarambana ese.

—Ahora los bantúes lo están challando en un baobab de mil años—y me fui tras que la Carolina me hiciera gestos irreproducibles.

Imantado, puse un CD con música de Malí, lo más próximo, musical y geográficamente hablando que tenía para pensar un poco en el reencuentro con Ignacio. Seguía obsesivo amarrado a la cuestión del futuro: una velocidad anticipatoria se apoderó de mí. Después, pensé de dónde este hijo de puta había sacado un Black Berry con Iridium y de qué clase serían los tiburones que lo atacaron. Luego, recordé la historia del capitán Mission, esa que cuenta Burroughs en Ciudades de la noche roja, un libro tan dantesco y estremecedor como Los cantos de Maldoror. Mission había fundado su república de piratas libertarios en alguna bahía de Madagascar. El ron, para empezar, lo repartían en partes iguales, igual para el comandante que para el último grumete. Libertacia se llamó el experimento anarco, otra anticipación, ya que tuvo lugar mucho antes que la Revolución Francesa proclamase la universalidad de la libertad, de la justicia y de la fraternidad entre los hombres. Me imagine que Nacho –con su amor al mar y a todo lo demás también- bien pudo haber sido uno de esos corsarios rebeldes, que en todo caso era la transmutación de uno de esos piratas. No pude evitar concebir que su vuelta en kayak a la isla malgache tenía que ver con eso: con encontrar indicios de Libertacia, y alguna sirena índica además.

Le volví a escribir para que su resaca de la noche de baobabs fuera más copiosa:

De: Pablo Cingolani
Para: Ignacio Pedriel 
Enviado: viernes, 7 de octubre de 2011 21:52

Asunto: Motivos

Che, Nacho
Como ahora andarás danzando con baobabs y los negros te estarán pintando con los colores de la paz y de la guerra, o sea y en definitiva estás descuidado, aprovecho y te pregunto: ¿qué mierda fuiste a hacer a Madagascar? ¿Por qué Madagascar? Te acordás del capitán Mission, ¿no? Ese de Avante, de Burroughs, el texto que leímos antes de emprenderla a las sirenas de Apolobamba. ¿Será que fuiste a buscar las ruinas de Libertacia? ¿Será que fuiste a saber si la historia que narra el perro viejo de Burroughs es cierta, es real? Bueno, andá a saber, vos me dirás, mientras tanto esto me queda revoloteando entre la nuca y la frente como si fueran mil avispas las que me siguen.
Pablo 

Revisé las noticias –la VIII Marcha Indígena de Bolivia fue recibida de manera apoteósica por el pueblo de Caranavi- y luego volví a apagar la computadora, me tiré en la cama y empecé a releer por novena vezA sus plantas rendido un león del gordo Soriano. Carolina dormía.

Dos días después, me llegó este correo:

Re: hola, che, desde Madagascar!!! jajaja!!!

lunes, 10 de octubre de 2011, 10:35

De: "Ignacio Pedriel"
Para: "Pablo Cingolani"

El ritual junto al boabab sagrado fue más o menos así. Fuimos todos hasta el árbol, ellos cantaban y cantaban: después me enteré que eran loas a la luna en cuarto creciente que es símbolo de energía, de coraje, de potencia. Según lo que luego me comentó Pierre, los ancianos querían blindarme contra los peligros del viaje, dado mi intempestiva aparición en la aldea, y el hecho de haber sobrevivido a los escualos. No sé con qué historia mítica se relacionaba la cosa, un hombre que había llegado nadando desde Mozambique, un refugiado, un fundador, no lo sé, pero era un rito de origen bantú, y que se ofrecía a los forasteros. Cuando llegamos al baobab, un ejemplar impresionante, milenario, electrizante a la luz de la luna, alguien encendió una fogata, y al canto le agregaron la danza alrededor del árbol, muy avatar todo, yo pensaba que en cualquier momento aparecía Cameron y decía corte, repitan esa escena, pero no. La que apareció fue una anciana, fumando andá a saber qué, envuelta en esos humos y yo pensé ¡zas! la Pachamama misma, y sí era algo de eso. La vieja se acercó y me agarró de las orejas, y empezó a tironear con fuerza, todos a uno empezaron a gritar, hasta que luego la doña hizo una señal y todos se volvieron mudos, no se oía sino el sonido del silencio, luego la vieja sin dramatizar, ni sobreactuar, ni nada en especial, hizo sus pases mágicos, los miró a todos como diciendo “ya está hecho”, y eso fue todo. La anciana se alejó de mí, rompió el círculo de la gente y se perdió en la oscuridad. Cuando luego le pregunté a Pierre dónde se había ido la vieja, me dijo cagándose de la risa: ¿a dónde crees? Yo balbuceé que tal vez a la playa a seguir con sus rituales, a hablar con la luna, los caracoles, los tiburones, que se yo. Pierre dejó de reír y fingiendo solemnidad, me agarró de un hombro, y me dijo en voz baja: ¡se fue a dormir a su choza, hermano! Y allí sí, volvió a estallar de la risa, y yo con él. De repente, todo el mundo –éramos unas 50 personas- había desaparecido, y Pierre me dijo ven, ahora te toca el ritual conmigo, vamos que debemos acabar con esto y me mostró una botella de vidrio. Era una especie de chicha hecha con la corteza de baobab, tenía un sabor especialísimo, único, no sé, como el aguardientico colombiano.
Las cosas que hablamos con Pierre son abono fértil para un libro. Eran los años 50, y la lucha anticolonial estaba ardiendo. Pierre formaba parte de un grupo de poetas rebeldes donde también militaba Rabemananjara, incluso siguió en el grupo cuando estaba prisionero. Se llamaban así mismo, y en secreto, “los lémures magos” o “los magos lémures” (si mi memoria y mi francés no me fallan eran les lemurs magiciens). Se reunían por las noches, tomaban esa misma chicha que Pierre me estaba convidando, y componían y leían poemas en malgache hasta que amanecía. Eran sesiones de algo así como una limpieza espiritual, se limpiaban de la política y de la guerra, querían llegar a la alborada de la libertad con el corazón sano, tratando de no contaminarse con toda la suciedad que arrastra la violencia y la lucha política. Un día llegó a Antananarivo un hombre, un negro, era el embajador de los argelinos que estaban luchando contra los franceses, igual que los malgaches, igual que Pierre y su gente. El tipo se fascinó con las reuniones de los lémures, a las que fue invitado, y allí habló de sus trabajos en los manicomios de Argel, de las máscaras blancas con las cuales se recubrían las pieles negras, y de la importancia del hecho cultural como plataforma de redención del hecho colonial. Esa noche, con el enviado clandestino del Frente de Liberación Nacional, tomaron muchísima chicha, y se divirtieron mucho. Unos días después, uno de los lémures llamado Koré le pidió a Pierre un favor muy especial. Le contó que el compañero que había llegado del desierto, estaba enfermo, no se sabía bien de qué cosa. Le pidió lo llevara a su aldea, a ver si los chamanes podían darle una mano al hombre, descubrir lo que lo enfermaba. Fue así que Frantz Fanon anduvo por estos lados. Dice Pierre que era un buen tipo, que estaba obsesionado con la liberación mental de los negros, que le decía todo el tiempo que de nada valdría la independencia política y militar sino liberábamos nuestros cerebros, y sobre todo nuestra sensibilidad del yugo colonial. Que esas heridas sólo tenían una cura cultural, una sanación a través de la danza, de la pintura, de la poesía, de la comunión fraterna, de la limpieza de espíritu. Mira, me dijo Pierre, el estaba sentado diciéndome estas cosas en la misma piedra en la que tú estás ahora sentado. Ya estaba amaneciendo, miré el mar, me dejé invadir por sus honduras, y sentí uno de los estremecimientos más fuertes de mi vida. Te lo juro, Pablo. Después, nos fuimos a dormir, como la vieja.
Te abraza,
Nacho

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