"Non je ne regrette rien..."


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ -.

Invito a quienes estos días han colgado esta canción, preciosa sin duda, como símbolo de Libertad, Fraternidad e Igualdad, y de defensa de la democracia frente al terror, a enterarse de cuál es su origen y a qué en concreto se refiere. Una cosa es que descontextualizada nos emocione, y mucho, como símbolo de derrotas y resurrecciones personales, y otra que sea un homenaje explícito a la Legión Extranjera francesa en Argelia –la del general Salan y la OAS–, donde se cometieron atrocidades y asesinatos masivos, denunciados en su día por Albert Camus, Jules Roy (militar y escritor) o reconocidas con desvergüenza criminal por el general Aussaresses en sus sobrecogedoras memorias... Tuve la oportunidad de escuchar hace años el relato de un testigo directo, escritor y sacerdote, que había estado allí cuando no era lo uno ni lo otro, sino un recluta llamado a filas. Hoy he leído un artículo de Robert Fisk en La Jornada, de México, del que entresaco estas líneas que me parecen informadas y se refieren a una historia que yo mismo he escuchado repetidas veces a gente de ese París que nunca ha pisado el Café de Flore, ni aledaños, que sí sabe lo que es vivir y trabajar duro en «la banlieu», y pertenece a esa clase social que más padece represiones y atentados –trenes de Vallecas, ¿se acuerdan?–:

"cuando los reporteros nos dijeron que los 129 muertos en París representaron la peor atrocidad perpetrada en Francia desde la Segunda Guerra Mundial, omitieron mencionar la masacre en París de hasta 200 argelinos que participaban en una marcha ilegal contra la salvaje guerra colonial francesa en Argelia, en 1961. La mayoría fueron asesinados por la policía francesa; muchos fueron torturados en el Palais des Sports y sus cuerpos arrojados al Sena. Los franceses sólo reconocieron 40 muertos. El oficial de policía a cargo era Maurice Papon, quien trabajó para la policía colaboracionista de Petain en Vichy en la Segunda Guerra Mundial y deportó a más de mil judíos hacia su muerte."

Sin más. No voy a decirle a nadie cómo tiene que sentir o expresar su fraternidad, si es que la tiene, ni cómo manifestar sus emociones, pero no voy a admitir que nadie me imponga una manera de expresar las mías ni mucho menos mis convicciones, mi dolor, zozobra, perplejidad ante la atrocidad del presente y las infamias del pasado o de nuestras mismas trastiendas, o miedo al futuro inmediato que nos espera. Lo mismo por lo que se refiere a que lo que para mí es motivo de reflexión, lo sea de encono con nadie ni con nada. Abomino del dolor convertido en orgía mediática, en espectáculo, en telón de fondo obsceno para los habituales de la canallada, en púlpito y en palestra de su bellaquería. Huyo, me callo... pero vuelvo, aunque solo sea para expresar mi desconcierto, miembro de la Especie Humana.

Leía semanas pasadas unos artículos de Alain Finkielkraut recogidos en La seule exactitude –¿y cuál es ahora mismo nuestra única certeza?... si es que la tenemos–, alguno escrito hace unos meses después de la masacre de Charlie Hebdo –«L'après Charlie» y «L'esprit de pénitence»– y algo me ha parecido, leído ahora, muy significativo. Mientras que en enero el presidente francés invitaba, acto seguido de los atentados, a la movilización nacional, que días después derivó en un Mea culpa también nacional, al grito de «Qué hemos hecho mal para que nos hagan tanto mal» –es decir, en nada–, ahora envía los cazas a bombardear el que nos dicen es el feudo de Estado Islámico. Se ve que la situación ha cambiado en unos meses. Aprovechando la masacre parisina, un sindicato policial español se ha apresurado a reclamar «restriccción de libertades»... no sigo.

Item más: no he tenido oportunidad de leer estos días ningún recuerdo de lo que sucedió en el Metro Charonne (1962), y que allí sí se recuerda, y por qué motivo, siendo la rue de Charonne uno de los escenarios de la matanza. Ya sé que me invitan de manera destemplada a no recordar, a no mirar en el pasado, a no considerar que este justifica el presente, pero quiero entender, tener alguna certeza distinta a la de las 129 víctimas de París y del dolor de sus familiares.

Coda chilena sin venir a cuento: qué carajo pintaban dos legionarios franceses de Indochina y Argelia, vascofrancés uno de ellos, en la isla de Juan Fernández al tiempo de la Operación Condor.

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