Seguridad sin libertad

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ.- Le doy la vuelta a un sofisma policiaco, utilizado estos días por el ministro del Interior como un alarde de sensatez e inteligencia. El empeño policiaco, algo más que policiaco, de utilizar con descaro el miedo real de la población para obligarla a asumir que sin seguridad no hay libertad, equivale en la práctica a un estado de seguridad sin libertad de hecho. Digo que es un empeño algo más que policiaco en cuanto que obedece a un proyecto político de mayor alcance y envergadura: el imperio de los estados autoritarios en beneficio de un nuevo orden mundial de intereses económicos supranacionales y privados.
Por mucho que podamos encontrar explicación, en extremo compleja, al trasfondo de los atentados de París de hace unos días y a los mucho menos jaleados de Mali o Kenia, porque la tienen, lo que resulta innegable es que ha habido ya cientos de muertos con una secuela de dolor y de miedo: estamos conmocionados e intimidados, horrorizados.
La respuesta de los gobernantes no ya al terrorismo, sino a una violenta vuelta de tuerca de la historia de nuestro tiempo, que se expresa a través del terror, es el bombardeo masivo de población y la represión de toda la ciudadanía. Los atentados de París han demostrado que los trabajos de prevención han sido más que superados, y se están saldando con una colosal operación de detenciones policiales sin control judicial alguno. La restricción de garantías, derechos y libertades civiles –su supresión en la práctica– son más una amenaza de futuro que alcanza a la población entera, que una garantía de elemental seguridad en la vida social. Quien nada haya hecho, nada tiene que temer. No conozco sofisma más venenoso. No se trata de hacer o dejar de hacer, sino de ser sospechoso de manera por completo arbitraria, y de entregarse de pies y manos a lo que un sindicato policial solicitó hace días, a la «restricción de libertades» y al imperio de lo policial –en parte en manos privadas– en detrimento de lo judicial, es decir, de la arbitrariedad del poder. No me fio de las instituciones, ¿es delito?
A mi modo de ver, lo peor en esta situación es estar abocados tarde o temprano a no poder pensar por cuenta propia y a asumir sin reparos una conciencia mayoritaria, no entro en si inducida o manipulada, y a expresarse en consecuencia y solo de esa manera: la consigna gubernamental, la ausencia radical de información veraz y no manipulada. Es de temer que cuando reclaman y obtienen medidas de excepción, estas van a permanecer en el tiempo convertidas en rutina y referencia obligada.
Michel Onfray, filósofo francés de prestigio, ha padecido un linchamiento mediático por sus declaraciones sobre los atentados de París que ponen en tela de juicio las tesis gubernamentales; a Isabel Talegón la han echado de manera ignominiosa de un plató de televisión por algo parecido: el suyo no es el discurso que se quiere oír, se aparta de la doctrina oficial o del artículo de fe, que a eso vamos; a Ignacio Ramonet, con su reciente El imperio de la vigilancia, se le tacha de manera benévola de aguafiestas; a Noam Chomsky ni caso, por rojo; a los analistas Edward Snowden y Julian Assange se les desprecia porque con los profetas llega un momento que son los culpables de lo profetizado y deben ser acallados... todos, de una manera o de otra, son tachados de cómplices de los terroristas por negarse a aceptar la doctrina oficial no ya sobre los hechos concretos, sino sobre el momento histórico que vivimos.
Hace días que me ronda el título de un viejo libro, el Que nada se sabe, del doctor Francisco Sánchez. Yo sé poco y me veo mal en este papel de analista de geopolítica de barbecho en cuyos mapas me pierdo, pero no por eso voy a dejar de sospechar que se me quiere sometido más que libre de conciencia y expresión, y eso no. La violencia, en todas sus formas, no es patrimonio de los terroristas, y esa certeza nos espera en el futuro inmediato con los brazos abiertos.
En modo alguno justifico los ataques terroristas, pero no reuncio a intentar entender, al margen de las consignas gubernamentales, qué ocurre en la época que me ha tocado vivir, y a sostener que la idea de una hipotética seguridad personal, gracias a una seria perdida de libertades, no me seduce en absoluto.

Nota bene: la fotografía es del fotógrafo boliviano Sergio Ribero, cuyo trabajo pueden ver en Sergio Ribero Photography

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