La excepcionalidad argentina


GONZALO LEÓN -.

Las elecciones han atravesado todo el año en Argentina y, a diferencia de lo que pudiera creerse, no ha sido un clima fácil de soportar, más aun después de la primera vuelta: la división establecida entre oficialismo versus oposición y Cambio (Macri) o Continuidad (Scioli) ha quedado marcada a sangre y a fuego. Y si bien esta división ya se había visto en las elecciones de 2011, este año se agudizó. El resultado estrecho de las elecciones (2,8%, 700 mil votos) que dio como ganador a Mauricio Macri confirma esta división en dos Argentinas, una que quería el Cambio y otra que quería la Continuidad. Esta grieta con el tiempo podrá profundizarse o diluirse. Sinceramente prefiero que se diluya, que se sequen las ropas después del chaparrón.

Este chaparrón me hizo darme cuenta de lo que Beatriz Sarlo se refería cuando llamaba a extirpar la idea de excepcionalidad argentina, lo cual implicaba, entre otras cosas, “hacer el esfuerzo de asimilar el peronismo a otros populismos del siglo XX”. Porque aquí muchas cosas que pasan son vistas como únicas, como la falta de índice confiables de pobreza (Chile también estuvo sin índices de pobreza), una política económica heterodoxa (como si Argentina fuera el único país que aplicara ese modelo), un liderazgo fuerte (Cristina al lado de Putin es una niña de pecho). Así, los comentarios en televisión han sido del estilo: Esto sólo puede pasar en Argentina. Sarlo llamaba a extirpar esa excepcionalidad, aunque después, en el mismo párrafo, dudaba si esto pudiera llevarse a cabo, y es más creía que la cuestión estaba más bien en subrayarla como si no se pudiera nadar contra la corriente: “No sé si se puede prescindir de esa excepcionalidad, que confirma y fortalece excepcionalidades anteriores (tipo de configuración social, alfabetización, sindicalización). Entonces, no se puede prescindir de la centralidad del peronismo en el balance”.

Y tal vez aquí radique el problema: el peronismo le otorga esta excepcionalidad a Argentina y da la sensación de que todo lo que sucede pasara sólo en Argentina. Hace un par de semanas conversaba con una crítica de arte sobre la segunda vuelta, yo sabía que ella era de izquierda y pensé ingenuamente que no quería que ganara la derecha; pero me equivoqué, ella no quería que ganara el peronismo. Yo quiero que esto se termine y por primera vez veo la oportunidad de que esto ocurra, dijo. Cuando le conté que en Chile había ganado la derecha hace unos años y que intuía cómo sería el gobierno de Macri, me contestó que estaba equivocado, que esto era Argentina, que sería distinto, precisamente porque no estaría el peronismo. Dejé de discutir y volví a mi mesa derrotado. En la noche de su discurso de triunfo, Macri repitió varias veces las palabras “esperanza y alegría”, cosa que me hizo recordar la repetitiva “mirada de futuro” de Piñera. Es decir todo en Argentina es una excepcionalidad salvo el peronismo y, como el PRO no es peronismo, puede compararse con la derecha chilena.

De pronto recordé que había entrevistado a Sarlo y que le había hecho una pregunta sobre esta excepcionalidad. Al otro día busqué su respuesta y me encontré con que la proscripción al peronismo durante dieciocho años había provocado no sólo su fortalecimiento, sino que había favorecido su consolidación como partido no ideológico, dentro de un sistema de partidos carente de ideologías. En Chile y en Uruguay, decía Sarlo, hay partidos ideológicos que están a favor de tales cosas y en contra de tales otras. “Argentina”, concluía, “no tiene eso, porque el peronismo organiza y desorganiza las ideas”.

Hay manifestaciones culturales que son excepcionales: Maradona, Messi, Borges, el tango, la capacidad que tuvo Alberto Prebisch para hacer el Obelisco en unos meses, la amabilidad de la gente, la carne, la violencia con la que se puede encarar una disputa política y que se remite a El matadero, de Esteban Echeverría, texto fundacional de la literatura argentina, donde se aprecia cómo es y será la disputa por el poder. Sin ir más lejos, a principios de año, cuando murió el fiscal Alberto Nisman, que investigaba el caso AMIA, y vi el nivel de la discusión, pensé en el libro de Echeverría. Es más, en ese momento se me hizo carne por primera vez la excepcionalidad argentina: las especulaciones de si el fiscal se había suicidado, si el gobierno lo había asesinado, si una agencia de inteligencia se habíadesecho de él me hicieron exclamar: Esto no pasa en Chile, esto no pasa en Perú, esto no pasa en ningún país civilizado, esto solamente pasa aquí.

Un vecino mayor que yo, que vive un tiempo en París y otro en Buenos Aires, me dijo después que la violencia del peronismo, incluso entre los mismos peronistas, era algo común, que en los 70 había habido una guerra entre montoneros y la Triple A, y que eso daba la pauta de lo que podía ocurrir por una disputa de poder. Él había sido peronista, pero en los 90 Menem lo hizo desistir. En este punto sólo queda rendirme ante la evidencia y asumir la idea de excepcionalidad argentina, al menos en cuanto al peronismo se refiere. Este peronismo deberá reconfigurarse ahora para enfrentar a este nuevo gobierno de esta nueva derecha.

Publicado originalmente en Revista Punto Final

Publicar un comentario

1 Comentarios

  1. Un gran desafío por delante pero creo que el peronismo sobrevivirá al kircherismo aunque sin dudas su influencia lo hará mutar.

    ResponderEliminar