Masacre guanil


ENCARNA MORÍN-.

“La grandeza de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por la forma en que sus animales son tratados”. Gandhi

Nací en un paisaje agrario dónde las enfermedades se sanaban con las hierbas de la abuela (a menos que fuera algo más grave y terminaban curándose a base de defensas del propio cuerpo o simplemente se cronificaban). Comíamos sano porque era la única forma posible de alimentarnos. Las papas, lentejas, garbanzos, arvejas… y un largo etcétera, se cultivaban en nuestros propios terrenitos, a base de mirar al cielo rogando a todos los santos que las preciadas lluvias llegaran en el momento oportuno.

Los animales formaban parte de la familia. Eran nuestra fuente de proteínas. Las gallinas nos aportaban los huevos y, muy de vez en cuando, algún caldo. Nuestro medio de transporte era la burrita. Íbamos al campo con ella, transportaba los enseres de labranza y a la vuelta la carga. Sin decirle cuando debía de parar llegaba hasta la puerta de la casa y ahí se detenía, por eso la abuela no se preocupaba de llevarla cogida por las bridas. Iba a su aire durante todo el camino.

Las cabritas eran el mayor aporte de proteínas. La leche y el queso que nos proporcionaban eran muy importantes en nuestra dieta. El queso se “curaba” de un año para otro, de manera que siempre hubiera algún recurso del que tirar mano. Los bebés cabritos (baifos les llamamos en Canarias, palabra que aún se conserva de nuestros aborígenes), eran la alegría de la casa, hasta que un buen día desaparecían, sobre todo si eran machos. Nadie nos decía la verdad a los niños, ya que era muy triste y doloroso comerse a un amigo en el almuerzo. Al parecer, se alimentaba al cabrito con la leche de su madre, y en el momento en que estaba haciendo la digestión, se le mataba, ya que su estómago servía posteriormente para cuajar la leche y hacer el queso.

Medios de supervivencia de la gente pobre…aunque jamás se maltrataba a un animal. En todas las casa había un gato o dos, que se las arreglaba con los ratones. Mientras vivían en la familia, los animalitos eran bien alimentados y tratados con respeto.

Nunca vi una vaca en mi niñez. Sin embargo las cabras están en las islas, formando parte del hábitat, desde nuestros antepasados aborígenes. Hay numerosos vestigios arqueológicos que así lo demuestran. Sus tatarabuelas se remontan a más de dos mil años, lo cual viene  a significar que algún derecho tienen sobre el suelo que habitan.

En el medio urbano en el que actualmente nos movemos, los animales están en zoológicos o en granjas donde se les explota al máximo. Los gatos y perros callejeros que no molestan a nadie, son exterminados cuando alguien considera que debería ir a un mal llamado “albergue” de animales. Para tranquilizar las conciencias de cuantos colaboramos en este sacrificio masivo, en lugar de muerte, se le llama eutanasia. Todos los animales deben tener “papeles” y amos a menos que sean fauna reconocidamente salvaje. A una gaviota o una pardela nadie intentará ponerle un chip.

Aún recuerdo aquel día, hace unos veinte años en que salí con mis alumnos a la plaza de Santa Ana y unos hombres capturaban palomas a las que atraían con comida  con una red de pesca. Al hacerlo, llegaban a mutilarles las alas en presencia de los niños.  Los chiquitos quedaron tan impresionados que al día siguiente escribimos una carta al alcalde que fue publicada en el periódico La Provincia. Los niños decían que a ellos les habían enseñado a respetar a los animales y que aquel día vieron cómo se llevaban las palomas para exterminarlas.

Sergio es un muchacho que trabaja vigilando un centro comercial por unas horas en periodo nocturno. De su escueto sueldo, saca unos eurillos para alimentar a la gran familia gatuna que vive por los alrededores. Es más, les conoce por sus nombres y sabe quienes son hijos, madres, hermanos o abuelas (de los padres y abuelos no puede tener certeza). Mi complicidad con él se traduce en unos saquitos de pienso para gatos que le dejo en la caja del supermercado cuando voy a hacer la compra. Y Sergio me da las gracias, aunque el pienso es para los gatitos, de los cuales él se ha hecho responsable.

En una ladera próxima a mi casa (extraño, no está edificada porque es la parte trasera de un edificio público), una mujer cada día desliza con cuerdas recipientes con agua y comida para la familia de gatitos que viven por allí. Ella misma afirma que alguien les empujó abajo de una patada, y allí se multiplicaron hasta que llegó una subvención europea para esterilizarlos. Vinieron y se llevaron a casi todos ellos, aunque luego no retornó ni la mitad, afirma la señora. Pese a todo les cuida con esmero y si alguno se enferma, les lleva medicinas. Sabe quién es la gatita ciega, a la que hay que llevar la comida en su zona especial, ya que no puede moverse a buscarla.

De vez en cuando le entra el desaliento, al comprobar que alguna mano malévola corta las cuerdas de las que penden sus recipientes con agua y alimento. Pero no por ello claudica. Un amigo suyo,  solidario con los gatos se desliza por la pared hasta conseguir volver a anudar las cuerdas. Cuando uno de ellos desaparece, siempre se teme lo peor: que haya sido envenenado. Lamentablemente suelen ser fundados sus temores.

Los gatitos que viven bajo mi ventana creen que la comida cae del cielo. Lo que antes era un hermoso parque en el que jugaban los niños y charlaban los vecinos es ahora una mole de hormigón a medio construir ya que el político de turno decidió jugársela apostando por urbanizar una zona pública que era patrimonio de todos. Luego vino la crisis y la torre quedó en los cimientos. Unos laureles talados de forma despiadada, se alzan reticentes en el poquito de espacio que les quedó. Hay basura por doquier que nadie limpia porque está tras una valla y no se ve. Pero ellos nacieron ahí y viven alegres y felices. De momento no creen que la especie humana sea peligrosa. La gata madre, adoptada por Sergio, tiene media cola. La mitad que le falta se la quemó alguien y pese a todo sobrevivió gracias a los cuidados de  un sencillo hombre de buen corazón.

Recientemente el Cabildo de Gran Canaria ha autorizado la matanza masiva de cabras guaniles, que deben tener más años en la isla que todos nosotros si buscamos sus raíces genéticas. El motivo alegado ha sido que destruyen la flora autóctona y se pierde con ellos una subvención europea para preservar la biodiversidad. La única solución ha sido abatirlas a tiros por unos cazadores profesionales, alegando que la orografía del terreno hacía imposible capturarlas de otra manera.

Especies invasoras en la isla hay muchas, en el planeta tierra también. Quizá la especie humana sea la más invasora de todas. Una especie se considera invasora cuando no existen depredadores, y en este caso concreto, representantes políticos electos se colocan el título de depredadores de oficio.

Se hacen cada día mil disparates que ponen en peligro la biodiversidad de las islas. No se les ocurre apostar por energías limpias, controlar el feroz urbanismo, reciclar de forma seria, reforestar las medianías, diversificar una agricultura sostenible, controlar los vertidos… parece que la culpa de todo las tienen las cabritas salvajes, como si ellas no formaran parte del medio ambiente que se pretende preservar.

La cabra que siempre fue respetada en nuestra tierra,  de tanta hambre nos salvó. También a los antiguos pobladores de las islas les suministró leche, queso y hasta vestimenta. Un animal inofensivo que no hace daño a nadie. Come hierbas y plantas, lógicamente son vegetarianas. Viven salvajes, no están bajo el control de ningún humano y eso parece que las convierte en ilegales.

Si sale un defensor increpando a los políticos de turno, como lo hizo el Padre Báez se le termina etiquetando como fanático y excéntrico.

Durante cientos de años, el ecosistema se ha visto atentado y en peligro múltiples veces. Recordemos la tala masiva del bosque de laurisilva para abastecer de combustible a las calderas azucareras en la época del monocultivo de la caña. También el carbón vegetal para los barcos de vapor que pasaban por el puerto de La Luz, era gratis como forma de competir con el de Santa Cruz de Tenerife. Y ese carbón salía de la tala de nuestros bosques.

Posiblemente los mismos señores políticos que se sumaron a las masivas críticas hacia el monarca que abatía a osos y elefantes, justifican de forma más que convincente que se mataran las cabras.  Unos inofensivos rumiantes  que viven salvajes y en libertad en unas zonas de Gran Canaria que se pretenden recuperar, destruidas por las malas prácticas de la especie invasora humana.

¿Y qué culpa tienen unos animalitos que sobreviven como pueden, de que el ecosistema de la isla esté seriamente dañado por el mal uso que ha hecho del mismo?

¿Qué le vamos a responder a nuestros niños cuando casi incrédulos nos hacen la pregunta pertinente?

No me digan que mirar hacia otro lado es lo correcto. El Cabildo de Gran Canaria, en mi modesta opinión ha quedado muy mal retratado con esta acción. Ellas, las jairitas, saltaban alegres y contentas, incluso estaban preñadas. Los tiradores profesionales (¿Cómo puede haber alguien que disfrute matando?) hicieron su agosto jactándose de haber eliminado a un total de setenta.

Sergio, el anónimo cuidador de los gatos abandonados, Mari Carmen, la mujer de la larga melena color plata que alimenta y cuida a los animalitos de la ladera, su amigo Federico, el que escala el muro bajando y subiendo cada vez que alguno está enfermo o alguien ha cortado las cuerdas de los recipientes de la comida, no van a tener jamás la posibilidad de transmitir su sabiduría a ningún político, ya que éste se encontrará muy ocupado en batallas internas con quienes quieren moverle la poltrona.

“A los animales, a los que hemos hecho nuestros esclavos, no nos gusta considerarlos nuestros iguales”. Charles Darwin

Fotografía: Miguel Ángel Hernández Santana

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3 Comentarios

  1. Justicia para las pobres cabritas.
    Escrito justo y brillante.
    Felicidades.

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  2. Monos con navaja, les decimos a los políticos de turno. Solo suelen hacer disparates, insensateces, crímenes legalizados. Luego se van o caen en desgracia dejando tras sí un escenario muy difícil de reparar.

    Noble escrito que comparto en plenitud. Pertenezco a la horda de excéntricos y fanáticos que seguirán jugándosela por el respeto animal.

    Fuerte abrazo, querida Encarna.

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  3. Anónimo18/2/16

    maravilloso comienzo; intimo y narrativo, el texto sale de si mismo, de su viscera emocional e infantil, para hacerse un manifiesto

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