El bolillo y el micrófono


ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Aún no se agota la esperanza de que las creaturas del mundo nos movamos al ritmo de la tierra, de la naturaleza. Que forjar los destinos muestre un horizonte de solidaria fraternidad, y empiece a quedar atrás la inclemente locura de matar, enriquecerse, imponer, engañar, que hace insoportable los días y acoquina la posibilidad de pensar para entender.

Aceptar que los actos, las acciones de los hombres y las mujeres son complejos y que la mayoría de las veces, como el iceberg de Hemingway, apenas muestran o dejan asomar una pequeña punta, un fragmento, exigen, para su examen, meditaciones serenas y responsables.

En los tiempos de oprobio que acosan a la humanidad, ello es una exigencia. Esta surge de la eficiencia gastada de instrumentos de convivencia que en algún tiempo fueron seguros y acatados.

Por lo general, en la línea de sociedad que reclamamos, los instrumentos de la convivencia son consensuados y una vez establecidos adquieren su carácter de regla imperativa. Para preservar esta coerción se convino tener sistemas de autoridad y justicia a los cuales también nos sometemos.

Hoy, un efecto de los desajustes sociales es que los miembros de la comunidad no encuentran en la sociedad la forma de realización por los canales que, utilizados conforme a su naturaleza conducirían a una posibilidad de progreso, igualdad, oportunidades. La génesis de esta frustración se encuentra en el principio de nuestro sistema. Los partidos políticos no se plantearon como alternativas, más bien como fórmulas únicas y excluyentes de la felicidad. Había que imponerlas como las viejas y nuevas religiones: con el martirio del obcecado infiel. Así se eliminaba al otro como fuera.

Consecuencia de lo anterior fue la debilidad del Estado. Un aparato escrito pero que cumplía sus funciones a medias, según la regla expresara o no determinada doctrina. Ello permitió que los casos de tierra se volvieran una guerra de más de cincuenta años. Que los caso de policía se convirtieran en contendores de igual a igual con la autoridad.

El descreimiento en la ley y en la justicia debilita todo y por añadidura deforma las misiones de cada quien en la sociedad.

La deformación ocurre por los vacíos que generan angustia, incertidumbre, desespero en los ciudadanos que aún se aferran a la necesidad de un orden justo.

Mucho de esto asoma en uno de los casos, ya no se sabe si llamarlo de escándalo porque la sociedad vive pasmada por la oleada de porquerías a la cual algunos resisten, de los días recientes. El caso que ocurrió, aún no termina, entre la policía y la periodista.

El asunto implica aspectos que trascienden la ligereza de la anécdota. No es el menor el vínculo entre periodismos y autoridad. Justicia y corrupción. Ciudadanía y confianza. Intimidad e interés público.

Habrá que volver a ellos. Mirar si el síndrome Watergate seduce.

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1 Comentarios

  1. Caso serio el colombiano, bah como el de toda latinoamerica !

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