Alto Bermejo


PABLO CINGOLANI -.
Cuando cruce el Bermejo,
Ese río de leyenda,
Estremecida mi alma
Andará por esas sendas.
Aníbal Aguirre

Desata admiración el Bermejo. Cuando crece, da miedo pero su portento es tal, que uno se queda callado, oye su rugir de jaguares y lo admira igual.

“Hondo de toros ahogándose…”, lo escribió Manuel Castilla y lo escribió tan recio en su romance dedicado al río que no es posible evocarlo sino como lo hizo él: “Como tienen nuestros ojos/ de tanto amarte perdidos/ la lenta melancolía/ con que te miran los indios”.

Río es río y es singular y también muchas aguas juntas, muchos ríos: al Bermejo acuden aguas de la precordillera y la puna, aguas de Baritú y de Yavi; aguas de Tarija, de Sama y de Tariquía, aguas, tantas aguas, aguas bolivianas, aguas argentinas, aguas compañeras, que emociona verlas, cuando el río arrecia, arrebatadas, furiosas, temibles.

Las crucé, por primera vez, tras seguir a pie la playa de uno de sus afluentes, bajando desde Iruya, un pueblo colgado entre el olvido y sus montañas de colores, hasta Isla de Cañas, un pueblo olvidado entre la selva y la miseria de la selva. De ahí, salías al tramo final de una ruta emblemática de la República Argentina: la número 34.

Si elegías el sur y bajabas por la carretera, allí estaba, cerca y lánguida, San Ramón Nonato del Valle de Zenta de la Nueva Orán, Orán a secas, Orán como Argelia y en ambas, la peste pero pestes diferentes: en África, La peste de Camus y de los nazis; en el Chaco Gualamba y cerril de América, la peste de la pobreza y la marginación, la peste de la frontera. De cualquier frontera sudamericana: rincones que son víctimas de nuestra negación a ser verdaderamente una Patria Grande.

Orán, la de Salta-Argentina, fue fundada en 1794, el 31 de agosto, el día de San Ramón no nacido, allí donde está, por dos motivos: 1. Para abrir el camino entre Salta y Tarija y 2. Para combatir a los salvajes y pacificar a los indios. La historia triste de la fundación colonial de ciudades se repetía.

Anotaré algo sobre Isla de Cañas. Era un chango: nunca había estado antes en un lugar así. Era una aldea, un poblacho, un campamento grande, ¿una comunidad? de hombres y mujeres de varios pueblos originarios, de varias lenguas - quechua, wichi, guaraní-, que olía a desgarro, a hambre, a clandestinidad, a castigo. Olía a alcohol y a fiesta brava y cuchillos vengativos ya que llegamos justo para cuando se celebraba a Santiago, un 25 de julio. Pensé entonces y lo sigo pensando: esa es la Argentina real, la Argentina del espejo y la sombra, pero también la Argentina donde debe brillar la esperanza.

Si elegís rumbear el norte, y subís por esa misma carretera, está Bolivia, estuvo Bolivia, por primera vez para mí, hace ya más de tres décadas.

Río que une y enlaza, rio indio, Teuco como lo llaman los Qom, río que hermana pueblos, peces y pájaros; rio de bravas guitarras, río de cencerros, miles, millones, río de tubas enloquecidas, donde se lavan los duendes y los jinetes, se sumergen las hadas, beben y hablan con él, los arrieros.

Rio heroico, río libertario, río que libera, río de los guerrilleros, el Bermejo: por ahí, por esos límites, por Aguas Blancas, lo vio entrando a Masetti y su EGP a la Argentina. La insurgencia se fue devorando a sí misma y el periodista comandante desapareció en los montes. Walsh, escribirá que Masetti “se ha disuelto en la selva, en la lluvia, en el tiempo”.

Las selvas del Alto Bermejo son únicas en Argentina. Sólo allí, es posible que crezca la planta del café. En medio de una vegetación que asombra, una flora vital colmada de lapachos amarillos, cedros rojos y tarcos gigantes, se cultiva la yuca y la papa dulce. También da bien la chirimoya, la toronja, el mango, la papaya, el plátano, algunos de estos frutos desconocidos más al sur. Territorio fértil para las cucurbitáceas: melones, sandías, zapallos y calabazas abundan, se venden baratos, casi regalados, en puestos improvisados en Yuto, en Pichanal, en algún rancho pobre a la vera del camino y un destino poco feliz, muy contaminado. Estos sitios son el culo de una Argentina pretensiosamente blanca y negadora de sus raíces, y es estigmatizado como zona roja, santuario narco, edén del contrabando.

Sentenció Camus sobre su África, asediada por la modernidad de la vieja Europa: ningún pueblo puede vivir sin belleza. En Alto Bermejo, todo es bello. Luce esa belleza salvaje e irredenta que está ausente u olvidada en el resto de la Argentina. Esa misma belleza que se estira y estalla y uno admira por los lados de Emborozú, cruzando el río, en Bolivia, y que uno siente que allí seguirá durando, una vida, dos vidas, quien sabe. Del lado argentino, es tal la fragilidad que se huele, que te hunde y te espanta olerla.

Una vez, cruzamos el Puente Internacional –y cómo nos halaga, negarnos- con el Ricardo y el Ramón Rocha, con Ariel y el Raúl Romero Auad. Salvo Ricardo, gran Ricardo, que guiaba la nave, todos los demás estábamos borrachos, ebrios de vino y de canto, borrachos de vida y camino. Trajinábamos desde Salta, Argentina, donde habíamos conocido al “gringo” Aguirre, el coplero, gran coplero, que me cedió el epígrafe.

Recuerdo que era verano. Recuerdo que llovía, y llovía bastante –como ahora que llueve en este valle seco. Ascendíamos y el río estaba embravecido, y golpeaba rudo, arremetía fuerte, contra los taludes de la carretera, y nosotros mirábamos sus olas potentes elevarse, mirábamos cómo arrastraba troncos y diademas y líquenes y piedras viajeras, mirábamos como lo miraban los indios de Manuel: piedras blancas, piedras negras, muchas piedras: lo mirábamos con fervor poético, con ilusión y devoción de peregrinos, con pasión por esas aguas: era el Bermejo, señores, era el Bermejo en su bosque de nubes, guerreros y colibríes, y no podías más que conmoverte.

Yo lo sé: el día que tremendo cauce, el día que tanta agua danzando arisca, el día que no me emocione y me estremezca viendo o recordando al Bermejo, ese día, yo lo sé: ese día estaré muerto. Mientras el cuero aguante, mientras viva, elevo –elevaré- una plegaría por ti, río amigo, una plegaria líquida.


Pablo Cingolani
Río Abajo, 18 de Abril de 2016
Liberen a Milagro Sala

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