Volver a los Andes

PABLO CINGOLANI -.

Cada vez que vuelvo a Buenos Aires, la ciudad donde nací, me inquieta la misma pregunta, que rebota y rebota sin cesar entre los edificios, entre la niebla y los edificios, entre las antenas y los buses y los taxis y los edificios.

¿Cuál es la pregunta? Ah, sí. El interrogante tiene que ver, justamente, con los edificios. Con su cantidad. Con su proliferación incesante. Con su significado. Su forja. Sus implicancias. Mis amarres. Mis distancias. Me resulta abrumador. Buenos Aires me abruma: tantos edificios, tanta gente. “Cuanta ciudad, cuanta sed”, gemía Spinetta.

Rascacielos y montañas: ya los comparé en un cuento que escribí hace añares, le contaba a Muzam el otro día, escribiéndole desde allá, desde el abrume. Ahora estoy aquí, entre montañas, y el desasosiego cede. Me animo a conjurarlo. Aunque hoy, afuera, llovió todo el día y la negrura de los cerros acechaba, es inevitable sentirlos morada.

Un día, las ciudades terminarán su labor de congregación y apiñamiento. Eso es seguro porque eso ha sido y es la historia humana. En una balada de Joni Mitchell que siempre recuerdo, ella también gime: pavimentaron el paraíso y pusieron un parqueo encima. O algo así. Cada vez que vuelvo a los Andes, sé que aunque la batalla pueda estar perdida de antemano, la poesía siempre resistirá. Deberían demoler las montañas para que eso, eso de la magia, no suceda.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 17 de Abril de 2016

Imagen: El Illimani desde Río Abajo, Pablo Cingolani.

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2 Comentarios

  1. Qué haríamos sin montañas, querido Pablo. Sufrí un desasosiego mayúsculo al recorrer la llanura argentina. No me acostumbraba a ese horizonte plano. No me acostumbré nunca.

    Fuerte abrazo

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  2. Para mí cruzar y volver a los Andes significa un ida y vuelta a dos vidas. Pasado y futuro, y viceversa. Me encantan las postales mentales que me quedaron de los Andes en esos cruces y me habría encantado tener el espíritu de un andinista para poder recorrerlo con el corazón en la mano.

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