Cerca a San Lucas, Chuquisaca o Potosí, algún día de 1994

PABLO CINGOLANI -.

Eso si lo recuerdo: era verano.

Y llovía, y llovía, como canta, sigue cantando Leonardo Favio, que tanto amábamos, que tanto amamos. Llovía como puñetazos de Dios sobre el parabrisas de la Mitsubishi que, a duras penas, traqueteaba por esos caminos no caminos de Chuquisaca adentro, bien adentro, Chuquisaca Sur, en medio del deseo y de la nada.

El deseo de llegar al Pilcomayo; la nada de nadar sin mapas sin guías en medio de una lluvia que caía como si la galaxia se estuviera deshaciendo en baldes, en palanganas, en toneles de agua que caían sobre el capot del carro y rebotaban como aguijones de una desconocida sed: la de todos los veranos del subtrópico cuando el mundo parece licuarse, querer sumergirse, abatirse en el líquido que cae y cae desde las alturas, como bombarderos, en picada, como si nunca eso hubiese sucedido, como si lloviese en Chuquisaca Sur, en Bolivia, en los Andes, en el mundo entero, por primera vez.

Esto también lo recuerdo: Kaluyo, algún extremo de Potosí.

Sucede -en los mapas, en los atlas municipales, en los carteles de proyectos, en las estadísticas, en las oficinas, en el capricho de trazar una línea que dicta esto es Potosí y esto, más acá o más allá del mismo destino de desolación y de olvido, dice: esto es Chuquisaca- que buscando llegar al Pilcomayo y derrapando por el barro y la lluvia hostil de esos caminos no caminos que empezamos desde Culpina, los Cintis, Chuquisaca Sur, al sur también y bien adentro de Bolivia, sucede, simplemente: estábamos perdidos. Una vez más.

Sucedió esto: mientras íbamos confiados que el camino no camino en algún momento topase, como los toros topan, con el río Pilcomayo, bendito deseo en medio de la nada, atravesando la lluvia en Chuquisaca, terminamos en Kaluyo, Potosí, y vuelta a la misma lluvia, vuelta a la lluvia potosina pero buscando la lluvia que nos conduzca al río, la lluvia de Chuquisaca. Nunca llegamos al Pilcomayo pero tampoco nunca terminamos de perdernos porque nunca nos olvidamos que esto que cuento, esto lo vivimos juntos.

Jamás me voy a olvidar de esto: Guillermo estaba conmigo.

Uno va por los caminos no caminos de Chuquisaca de Potosí o de la vida. Uno va por esos mismos caminos con lluvia con deseo o con nada. Pero si vas por ahí con un amigo, con un amigo como lo fue para mí Guillermo Aguirre (y su cámara y sus palabras), te recuerdas, lo evocas y lo anotas.

De otra manera, era sólo lluvia, una colosal tormenta en medio de una travesía afiebrada por un camino no camino entre Potosí y Chuquisaca.

Era sólo lluvia pero compartirla con mi amigo, la volvió memoria, la volvió una historia. Esta historia. Con este amigo. Con Guillermo Aguirre, Que en Paz Descanses, mi hermano, y desde el cielo, a donde te fuiste junto con el Jasper y te volviste a encontrar con la Mary y con el Cacho, me sigas inspirando.

Intento un final (de este texto, de esta historia): esta es también mi manera de celebrar tu vida y no te lloro, carajo, aunque te estoy llorando. (Y, si fuera por mí y si volvieses a vivir, te volvería a llevar por esas lluvias para que nos volvamos a perder y así poder regresar/resistir y contarla de nuevo).

Pablo Cingolani
Río Abajo, 26 de mayo de 2016

Imagen: Guillermo Aguirre, cineasta boliviano.

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