Temporada de otoño

EMANUEL MORDACINI -.


Cerca de mi casa hay una tienda de ropas llamada Ignacio Prêt-à-Porter. Siempre paso frente a sus vidrieras pero nunca encuentro allí nada interesante, solo ropa demasiado cara acompañada de múltiples pósters publicitarios. Estos días uno de esos pósters llamó poderosamente mi atención: era la imagen de una chica rubia sentada inánime en el fondo de lo que parecía ser una piscina vacía, con la espalda apoyada en los azulejos blancos y celestes de las paredes. La chica tenía la mirada perdida, los labios entreabiertos en una mueca de fastidio, las rodillas flexionadas. Vestía con estudiada desprolijidad: pantalones tajeados y apenas deshilachados, buzo gris y campera negra por encima de los hombros. Un espeso mechón de cabello cubría un extremo de su rostro. Era la publicidad de una marca de indumentaria urbana: AF Jeans; otoño 2016. La fotografía ostentaba ese desamparo polvoriento propio de los films post-apocalípticos, esa sucia melancolía que supo definir la estética grunge en la década del noventa. El póster y su frialdad otoñal se metieron en mí de inmediato: ¡Qué foto fascinante!-pensé-si algún día publico un libro, quiero que esa sea la imagen de portada. Foto óptima, además, para tapa de un disco de rock. Quedé enamorado de la imagen y todos los días la miraba al caminar frente a la vidriera del negocio. Pasaron las semanas y la foto continuó allí, detrás del inmenso cristal que la separaba de mis manos. Ropas costosas, de última moda; aquello estaba lejos de mi alcance. En realidad, la ropa no me interesaba en lo más mínimo; era la foto, esa foto, la que me había absorbido los sesos. No podía quitármela de la cabeza, estaba inexplicablemente obsesionado. Quería esa imagen solo para mí, quería contemplarla todos los días e imaginarla como portada de los libros que aún no había escrito. Esa rubia anónima se había convertido en la (anti)heroína de las desaforadas historias que constantemente se gestaban en mi mente. Podía llamarse Allegra y ser la única sobreviviente de un apocalipsis industrial, en fuga perpetua de los peligros generados por la radiación. O podía ser Astrid, una groupie pasada de rosca que despierta en la pileta vacía de una mansión suburbana después de una noche de alcohol y sustancias. Podía ser cualquier cosa la rubia aquella y yo quería para mí esa condenada foto. No podía sacármela de la cabeza, simplemente no podía. Tomé coraje y me aparecí en la tienda cerca de las siete de la tarde. Pedí por la foto, pregunté si podía comprarla. Las empleadas (dos veinteañeras muy lindas) me dijeron que no les estaba permitido vender nada: políticas de la tienda, las órdenes venían de arriba. Insistí una y otra vez; las negativas fueron rotundas. Las chicas empezaron a mirarme con desconfianza. Huí de allí rumiando mi fracaso y mi vergüenza. Fui a Internet y puse en Google: AF Jeans. Di con el Facebook oficial de la marca. Exploré en su catálogo desesperadamente, como un cazador enloquecido en busca de su presa soñada. Otoño 2016. Desamparo. Melancolía. Grunge. Post-apocalipsis. Los vientos radiactivos arrastraban ecos de oscuras campanadas. Encontré la foto... La otra, la verdadera, sigue colgada en la vidriera de Ignacio Prêt-à-Porter. Y bueno, todo no se puede.

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