Oficios imposibles


ROBERTO BURGOS CANTOR -.

En épocas de desmadre, quienes han vivido la ilusión y el duro declinar de su impulso, entusiasmo de vida; encontraron en los abismos de la historia, en la aceptación del tiempo que a cada quien corresponde en el arrume de siglos, un sendero para enfrentar los días sin soberbia y rescatar conjeturas. Esa aquiescencia aparta las amarulencias y hace surgir preguntas.

La clave Caribe de vive y deja vivir, prepara tu casabe para la celebración del pastel o para el suicidio, parece olvidada.

Supongo que llamar estos tiempos como de desmadre es una alusión ingenua porque no hay madre. Apenas montoneras de insatisfacciones, de rechazo al estado de cosas, y lo único que quieren es cambiar. La insatisfacción y empujar un cambio cuya dirección no tiene brújula, los une. Nada resuelve algo. Las ambiciones producto del fracaso carecen de medida, de dirección.

A pesar del vórtice, que supera la imaginación de Poe, todavía hay seres que se desgañitan por gobernar a sus semejantes. ¿Sabrá alguien, antes y después de Maquiavelo, qué será gobernar?

Triste administración del desastre, todos quedan atrapados entre dos bloques. Parecería que un designio fatal establece el límite de gobernar. Hoy el mandato consiste en conservar lo que hay por anómalo o bueno que sea. Una sabiduría de poeta revelaba: el hombre está condenado a elegir, pero si elige está perdido.

La tensión entre los dos bloques es irreconciliable. No dejaré que me quites algo. Te exijo un poco antes que la locura de la necesidad me lleve a arrebatarte todo. ¿Pero, eso que denominan gobernar puede transformar la realidad?

Los viejos ideales, los sistemas de acercar las sociedades al bienestar, a una pactada convivencia, corroídos, se derrumban. Cuanto hay está atrapado en la imposibilidad. Alguien sabe si los antiguos gobernantes por representación Divina, perdieron la magia, y ahí si el poder, cuando se convirtieron en representantes de sus semejantes. Pero, ¡ay! los semejantes tienen un rostro de mil facetas. ¿Quién retrata cada amanecer las incertidumbres duras de identidad del gobernante de hoy? Frente al espejo de afeitarse se pregunta, quién soy, quién fui? Rostro bamboleante no encuentra consuelo, se aferra a un propósito virtuoso o pueril para no extraviarse más.

Aquel poder absoluto se ha fragmentado. La idea aritmética que postula la creencia de que si muchos participan en una decisión, habrá más garantías de acierto, se agota. El mando por un lado. La justicia por otro. Los hacedores de leyes más acá. Otra vez la tentación del fusil, las armas dispuestas. Y las antiguas sentencias de la fe, salidas del templo, de los sigilos de la oración, anticipan el infierno en la tierra saqueada.

La impotencia compromete los propósitos de ajustar, equilibrar, renovar, al viejo asunto de comprar y vender. ¿Y cómo vamos ahí? dice el socio de ocasión.

Imagen: Honoré Daumier

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