Los olvidados


HOMERO CARVALHO OLIVA .-


Yo que no he escuchado los cantos,
las voces de los pueblos antiguos,
las palabras del fuego, del agua y del viento,
los ecos de las semillas en sus tobillos;
ni he escuchado las genealogías de animales fabulosos,
imaginando linajes de aves instantes y sueños vegetales;
y tampoco he conocido los eternos cielos de sus Lomas santas,
los abrazo hermanos míos, carne mía, semen mío,
los abrazo en la alta noche de mi insomnio.

Yo que solamente he visto
sus cuerpos bellamente dibujados
en imágenes sepias de fotógrafos anónimos,
con apellidos de curas o gringos aventureros,
que los imagino danzando en la selva,
tejiendo mitos en el despoblado altiplano andino,
anudando la vida en los quipus secretos,
los beso y les digo que los amo.

Yo que nunca he visto los señoríos andinos,
ni las Casas Grandes de la Amazonía,
como tampoco las civilizaciones de la llanura,
los he presentido en sus miradas.

Sé que nada de lo perdido,
por el oprobio del tiempo,
volverá con los vientos de agosto.

Porque los Kaa y los Iyas ya no son dueños
de los montes, de las aguadas, ni de los curiches,
Los dueños de la naturaleza nada pudieron
con el poder invisible de los títulos de propiedad.

Abrazo a los Guarasugwes que creen que Yaneramai,
el que todo lo puede, ya dispuso el fin de sus andanzas.

Ya no danzarán los Yaminawas
ofrendando a las sicurís en sus malocas.

¿La inagotable ausencia es el mal?

El rocío ya no despertará a los vislumbrados hijos
de los Machineris, ni las yerbas curativas
podrán despertarlos de la pesadilla cotidiana.

Los animales de la noche
ya no soñarán con sus herederos
y no podrán escribir sus nombres en el viento.

¿Había una mano acariciando el agua?

Ya no habrá más viajes de la memoria
alrededor de las abuelas Chacobos.
Y los Pacawaras seguirán buscando el paraíso
en las pocas leguas que les dejan los madereros.

Intuyo que moriré en algunos años
sin sentir el éxtasis de los ancianos Tapietes,
ahora aniquilados por las fiebres de allende los mares.

¿Saben hermanos?
Nosotros vamos siendo el cementerio,
donde no es necesario enterrar su cuerpos
porque ya sus risas están en nuestro olvido.

Se secaron los grandes lagos de la gente del agua,
los Urus de la altiplanicie, que un tiempo fuera un mar,
los que llegaron un día antes de la Creación,
los Kjotsuñi, ya no tendrán su gran día.

¿Alguien mira a los Apus y a los Achachilas?

Las leyendas urbanas de asesinos en serie
se comieron a los tigres del amanecer de los Sirionós.

¿El Estado es un asesino en serie?

El Eshawa, el espíritu de las visiones de los Esse Ejja
ha quedado ciego de tanta estúpida muerte mediática.

En la Amazonía la inundación se lleva los vestigios
de los ancestros de los pueblos que ya desaparecieron.

¿Alguien se acordó de enterrar a los animales sagrados?

Las aves carroñeras destripan las viejas palabras,
palabras de lenguas que describían e imaginaban
lo que el castellano nunca pudo nombrar
y que ahora quedan como arqueología de los idiomas.
Los buitres las atrapan y las desgarran  
porque saben que la palabra
esconde el misterio del origen;
en cada siesta descienden y arrastran una de ellas,
a la boca sin lengua de la serpiente nocturna,
sorda asesina de los pueblos de Abya Yala.

Las aves agoreras han descendido sobre sus voces.

El cazador ya no encontrará presas en el monte.
La mujer no cocinará el pescado sobre la chapapa.

Los dioses se han vuelto tímidos
porque ya no los nombran durante las tormentas
y  sus almas fueron escaneadas por impúdicos satélites
que acechan a la Pachamama desvistiendo su cuerpo
para analizar hasta sus huesos.

¿Y si jugamos a ser indios, servirá de algo?

Ni siquiera servirá de algo guardar las fechas
porque nunca tuvieron ni días, ni meses, ni años.
Tenían lluvias, viento, soles y lunas,
jornadas de sombra y luz para medir sus estaciones,
y hasta eso ya no es como antes del diluvio.

Los guerreros dejaron sus recuerdos
a la entrada de las ciudades
y olvidamos pintarlos en las paredes.

¿Saben hermanos?
aún no entendemos que la ambición
por poseer la Tierra se paga con la tierra.

¿Alguien vendrá por mí cuando me muera?
¿Me enterrarán en una chullpa o en una caja?

Llueven investigaciones y tesis de doctorados
interviniendo los recuerdos y los deseos
de los pueblos que ya fueron censados para el inventario final.

Perdidos para siempre estamos hermanos,
porque los muertos somos todos
y estamos suicidándonos en el otro.
Cada día, cada hora, cada minuto,
muere uno de ustedes/nosotros.

No importa, ya nada importa.
Al mirar el cielo solo vemos nubes
y hemos olvidado descifrar sus figuras,
ya nadie mira la Tierra que se refleja en el cielo,
si lo hiciéramos veríamos que por cada pueblo desaparecido
se apaga una estrella por siempre jamás.

Los que quedamos, ufanados en la mentira,
debemos cantar por ustedes y por nosotros
recordando que la palabra es nuestra religión.

Escuchemos el clamor de la víspera,
ustedes ancianos míos son esa víspera.
La inocencia ya no es un don divino.
El aire fresco de la Creación,
la respiración de Dios, está enfermo.
El arco iris no es más un pájaro de colores.
El agua inaugural no lava el polvo de los árboles,
resbala por los sucios monumentos urbanos.

Ni los dioses ni los niños ya habitan los sueños.

Ustedes se van desnudos y yo me voy con ustedes,
arrebujado por el espíritu de los montes y de los ríos.
El Gran Espíritu vendrá a nuestro encuentro,
cuando ya nuestra sombra sea palabra negada.



Homero Carvalho Oliva, Beni, Bolivia, 1957, escritor, poeta y gestor cultural, ha obtenido varios premios de cuento a nivel nacional e internacional, dos veces el Premio Nacional de Novela con Memoria de los espejos y La maquinaria de los secretos. Su obra literaria ha sido publicada en otros países y ha sido traducida a varios idiomas; figura en más de treinta antologías nacionales e internacionales de cuento como Antología del cuento boliviano contemporáneo, The fatman from La Paz e internacionales, como El nuevo cuento latinoamericano de Julio Ortega, México; Profundidad de la memoria de Monte Ávila, Venezuela; Antología del microrelato, España y Se habla español, México; en poesía está incluido en Nueva Poesía Hispanoamericana, España; Memoria del XX Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia y en la del Festival de Poesía de Lima, Perú; así como en la antología Poetas del Oriente boliviano de Pedro Shimose. Entre sus poemarios se destacan Los Reinos Dorados y El cazador de sueños, inspirados en las tradiciones, leyendas y cosmogonías de los pueblos amazónicos de Bolivia y Quipus en las tradiciones y leyendas andinas. El año 2012 obtuvo el Premio Nacional de Poesía con Inventario Nocturno y el 2013 publicó la Antología de Poesía Amazónica de Bolivia y la Antología Bolivia. Tu voz habla en el viento, que reúne a 55 autores, entre ellos a 3 Premios Nobel de Literatura hablando de Bolivia. Es autor de la Antología de poesía del siglo XX en Bolivia publicada por la prestigiosa editorial Visor de España. Premio Feria Internacional del Libro 2016 de Santa Cruz, Bolivia.


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