Republicana y melómana

CONCHA PELAYO -.

Me llama una amiga para decirme que le ha llamado la atención una esquela aparecida en el periódico local en la que, detrás del nombre de la fallecida se leían estas dos palabras “republicana y melómana”. Me dice el nombre de la finada y compruebo que se trata de una antigua amiga a la que hacía tiempo que ni veía ni sabía nada de ella. Aunque tuvimos buena relación, nuestros caminos se bifurcaron y creo que hasta nos olvidamos la una de la otra. Confieso que yo me había olvidado de ella. Los años no perdonan. Pero, curiosamente, hace un par de días me acordé de esta buena amiga, no sé porqué, y pregunté a quien podía darme razón de ella pero nadie supo decirme nada. Y fueron dos días después cuando apareció su esquela en el periódico. ¿Premonición? Tal vez. Había muerto de leucemia y yo ni siquiera supe de su enfermedad. Me di cuenta de que hacía años que ni siquiera la había visto en los conciertos de Bellas Artes, a los que era asidua. Esta amiga, de izquierdas de toda la vida, repudiaba todo lo que oliera a guerra civil, a franquismo. A su padre lo mataron los nacionales y al parecer de forma muy descarnada. Ella nunca los perdonó.

En la esquela, tras estas dos palabras tan sugerentes para definir a alguien que acababa de morir, aparecían los nombres de los más allegados sin definir el parentesco y al lado la siguiente frase: “Y aunque la vida perdió, dejónos harto consuelo su memoria”.

La lectura de la esquela me dejó suspensa durante algunos momentos para, a continuación, retomar mi vida puesto que sigue y hay que alimentarla. 

En la misma página, otra esquela, en esta ocasión, de un caballero, conocido también y que había fallecido el mismo día que mi amiga. Aunque no me unía amistad con el finado, lo conocía perfectamente, incluso a su mujer con la que había hablado en alguna ocasión. 

Ese mismo día, por la tarde, acudo a la Catedral para asistir al concierto de Ara Malikian, ese virtuoso del violín que está revolucionando la música con su manera de interpretar. Maravilloso concierto, sin duda, en el que descubrí, no sólo a un virtuoso violinista, sino a un excelente contador de historias con un sentido del humor que me mantuvo entusiasmada durante todo el concierto. Descubrí, además a un hombre bueno.

Pero mientras esperábamos la aparición del violinista, dos filas delante de donde yo me encontraba me fijo en una mujer que, a la sazón, era la viuda del hombre que aparecía en la esquela. Acababan de enterrar a su marido y, sin embargo, ella no quiso perderse el concierto. Tal vez, la generosidad del marido, vaya usted a saber, y sabiendo que llegaba su fin, debió decirle: tú vas al concierto de todas formas, hazlo por mí, no te preocupes. Mi cabeza, durante unos momentos estuvo girando mientras elucubraba sobre aquella comprometida decisión. 

Por fin, y antes de que apareciera en el escenario Malikian y su grupo, supe reaccionar y comencé a percibir la situación con cierta normalidad. ¿Estamos cambiando? –me dije-. ¿Acaso comenzando a mostrarnos como somos, sin preocuparnos del qué dirán, sin importarnos para nada los chismes y cotilleos que puedan suscitar nuestra actitud?

Me vino a la memoria aquella otra esquela que salió publicada en el Norte de Castilla de Valladolid hace algunos años y que fue noticia nacional porque en el relato de la misma, tras el nombre y apellidos del finado y el de su viuda, se podía leer: “los hijos pasan”. Sí, sí, los hijos pasaban, pero de qué pasaban: ¿del entierro, de la parafernalia que supone el mismo, con velatorio, pésames, pompas incluidas….?

Ignoro qué sucedió con los hijos de aquél pobre hombre, pero todo ello me lleva irremediablemente a pensar en la blandura con la que percibimos los sufrimientos ajenos. Todo nos da igual, todo nos resbala; desde la desgracia del vecino, el cambio climático, las fumigaciones sobre cultivos –dicen- para contaminar alimentos. Dicen que para ir aniquilando poco a poco a la población. Somos demasiados –dicen- y no hay momio para todos. Todo nos es indiferente, hasta nuestra propia existencia.

El violinista Malikian, cuando finalizaba su concierto tuvo un emotivo recuerdo para el genocidio de Armenia, para los judíos exterminados durante el periodo nazi, para los inocentes de la guerra de los Balcanes, para los desgraciados de Siria. Una pieza extraordinariamente triste y emotiva sonó en la plaza de la Catedral de Zamora mientras los ojos se llenaron de lágrimas. Lágrimas por nuestra indiferencia, por nuestra blandura, por nuestra ceguera. 

Confieso que, pese a mi tristeza, disfruté como una niña. Y es que la vida sigue, aunque sea a trompicones.


Imagen: Violinista Ara Malikian

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