Mira el pajarito, sonríe


ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Salón elíptico llaman al recinto del Congreso Nacional. Otros de lenguaje sonoro y aspiración inglesa dicen parlamento, y los irreverentes con mueca irónica dicen templo de la democracia, se persignan al revés.

Las magias de la condición geométrica de la sala de curules guardan en su aire empozado, un álbum. Palabras, ruidos, imágenes, ronquidos, susurros secretos.

Al abrirlo: sentencias terminantes en latín de párroco rural en ayunas. La invocación de estadísticas con la lengua vanidosa de lo irrefutable. La confusión de citas de un autor atribuidas a otro. Las respiraciones forzadas de quien sube la montaña de la exaltación y se queda sin aire y no puede concluir porque se desinfla y apenas un silbido de lástima, una conclusión deficiente. El roncar acompasado de a quienes el sueño ofrece protección contra el aburrimiento. Golpes contra la madera. Un tiro. El esplendor de un estilo: Greco Quimbaya. El retumbar del callarse de los que no sabían hablar. Y las sentencias de nuevo tipo esculpidas en la atmósfera de la historia: el sexo excremental. Los vítores a España ante el visitante francés, fundador de la V república. La canción, acordáte Moralito de aquel día en que vine de Urumita, verso de reto con el cual López Michelsen comenzó a amedrentar a Ignacio Vives, de verbo desatado en denuncias. Una pena que dejó al acordeonero porque entonces el célebre Nacho le habría planteado la piquería.

Las imágenes: los instantes tremendos en que un congresista encuentra el argumento del exterminio y le dispara a un compañero. O aquel hombre bueno, hijo de Pedro, el pescador y camionero, y Carmelita, la evangelizadora, que ingresó a la sesión en el recinto sacro saltando la baranda cual atleta. O el que abrió brazos y piernas en la puerta para no dejar salir a nadie antes de la votación. Mis paisanos ambos. El uno quería llegar rápido y el otro aseguraba el cumplimiento del deber y los compromisos.

Habrá que hacer la antología de tantas y tantas felicidades y miserias que muestran el talante nacional para su vergüenza, para su arrepentimiento, o para reincidir. Adornos de la democracia.

Asuntos así llegan en estos días. Ripios de un pasado del cual no terminamos de desprendernos. A pesar del hecho de la historia colombiana que consiste en, por primera vez, resolver con seriedad un camino posible para abrazarnos o respetarnos y dejar de malvivir de la quisquillosidad y la apariencia interesada.

Vi la fotografía en los periódicos. El salón elíptico con el pleno de sus 268 congresistas, no sé si hubo agripados, estaba limitado: un islote pequeño adornado con fotografías de guerrilleros y avisos que advertían, No trago sapo. Una isla grande a punto de flotar jalada por globos rojos y congresistas vestidos de blanco. ¡En ese frío! Una maravilla que anuncia el buen humor y la piñata de la paz, dulce, para todos.

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