Distracciones

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

En estos tiempos de desesperos del deseo, búsquedas de sentido a lo político, hallazgos de un sentimiento alrededor del cual lo diverso sea capaz de fecundar sin matarse, con los restos de la depresión histórica que embarga a muchos por las sorpresas del plebiscito pasado, estuve gastando pasos en lugares y objetos donde perviven muestras, enigmas, de otros tiempos.

Es posible que para quienes nos reconocimos en una sociedad de luto y destrucción furiosa, y hacemos esfuerzos por impedir que la sensibilidad se pasme a fuerza de maltratos y persistencia de una catástrofe que se impone como inevitable, la mezquina acogida a una propuesta de convivencia en paz nos frustre más que a quienes endurecidos por la indolencia, el olvido como defensa de sobrevivencia, juegan a la viejas estadísticas de muertos y gastos de pólvora, tribunales de juzgamiento del día de la resurrección.

Así 1948, línea de arranque de una generación que vivió en las intimidades de la morada familiar un padecimiento de desamparo que ennobleció la comprensión de lo político y desvalorizó la ausencia radical de emprendimientos generosos, nobles, en concierto de humanidad. Con los días y días que siguieron no fue, acaso, de honda significación que hombres y mujeres de la fe, de los consuelos bondadosos de su Dios, fueran impelidos a agregar a sus bendiciones y rezos, una lucha, una rebelión posible en los tratados de su iglesia ¿?

Nos hemos mal educado en envidiar, reconcomio de salmodias repetidas, y confundir un gesto grande, evangélico, el perdón ¡por Dios ! en baratas escaramuzas. Quien perdona se agiganta, se santifica. Pero también está presente una racionalidad: el imposible y anómalo estado de cosas compromete a todos. Algo distinto a los malos y los buenos compromete el destino de un país desquiciado que debe retornar a los senderos de la verdad y de responder, de corregir y construir, de abrir y buscar.

Agobiado por las voces de los muertos, hablan siempre, dicen y dicen su lamento o sus reclamos, los ripios de su vida inconclusa, y uno sin respuesta distinta a la vergüenza de los dos que expulsados del Edén cubrían sus partes con la superficie insuficiente de las manos y la recién descubierta desnudez, cuerpo divino que en el instante de la expulsión los abochorna. Pan de duelo desde allí, para ustedes y su descendencia. Entonces volví.

Encerrados y protegidos, guarecidos, el museo esconde y revela. Qué sentirán los japoneses de paso raudo y sigiloso, invocadores de Basho, de estos señores que no se parecen a los samurais, ni sus sables al honor palpitante de un rito de despedida ¿?

Volví al antecedente de nuestras imposiciones. Velásquez y sus bufones que aún no han sido llevados al teatro. Sus nobles que cabalgan por siempre en animales fuertes que levantan los cuartos delanteros cuando lo monta un jinete y requieren las cuatro patas en la tierra cuando los cabalga una mujer. ¿Qué secreto guardas caballo?

Y Goya y el Bosco. Pero el tiempo: la monstruosa conversión de Bacon. Las latitas de Warhol.

La vida.


Imagen: El bufón don Diego de Acedo, «el Primo». Diego Velázquez

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