Qué es lo que pasa

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Cada día se torna más difícil describir la encrucijada del mundo y entender a la gente. Pareciera que el cúmulo de acciones repetidas que llamamos experiencia no iluminan ya el presente. A menos que los seres humanos hayamos escogido repetir el acto infame, la conducta oprobiosa.

¿Por qué? Para vengarnos en los otros de nosotros mismos, quizás.

Ni la religión, ni la política, convivencias colectivas ellas, han logrado moldear las formas de alcanzar lo que se quiere con medios virtuosos, convenidos, y que apunten a un horizonte de logros del bien para todos. Por supuesto, jamás como imposición, pero sí como una generosa aceptación de mínimos. Límites sin disminuciones que convengan a la comunidad sin afectar el fuero personal.

Por ahora, el resultado de las elecciones en Estados Unidos se mueve entre los gag de una comedia barata y el reclamo airado de una mayoría que vocifera su decisión de producir cambios, o castigar al gobernante que concluye su gestión por lo que hizo y por lo que no hizo.

En estados así, de exaltación de las pequeñas venganzas, de explosión del fastidio, desaparecen los idearios de los partidos políticos y predomina una tensión desbordada. Encauzar deseos ya no es posible. Se establece una relación directa entre lo que yo quiero o lo que yo rechazo y mi voto. Voto por mi, por quien asumió mi yo, se desvaneció el programa, las ideas.

Por supuesto los discursos del candidato ganador, pueriles y malvados, no salen de la nada. Ha recogido los sentimientos de un malestar deforme. Y a lo mejor la expresión de la masa vociferante encontró en el líder un espejo.

En varias ocasiones creí sentir que el candidato, hoy electo, gritaba y ofrecía desde una tradición aún activa. El solitario jinete de las películas de vaquero que recorre un mundo adverso, una naturaleza con peligros. Incluso hay un filme del viejo Clint donde el vaquero retorna para vengarse de un pueblo cobarde. Y muchos en donde concitar lo colectivo para una causa justa no es posible.

Ese vaquero era combinado en el estrado de los discursos y discusiones políticas con el comediante. Si derramo el helado en los pechos abundantes de la señora del collar de perlas y me derrumbo con estruendo en el piso, no habrá reproche, risa y risa, sí.

El vaquero y el comediante surgen de la cámara. El líder es un actor natural que desarrolla su propio guión. Él es su director. Las tomas, la distribución, el sonido, corre por cuenta de los medios de comunicación que pasan la película sin cobrar boletos de entrada.

A lo mejor habría que revisar si ese es el fundamento del ideal democrático. Alentar rebuznos para elegir imbéciles. ¿Por qué?

O aceptar que algo esta gastado. Que hemos fracasado en alentar la aventura de una vida que poco a poco conquistara un sentimiento de lo humano que rasguñe lo sublime, que discutiera desde lo razonable y reconociera la belleza.

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