Campanas de Navidad

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

El ritmo de vértigo de los sucesos, huracán de recorrido imparable sacude muchas colas, arroja aire podrido de maldad, parece alterar el calendario. Borra los islotes de sosiego que permiten pensar, comprender, examinar.

Diciembre, muchas veces recogido por sus amaneceres lentos frena la carrera loca de los días precedentes, era una esquina de deseos reposados. De leves inventarios. Las playas recibían visitantes foráneos que tomaban el sol y jugaban con el mar como arrullos de silencio, quieto fluir de músculos y pensamientos.

Parecía, y con frecuencia pasaba, la época predilecta de las tragedias personales. Separaciones de amor. Suicidios. Abandonos. Diferente a este ahora en que el mal invade el colectivo endeble que no terminamos de tejer.

Era la época de visitar a la modista del barrio; de emborrachar al pavo; de disponerse a los pasteles de arroz en hojas de bijao; de mirar las modestas vitrinas de pesebre y regalos; de querer más a los vivos y a nuestros muertos.

Nadie sabe hoy qué ocurre para que el mundo esté atollado en una de esas dolorosas sin salida. Sin compasión. Sin piedad. Destrucción general de la humanidad. Imposición violenta de la demencia, religiosa, política, cultural.

Ocurre de todo. Lo peor y lo peor.

Dicen, unos peregrinos de fe obcecada apretujados en la plaza de la santidad cristiana, mientras esperaban que por la ventana del angelus asomara la mano de las gracias, como les pidieron paciencia por la demora en recibir la bendición. Les explicaron que el Pontífice hablaba en sigilo con dos políticos colombianos, sin la valentía de citarse a duelo para resolver con el silencio de la muerte de honor tanta idiotez acumulada.

Como puestos de acuerdo por inspiración divina, empezaron a clamar a grito desaforado: ¡Que los confiese! ¡Ay! sacramento de secretos absueltos.

Como aún no merecemos el sosiego somos sometidos al asco de un acto de secuestro de una niña: maltrato y violación y muerte. Algunos piensan que el relato torpe y repetido por días y días es peor que el hecho.

El escándalo y la rabia en ocasiones no permiten ver detalles. Pequeñas muestras donde también se incuban nuestras desgracias.

El asesino de la niña, ya se sabe, profesional ilustre con más estudios que el asesino de mujeres en Monserrate, o el barba azul de niños, incapaz de meterse un tiro en la cabeza o de ofrecerse al linchamiento, busca, primero un abogado, cómo no; y después un médico, cómo si.

El relato del periódico dice: “Rafael Uribe Noguera no aceptó cargos por recomendación de su abogado.” De manera que yo me sé culpable y mi abogado me va a convencer de que no soy culpable. Y enredar al juez y vociferar por la radio. ¿Con qué eso es la defensa? Yo no fui aunque sé que fui.

¿Y nuestras universidades?

Así nada nos rescatará del oprobio.

Quizá el arte nos muestre lo insoportable de nuestras porquerías.

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