Che Guevara: Acotación al margen

Pablo Cingolani 
 
“Las estrellas veteaban de luz el cielo de aquel pueblo serrano…” –de repente, con esa economía de palabras que se valora y se aprecia, el texto nos transporta y comenzamos a volar hacia allí, hacia algún lugar de la América Profunda, hacia la noche eterna de esos lugares inmemoriales que habitan nuestras montañas, el corazón del corazón de nuestros sentimientos de arraigo, de pertenencia, de pasión por esta tierra, así ésta sea puro desgarro. El texto sigue acechándonos con su poética: “…y el silencio y el frío inmaterializaban la oscuridad”.
Así da inicio Acotación al margen, un escrito tomado de las notas de viaje que hizo Ernesto Guevara de la Serna cuando a los 23 años se embarcó en una travesía que uniría Argentina con Venezuela durante nueve meses junto con su amigo Alberto Granado. Viaje iniciático: Ernesto comenzaba a romper la crisálida que, con los años, lo convertiría en esa figura legendaria, en esa mariposa tierna, dura, feroz y combativa, que el mundo conoció como Che.
Buen escritor era Guevara. Algunos insinuaron que de no haber seguido la ardiente huella de la revolución, el mundo hubiera ganado un literato tan renombrado como el guerrillero que fue. Son conjeturas que, de seguro, harían sonreír al propio Che. El mismo cuenta en sus memorias de la guerra de liberación de Cuba como eligió –siendo médico titulado y médico de los insurgentes- el fusil en vez del botiquín porque estaba convencido que así se curarían millones de seres humanos de las laceraciones que provocan la desigualdad y la injusticia, que la revolución sanaría todas las heridas históricas de los hombres, que la mejor medicina contra los poderosos y sus enfermedades eran las balas.
Esas claves ya están presentes de manera señera y contundente en Acotación al margen. Es allí, en el medio de la noche serrana, donde el futuro Che recibe la “revelación”, como el mismo la designa. Se ha resaltado siempre el humanismo guevarista pero hay escasez a la hora de señalar su lado místico.
Se ha dispersado por todos los confines de la Tierra su herencia de audacia y de amor al pueblo y a su causa, el legado de pureza, de coherencia, de entrega y compromiso que el Che enalteció a lo largo de su vida, incluso hasta el día de su muerte, asesinado en la escuela de La Higuera, otro confín pero en Bolivia, pero el misticismo guevarista –evidenciado en varios pasajes de sus notas de viaje pero escrito con una elocuente majestad en el final de esas notas, en Acotación al margen- no ha encontrado el mismo eco.
¿Será porque ese misticismo es una invocación febril al sacrificio, al heroísmo, a la inmolación si es necesaria, a la redención por sangre y eso no cuaja en un mundo que ha aceptado mansamente las imposiciones de un poder omnímodo que nos secuestra la piel y nos mutila el alma a diario con sus violentas mentiras y sus no menos atroces manipulaciones?
Hay en el alumbramiento, en la revelación que experimenta Guevara, mucho de profecía, demasiada: Acotación al margenes, a la vez,  una especie inédita de epitafio.
Vemos al hombre, joven, hombre al fin, exaltado, exultante, frente a la epifanía de –diría Kusch- rozar con los dedos a la divinidad y sentir en todo su cuerpo el llamado del destino: la misión en la cual navegará su vida hasta que la muerte se lo lleve a otros mares y otros destinos.
“El gran espíritu rector”, así lo nombra, lo desnuda y se brinda y Guevara lo deja entrar hasta el rincón más íntimo de su ser con ese fervor inaudito que sólo atesoran los justos de corazón, los limpios de alma, los amantes de la verdad, los poetas del silencio, los guerreros que no se rendirán jamás.
Hago un puente sentimental y digo que la sierra se asemeja mucho al desierto y que en estas acotaciones al margen de un viajero-aventurero del siglo XX en busca de su morar en el destino retumban también esas verdades que otro hombre puro y pleno como El Che, pero en la lejana Galilea, sermoneó en su montaña.
Bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia –sentenció un tal Jesús Cristo en los eriales de Asia- pues de ellos es el reino de los cielos. Esto es seguro: un cielo rojo sangre, un cielo de purificación, un cielo rojo y negro, un cielo revolucionario y bermejo, es el que ampara eternamente al caído en combate en la quebrada del Yuro.
Acotación al margen es un relámpago de extraña fascinación. Es un tajo, como señala el propio Ernesto en su escrito, un tajo en la conciencia, en la ética, un tajo en la inspiración que debe animarnos. Acotación al margen es el texto más terriblemente bello que escribió Ernesto-Che Guevara.
Mi texto también es una acotación al margen en torno al legado de uno de los seres humanos más extraordinarios de todos los tiempos, “uno de los nuestros, quizás el mejor”. Es, a la vez, un homenaje a su memoria viva, ahora que se cumplirá medio siglo de su partida a la inmortalidad.

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