Peligros del pensamiento




Roberto Burgos Cantor

Nunca entendí por qué el largo período, diez años, del gobierno que siguió, en España, al de Adolfo Suárez, se resistió a utilizar los conocimientos de Juan Goytisolo para los diseños de las relaciones con el mundo árabe. Alguna vez fue nombrado por González, Ministro de Relaciones Exteriores, el socialista Javier Solanas. Este acudió a Goytisolo en medio de destrucciones de la espiritualidad musulmana contra el resto. No hubo entendimiento.
Goytisolo hablaba y leía el árabe. Conocía esa cultura. Vivía en Marruecos, donde murió hace pocos días y escribió una obra literaria admirable. En ella el mundo de Averroes, El collar de la Paloma, Avempace, recupera su tejido de asideros profundos con el imperio de sus majestades católicas.
La comprensión de Goytisolo de la cultura árabe estaba dada por una delicada fusión de sensibilidad, vida y estudios. En varias de sus novelas emerge ese mundo desentrañado desde la lengua que nos comunica. (¿Español? ).
A este escritor alejado de la mundanidad de la vitrina, de un insobornable poder crítico, (lo desplegó sin sonrojos en el discurso con el cual recibió el premio Cervantes) y de una escritura en constante renovación, le fue otorgado el Cervantes hace pocos años. En el jurado que lo escogió estaba una maestra colombiana: Carmelita Millán de Benavides.
Mi no entendimiento, dicho en la primera línea, lo recupero para reflexionar, una vez más, sobre las relaciones de desconfianza o de alejamiento o de resignada tolerancia, que se dan entre los artistas, intelectuales, y los gobernantes.
Es posible que no sea así de manera absoluta. Y se puede establecer una diferencia según la función y la representatividad.
Quizás en los momentos en que una sociedad busca transformaciones imaginativas, libres de intereses minúsculos, la palabra de los intelectuales sirva para expresar ese deseo, sobre todo de la sociedad silenciada, sin representantes, acoquinada. Les va mejor, en la participación, a los pensadores juristas: Echandía, Soto del Corral, Hinestroza, Rocha. El grupo alrededor de López Pumarejo: Zalamea, LLeras Camargo, José Mar. Actuaban en el Ejecutivo, o en el Congreso.
Cuando Belisario Betancur pensó en un programa para la cultura nacional, buscó a Tito De Zubiría. Don Tito, lector del Tuerto López, sabido de los límites de la ilusión no empeñó sus energías. Betancur se rodeó de intelectuales como Jorge Eliécer Ruíz, Afán Buitrago, Bernardo Ramírez. El molino de gobernar es implacable y poco a poco terminaron revisando discursos, cartas.
El presidente Gaviria, mandaba normas de la que sería la Constitución del 91, con el joven Cepeda, a García Márquez, escritor de novelas.
La ciudad perfecta se caracteriza porque en ella esta ausente el arte de la medicina y de la jurisprudencia(…) el amor une. Escribió Avenpace en Régimen del solitario.

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