La amistad: Variaciones (2)

Roberto Burgos Cantor

El cambio de paisaje dispersa.
Los ámbitos donde compartir estudios, lecturas, confidencias en voz alta, quedaban solos otra vez. Guardaban ripios de nuestras voces. Aquella quinta de dos plantas en las calles enfrente de la ermita del Pie de la Popa que terminaban en el cuerpo de agua que iba hasta Bazurto. Corría desde la muralla junto al Pedregal. A ella se había mudado la madre de Juan Espinosa después de vivir en una casa amable, de discreta arquitectura doméstica en San Diego.
La quinta tenía, en la habitación de Juan un estante donde tope con la novela Los idus de marzo, de Wilder. El encanto era el balcón sobre la fachada principal. Colindaba con el de la quinta de igual estilo de Rainero de la Vega.
Juan Bautista que, como dicen las bogotanas era una estampa de hombre, había empezado la amistad no exenta de enamoramiento, con una de las hijas del vecino. Eran dos. Bellas ambas: Gala y Magali.
En la admiración, lo acompañábamos Óscar Bertel y José Antonio Angulo. El anuncio de la visita era la voz de Jose que cantaba la Barcarola o recitaba a Bernárdez. Con la música y la poesía no trastabillaba su lengua a veces desobediente. Entonces salían las jóvenes. La imagen inolvidable se grabó un mediodía solar de caribe despejado. Magali y Gala salieron al balcón vestidas con bermudas, franelas de playa y unos gorros altos de piel peluda de oso siberiano. Años después los vimos en la película de Zhivago. Simulaban fumar unos cigarrillos delgados, café oscuro, de cilindro perfecto y largos. La sorpresa y la risa agregaron alegría. Nos regalaron un paquete con algún nombre indescifrable que leimos en una novela de Gogol.
Supimos que el arquitecto Rainero era comunista y traía de sus viajes a la Unión Soviética esos recuerdos para el museo de lo imposible.
La inminencia de abandonar el solar ocurría sin atenuantes. El colegio de La Salle hacía su ceremonia de grados en el teatro Cartagena, un día antes del bando que iniciaba las fiestas de noviembre. A quienes terminábamos nos ponían un anillo de oro y piedra roja con el escudo de la comunidad. Los hermanos cristianos los traían de un joyero italiano de Nueva York. Era una prenda linda que me robaron.
Apenas nos restaba la primavera en el trópico, diciembre. Y con suerte el revuelto de religiosidad y paganismo de las fiestas de la virgen de la Popa.

Imagen: Pablo Picasso, Grande Tête de Femme au Chapeau Orné, 1962

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