Tiempo de perros

Miguel Sánchez-Ostiz

Estamos que mordemos. Es asombroso la manera en que nos desautorizamos unos a otros, poseídos de la verdad y el sentido de la historia. Temible ese inapelable saber cómo tienen que ser las cosas, tanto como el sentido de legalidad que unas veces es intocable y otras no, a conveniencia de parte. ¿De verdad que queremos vivir en paz o deseamos de poco secreta manera una hecatombe de bolsillo en la que participar de espectadores y que no nos arrastre con ella? Pugnas estas que no terminan en acuerdo porque no es costumbre, sino en una paz de vencedores y vencidos… y ya volveremos a vernos las caras en la próxima ocasión. Manera parcial, sesgada la mía de ver las cosas, pero lo cierto es que no puedo compartir ni fervores ni entusiasmos, aún sabiendo que en estas circunstancias el de simple espectador es mal papel, temores e inquietud en cambio sí. Tan difícil es hablar con independencia de criterio, con el corazón y cabeza, sin mirar al público ni temer al perjuicio social, como callar. Temo el sentido del orden, la legalidad y del uso de los métodos represivos que tienen quienes gobiernan. Descreo de sus métodos de gobierno y de su rectitud de intención. ¿Importa? Nada. Palabras perdidas en la Taberna de los Cuatro Gatos. Temo lo que está previsiblemente por venir, en lo público y en lo privado, eso es todo.

* Imagen de Bucarest 2007, Kalea Plevnei
*Texto publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (22/10/2017)

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