Testimonio de la Tempestad


Pablo Cingolani 

Viéndote llegar, sintiéndote cerca, aproximándote, sentí más fuerte los latidos del corazón, el erizarse la piel, más sal en los labios

Desde la carretera,  confieso: parecías una serpiente, una colosal serpiente, que bajabas de los cielos, como si el Inkarrí reviviese descendiendo, Viracocha alentase tu huella de Jacha Katari redentora y bajases a los cerros a sentenciar que el mundo volvería a su cauce, o sea al revés, y que ya no había tiempo, que ya nadie se salvaría, salvo los justos, salvo los buenos, salvo los apasionados, salvos muy salvos los que atesoran la fe

Dejé el camino y bajé por la callejuela hasta la casa, mirándote fijo, oliéndote delante de mí

Estabas ahí, encima de las montañas que franquean la quebrada de Huacallani, estabas ahí sombreando la casa del Elías, los árboles de Millumarka y el abra que se derrama sobre Chojo y desde donde, altivo, se yergue el Illimani, nuestro guía, nuestro protector, nuestra luz eterna

Abrí la puerta. Abrí un cajón. Alcé una cámara. Salí afuera. Estabas esplendorosa. Inspiradora. A punto de estallar, a punto de derramarte, a punto de redimirnos. Respiré hondo. Enfoqué. Tomé tu foto.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 25 de octubre de 2017

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