Hacerse ilusiones...

Miguel Sánchez-Ostiz

¿Han leído al escritor catalán Josep Pla? ¿No? Pues vale la pena. Murió hace años y el abad de Poblet, en su elogio fúnebre, dijo algo así como «Gracias senyor Pla por todo lo que nos ha dado, que ha sido mucho». Pla era un creyente raro que ni creía mucho ni creía poco, sino que, más descreído que otra cosa, creía en lo que le daba gana, pero no molestaba a nadie con sus creencias –fue todo menos hipócrita–, que inquietara con sus perplejidades es otra cosa.

Pla, desde su mas de Llofriu, cerca de Palafrugell, creía en que fuera plausible la solidez del papel moneda y en el corcho de las explotaciones familiares, tal vez por eso tuviera tanta sed, confesada, en un país reaccionario y puritano, de falsos virtuosos que también tienen sed, mucha, pero la aplacan a escondidas y hasta cuando detienen a un magistrado con la sed muy aplacada, en moto, sin casco y a toda mecha, no pasa nada, lo ascienden. Dicho lo cual, añadiré que Josep Pla es uno de mis escritores favoritos desde hace más de cuarenta años.

Desde su fallecimiento ha ido saliendo algunos tomos de obras inéditas, diarios y notas dispersas, y reunidas con devoción, que han ido completando su ingente obra. Ahora le ha tocado el turno a estas Hacerse todas las ilusiones posibles... que publica Ediciones Destino.

Quien conozca la obra de Pla se va a llevar una sorpresa, si espera una hermosas notas sobre el paisaje del Ampurdá, el payès y su mundo, y su cocina, cuando menos en las primeas e intensas páginas: España y Catalunya o Catalunya y España y sus fuerzas vivas, su canalla y sus miserias. El retrato que hace no necesita mayor comentario ni exégesis ni contextualización. Mandangas.

Coincide Pla con su amigo el exfalangista Diniosio Ridruejo (Escrito en España, 1962), el primer traductor del Quadern gris, que el país se había convertido con el franquismo en una cueva de ladrones. Pero Pla va más lejos. Más de uno se habrá quedado de piedra al leer que España es un pantano de mierda, además de un lugar en el que repugna vivir. Habla de España, no de Cataluña, a la que considera europea –no como otras regiones–, con todas su limitaciones, fruto de tres siglos de dominación y sometimiento a los castellanos. Tal cual. Ni quito ni ponga. Lo escrito resulta inequívoco. Un pantano de mierda hacia el que las autoridades dice, estos es, los gobernantes, no tienen otro cuidado que el de que no haya filtraciones, hilillos de plastilina, ya saben, y la podre se haga del dominio público.

Lo que causa asombro es que esas páginas, escritas a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta del pasado siglo nos resulten tan familiares, así hable del Ejército y sus papel de mantenedor del orden social y del sistema económico, de la Iglesia que lo mismo, su gran beneficiaria, del latrocinio sistemático de los encaramados al poder, del enriquecimiento bestial de una casta social a costa del obrero y su precariedad. Y si he hablado de las creencias de Pla es porque, en otra consideración, afirma que el régimen franquista con la sociedad por él implantada te quitaba las ganas de creer en Dios. Tal cual. No me extraña que estas páginas no hubiesen tenido una oportunidad favorable de edición... hasta ahora mismo lo dudo, salvo que se le perdone la vida como «cosas de Pla».

Solo que a continuación de escribir con sorna vitriólica de la Iglesia, de su financiación y del papel del Ejército, lo hace de una Cataluña acogotada y sometida. Si a alguien se le ocurre hablar de tres siglos de dominación castellana sobre Cataluña se le echan encima, si lo hace Josep Pla, silencio en la sala. El de Pla es un análisis implacable del carácter y el problema nacional catalán. No creo que se atrevan a acusar a Pla de desvirtuar o escamotear, de manipular o inventarse la Historia de Cataluña o el vivir en catalán (lengua), enraizado en el país del que habla, algo que sí hacen cuando alguien del presente se atreve a sostener lo mismo que sostiene el escritor. Resulta turbador reconocer las consideraciones sociales de Pla, muy radicales en algunos extremos, breves y contundentes, escritas hace casi sesenta años, como si fueran de hoy. Lo dije en otra nota de lectura hace días: acojona.

*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (3/12/2017)

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