La dualidad de Charlie Parker

Pablo Mendieta Paz

El pasado mes de septiembre, uno de los sucesos artísticos que sitúa a La Paz en fulgurante escenario del jazz, batió un récord que por su mérito, buena obra y excelencia, es digno de todo lauro: el Festijazz celebró treinta años de vida. Para esta feliz ocasión, veintidós grupos nacionales y del extranjero homenajearon tan singular aniversario con la exposición de una colorida gama de blues, swing, y de una pluralidad de expresivos elementos rítmicos y armónicos. Todo un logro el de este número treinta del Festijazz, y de sus creadores y organizadores que meritan el más prolongado aplauso.
A tiempo de escuchar el sonido de este fenomenal género, no fue posible abstraerse a que días antes de la inauguración del evento, con precisión el 29 de agosto, se recordara un año más de la llegada al mundo, en 1920, de una leyenda del jazz solo comparable, entre otras estrellas, a un Louis Armstrong, a un Duke Ellington, a un John Coltrane o a un Mile Davis. Nacido en Kansas City, el apodado "Bird" Charlie Parker irrumpió en escena como virtuoso saxofonista y luego como insuperable creador de obras cuya elaboración ponía a la vista, y a los oídos, sublimes rasgos de genialidad.
Pero esta singularidad propia, esta consustancial aptitud compositiva fue, a lo largo de su corta vida, un motivo de confusión en sus dotes como creador. Sobre esto, es ciertamente recurrente la idea de que Parker concebía su arte sin esfuerzo y con la facilidad de un estilo fecundo y libre en improvisación. Nada más incongruente. Pese a que normalmente se distingue al jazz como un arte en que, esencialmente, el sentido de espontaneidad es la fórmula sobre la cual el artista se manifiesta, es oportuno poner el acento en que esta forma musical, como todo arte serio, es imperativa en su adhesión a límites y reglas. 
En este sentido, el libre improvisador, aquel que se aparta de la composición o del arreglo, evidencia una total falta de preparación; lo cual quiere decir que los grandes improvisadores, como los arriba mencionados -también Duke Ellington, Quincy Jones o Count Basie-, adoptaron, como condición sine qua non para la técnica de improvisar, un auténtico conocimiento de las ocasionales creaciones. 
Al respecto, es muy difundido en círculos jazzísticos el hecho de que en la partitura de un clásico de Charlie Parker, Antropología, saltan a la vista dos matices fundamentales: el primero, que existe una melodía escrita (en el caso de las obras de Parker las líneas melódicas son de extrema complejidad y requieren años y años de cuidadosa práctica); y el segundo, que la estructura de acordes se deletrea sobre tal melodía, lo cual supone que luego, al improvisar, el intérprete deba, en sentido estricto, respetar y permanecer dentro de esos acordes independientemente de su expresión personal.
De hecho, si esto no fuera así, acontecería lo que precisamente le ocurrió a Charlie Parker cuando a los 16 años, tocando en una "jam session" (evento de música relativamente informal) en Kansas City, Missouri, con músicos antiguos y conocidos, perdió negligentemente la pista de los acordes durante un solo. Jo Jones, baterista de Count Basie, con la ira que le recorrió la piel, le lanzó un platillo y lo echó a patadas. Dura, pero saludable lección para Parker, que desde aquel día comprendió la importancia de no perder acordes ni de someter a propia voluntad la ajena. Fue entonces que asomó en él la perfecta idea de libertad en la improvisación, sobre todo de su arte: trabajar arrimado a la estructura de las melodías y acordes para conquistar la más espléndida música. 
¡Pero qué ironía! Si bien Charlie Parker descubrió la fórmula que lo encaramaría a su propia libertad musical, cuán alejado estuvo de esa fórmula en el ejercicio de su vida, subyugada y envilecida por los supremos verdugos de la existencia: el alcoholismo y el consumo de drogas; a tal extremo “opresores” que a los 30 años sufría de cirrosis hepática y enfermedades al corazón. Ante tales adicciones, no tuvo otra alternativa que entregarse al arte callejero: tocar por algunas monedas, y algo más tarde, empeñar sus instrumentos. 
Y sufría tanto... Sufría por haber alcanzado la gloria de la libertad musical, de su propia libertad musical, y por no poder hallar la anhelada libertad, dada la falta de dominio sobre sí mismo en el plano existencial; todo un contrasentido de las opciones morales (ya advertidas sociológicamente en tiempos pasados) en cuanto a artista y en cuanto a hombre (no ocurrió con él lo que afirmaba “el poeta maldito” Baudelaire, dependiente también de las drogas, quien aseguraba que las adicciones eran “paraísos artificiales” que se podían invocar cuando se quisiera, y que permitían crear un arte tan apasionado como alucinado y oscuro). 
Por suicidio en cámara lenta, a la par que Robert Johnson, pionero del blues, Elvis Presley, Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, y tantos más, el "Pájaro" Charlie Parker murió a los 34 años dejando un legado musical insuperable. Magníficas creaciones, cuyos títulos, en algunos casos directa, o indirectamente, quitan el velo de angustia o inquietud por su penumbrosa vida: el nombrado Antropología, Ornitología, Now´s the Time (Ahora es el momento), Parker´s Mood (Ánimo de Parker). 
Si el Festijazz celebró treinta años de vida, algunos, sumados a ese aniversario, hallamos una razón de peso para recordar con solemne respeto al "Bird" Charlie Parker.

*Publicado originalmente en diario Página Siete el 1 de octubre de 2017.

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