Noche de Reyes

Miguel Sánchez-Ostiz

Nunca he podido olvidar ni aquella tarde de los Reyes en el Hospital de Navarra del año 1957 0 1958 –¿Por qué allí? Algo relacionado sin duda con uno de mis tíos abuelos que tal vez estuviera internado en un pabellón que allí sigue en pie, decorado para la ocasión con reposteros de aparato– ni el día, muchos años más tarde, que hice de rey Melchor en una cabalgata oficial, siemplemente para probar que la funcionaria municipal cinéfila que cuando soplaba en el calderete de las listas negras, y sostenía que yo gastaba pose de maldito, era una tufarra. Eso de maldito, en Madrid, en un pueblón manejado por riquitos golpistas, como los de su familia, es patético. Pero me di el gusto de entrar en mi pueblo por el Portal de Francia, a lomos de un camello o dromedario, en medio de volatineros y humazos, y de ver una caras que había olvidado. Fue una noche memorable. Era mi despedida de trueno, pero fue en falso, cagüen... Al día siguiente, casi sin pegar ojo, estaba en Madrid, en un bar de la calle Ayala, cerca del Pelaéz, pero esta es otra historia.

Tengo el olvido difícil, se lo dije en La Paz a una funcionara de la Embajada que se agarró un rebote de aúpa. Me gustaría ser magnánimo, siempre, pero me cuesta. Me lo decía el otro día día mi amigo Freddy: «La mara es como es, chico, ni puedes cambiarla ni puedes tomártela en serio». Igual es cosa de las porfirinas, de la genética, del qué sé yo.

Tampoco he olvidado el rosco de Arrasate y la noche alborotada... Dejaban la ventana entreabierta del comedor y ponían tres copas a medio llenar de anís y coñac, y allí entrábamos en tromba, emocionados. Y mucho menos he olvidado el año que los Reyes trajeron el teatro de guiñol –llevo toda la vida viéndolo en su rincón–, rojo y verde, con cortinas correderas –conocí años después al carpintero que lo hizo–, por los curriños que colgaban del escenario, un japi, una bruja, qué más, no me acuerdo, por El Tesoro de la Juventud y por el disco de La isla del Tesoro para poner en una radio pikú vetusta y que acabé sabiendo de memoria.

*Publicado originalmente en Vivir de buena gana (5/1/2018)

Publicar un comentario

0 Comentarios